Pablo Romero Montesino-Espartero

Pablo Romero Montesino-Espartero
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Camarote desde donde fueron escritas algunas de estas cartas-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Con este blog pretendo ir recopilando las cartas escritas por mi hermano Pablo Romero M-E, dirigidas a la familia, durante sus primeros años de navegación tras terminar su carrera de Marino Mercante allá por el final de la década de los años cincuenta, principio de los sesenta-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------.

domingo, 17 de marzo de 2013

LLEGADA A BUENOS AIRES

Autor:
Pablo Romero Montesino-Espartero
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Observando el paso del sol por el meridiano, para el cálculo de la latitud.

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Carta nº 19
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Quizás lo más espectacular de la llegada por mar a Buenos Aires sea la navegación por el río de la Plata. Su desembocadura es de tal extensión, que después de navegar horas en demanda del puerto, no se ven las orillas. Da la impresión de encontrarte en un mar de chocolate con leche, que poco a poco va oscureciéndose a medida que nos acercamos a la ciudad del Plata.
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 Las autoridades de inmigración, sentadas tras una mesa alargada en el comedor de primera clase, con sus tampones y sellos, van desgranando la personalidad de cada pasajero. Los pasaportes en pilas de a diez, son escrutados uno por uno delante de los interesados. Sus nombres, lanzados a voz en grito, van abriéndose paso entre los murmullos de las tres grandes colas. Sus rostros reflejan la inquietud que les producen los uniformes azules y el cansancio de la vigilia. Se suceden las preguntas una y otra vez referidas a la salud, no importa si son o no analfabetos, importa lo físico. Se examinan los tórax sobre la marcha. Hay miedo a la tuberculosis, algunos son apartados de la fila y no se les devuelve el pasaporte. Les esperan los rayos X en las dependencias de la sanidad en el puerto. Vuelven los llantos y el miedo. A los que colaboramos nos invade cierta pena, sabedores de lo que han pasado para llegar a la fecunda y rica Argentina.
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 Las dos brasileñas descienden por la escala sin pasar el trámite. Son turistas. La noche anterior a la llegada tuvimos nuestra particular despedida con promesas, direcciones, teléfonos y toda clase de arrumacos, arrullados por los destellos de la Cruz del Sur.
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 Finalmente el barco se queda sordo, pero por poco tiempo. Despedido todo el pasaje a los acordes de un pasodoble, da comienzo a las pocas horas la invasión turística de criollos y españoles afincados en el país, que quieren visitar el barco y comprar cualquier cosa que venga de España y especialmente bacalao, por el cual harán largas colas para hacerse con una hoja. ¡Termina el romanticismo y da comienzo el negocio¡
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 Nuestro camarote se convierte en una verdadera tienda al detall. Sobre nuestras camas y a modo de mostrador, mantillas españolas, medias americanas, crema “Ponds” radios japonesas, tijeras de Vitoria, navajas de Albacete, conservas gallegas... se entremezclan en absoluto desorden. Los conjuntos de perlón hacen perder la cabeza a alguna fémina. Tenemos que abandonar el camarote para que se prueben...otras veces, no. Todo esto tan solo son baratijas que representan una parte de nuestras ventas. El plato fuerte será el tabaco y el whisky, pero para eso hay que esperar a que la policía se lleve su parte, en manera de poder bajar el “principal” y trabajar con tranquilidad. En cierta ocasión dejaron sus pistolas en el camarote y se llevaron todo el tabaco con la promesa de pagarnos al recogerlas. Lo hicieron para que nos confiáramos. Regresaron a por ellas y se largaron sin pagarnos un céntimo. Alguien dijo una vez:
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“El dinero va y viene”. Desde luego no en este caso.
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 Lo primero que descargamos fue la rueda del afilador. Era como un muñeco roto colgado del cable de la grúa. Más tarde comienza la descarga de mercancías, que se interrumpe con la llegada de una camioneta con soldados armados. Se colocan en las inmediaciones de la bodega número dos, de la que sale una caja de madera de regular tamaño. Todo el mundo está expectante por ver que sucede con la caja, cuyo contenido se ha mantenido en el más absoluto secreto desde que se cargó en Bilbao. Finalmente, la caja es rodeada por los soldados y es cargada en la camioneta. Algunos de ellos suben al vehículo que parte seguido de un coche de la policía. A los pocos minutos el Primer Oficial nos comunica que allí van más de quince millones de pesetas en azafrán.
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Pablo
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(continuará)
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Foto:
Observando el paso del sol por el meridiano, para el cálculo de la latitud.
 

lunes, 4 de marzo de 2013

EL FANTASMA DEL ACORAZADO "GRAF SPEE"

Autor:
Pablo Romero Montesino-Espartero
 
 
El "Graf Spee" tal y como yo lo vi en 1959



Carta nº 18


Finalmente dejamos atrás el golfo de Santa Catarina y la mar se torno bella, dejándonos el mal tiempo una brisa de levante que hacía las delicias de todos. El horizonte se había alejado hasta el infinito y el sol volvía a castigarnos de pleno. Desde el alerón del puente, podíamos ver como el pasaje salía a cubierta y se tumbaba sobre las escotillas de las bodegas, para recuperar las fuerzas perdidas y hacer frente a las agujetas producidas por tratar de aguantar el balance y mantener la verticalidad. Las dos cariocas, únicas pasajeras de la primera clase, tomaban el sol en la piscina, y en el puente nos dábamos de puñetazos el Agregado gallego y yo, por ver quién cogía primero los prismáticos. Pasaba su guardia y la de los demás contemplando el panorama y relamiéndose como un gato ante un plato de pescado.
 He de decir en honor a la verdad, que la mayoría de los oficiales eran vascos y que ellos se dedicaban más al “mus” y a los “chiquitos” que a perseguir faldas por el barco, por lo que mi única competencia era el gallego, que jugaba con ventaja por su facilidad con el portugués. Pero mi amigo, cometería el error de abandonar el puente y bajar a comer estando ellas en la piscina. Ahí perdió su ventaja.

De forma inopinada quitaron la cadena que impide al pasaje subir al puente y se presentaron las dos en bañador. Al mismo tiempo recibimos una llamada del Capitán, indicándonos que eran pasajeras muy recomendadas y que las tratáramos con toda clase de cortesías. No podía creérmelo, pero la llamada del Capitán era también un aviso a navegantes-nunca mejor dicho-para que anduviéramos con sumo cuidado. Romanticismo sí, pero lo justo.
 A partir de aquella visita “oficial”, mi compañero gallego y yo cumplimos con nuestro “deber” y nos prodigamos en atenciones hacia ellas, sin el menor esfuerzo, dicho sea de paso. El tercer telegrafista, buen amigo, nos suministraba toda la música romántica habida y por haber a través del sistema de megafonía interna y convertimos el salón veranda de primera clase, en una coqueta “boite”.

En los días que duró el viaje hasta Buenos Aires, contamos desde la cubierta, todas las estrellas del hemisferio austral mientras bailábamos o nos bañábamos en la piscina. Sacrifiqué horas de sueño hasta tal punto, que una noche en mi guardia, me caí redondo al suelo como fulminado por un rayo. ¡Me había quedado dormido de pie¡ El timonel se llevó un susto mortal pues al caer, pegué con la cabeza en la base de la bitácora y casi me abro el cráneo, pero... mereció la pena.
 A medida que nos acercábamos al Plata, las aguas iban perdiendo su color azul, hasta cruzar la frontera que delimita las densidades,- perfectamente definida- y que en cuestión de escasos metros se tornan color chocolate claro. En las proximidades de Montevideo, y surgiendo de las aguas someras como un fantasma, el famoso acorazado alemán “Graf Spee” se deja ver en la bajamar. Su torre de señales, su puente de mando y algún cañón afloran herrumbrosos, recordándonos la tragedia vivida en la denominada “Batalla del río de la Plata”.

Era un acorazado de bolsillo que sembró- durante algún tiempo-de muerte y desolación las marinas mercantes aliadas, al principio de la Segunda Guerra Mundial. Se hizo famoso por sus acciones de corsario en el Atlántico Sur, hasta que buques de la armada británica y australiana, le obligaron a refugiarse en Montevideo, después de haberles infligido importantes daños y pérdidas en vidas humanas, a escasas millas de ese puerto. Las autoridades uruguayas obligaron al Capitán Langsdroff a salir a mar abierto, dónde le esperaban los barcos que le habían dado caza. Inopinadamente, zarpó de puerto y siguiendo instrucciones de Berlín, hizo estallar cargas que lo hundieron para siempre a la vista de todos los curiosos que desde el rompeolas, se apiñaban con la esperanza de ver el segundo acto de la tragedia. El Capitán se suicidó en un hotel en Buenos Aires. Pasar delante de estos restos, no deja indiferente a nadie.
Pablo 

(continuará)

 
Foto:
El "Graf Spee" tal y como yo lo vi en 1959