Pablo Romero Montesino-Espartero

Pablo Romero Montesino-Espartero
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Camarote desde donde fueron escritas algunas de estas cartas-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Con este blog pretendo ir recopilando las cartas escritas por mi hermano Pablo Romero M-E, dirigidas a la familia, durante sus primeros años de navegación tras terminar su carrera de Marino Mercante allá por el final de la década de los años cincuenta, principio de los sesenta-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------.

miércoles, 13 de agosto de 2014

CARTA DESDE EL “SHERBRO RIVER”

Autor:
Pablo Romero Montesino-Espartero




       

Carta nº 45                                     

                                                                                      De una carta a la familia

 
    Me encuentro a 180 kms. río arriba de la desembocadura del Sherbro. Pertenece a Sierra Leona y es de una extensión que a pesar de la lejanía de la mar, tiene 18 kms. de anchura y el agua es salobre en la pleamar.

    Llegué a Freetown, la capital de Sierra Leona por vía aérea después de tomar cuatro aviones  que me llevaron de Madrid a Milán, de Milán a Zurich dónde enlacé con uno que procedente de Copenhague y con escala en Lisboa me dejó  en Monrovia, para allí tomar otro de hélice con tripulación toda aborigen que me trajo a Freetown. En éste último era yo el único blanco y aterrizamos en medio de un chubasco tropical que hizo nos cambiara el semblante a  los doce pasajeros. ¡Nos pusimos todos del mismo color¡

  Me han instalado en un estupendo hotel en el que me tocará pasar unos días esperando a que llegue el “Santagata” mi nuevo barco.

    El vuelo sobre los Alpes y sobre el Sahara, fueron dos espectáculos difíciles de olvidar.

    Hace diez días que estamos cargando mineral para Hamburgo en este infierno, rodeado de selvas y con temperaturas de infarto, rodeado de salvajes que vienen en sus piraguas, rodean el barco y en cuanto nos descuidamos suben a bordo por las cadenas de las anclas y nos roban de todo. Tenemos diseminadas por la cubierta y en las puertas de los pañoles, tachuelas para evitar que suban  descalzos.
 
    El otro día se llevaron quinientos kilos de pinturas y hemos tenido que establecer unas guardias en los costados del barco, con mangueras contra incendios de gran potencia, que nos sirven para hundir las canoas que durante la noche se nos acercan demasiado al casco.

    Durante la navegación desde la desembocadura hasta donde nos encontramos, nos han seguido grupos de tiburones, que a pocos metros de la popa esperan que vaciemos los bidones de basuras.

    A nadie se le había ocurrido la idea de preparar un aparejo para intentar pescar uno. Pues bien, el otro día, cuando vi que el cocinero  iba a tirar por la borda dos cajas con dos docenas de pollos en mal estado, a este cacereño, marino del interior, se le ocurrió lanzar todos, uno a uno por la popa, a excepción de dos que reservé para mi objetivo. Cuando comenté a los marineros que eran para pescar un tiburón, se echaron  todos a reír.

     Aquellos veintidós pollos, arrastrados por la corriente y navegando en la más cómica fila india, tenían que atraer a algún escualo. Fui a popa, armé un aparejo con un cabo de cien metros unido a un alambre de acero de tres metros y este a su vez a un buen taco de madera. En el extremo del alambre  coloqué un impresionante anzuelo de quince centímetros de caña, en el que finalmente pinché uno de los dos pestilentes pollos, con su plástico y todo, largando el aparejo al atardecer.

    Ayer de madrugada fui a popa a ver que había pasado con mi invento y noté  que el aparejo estaba como una cuerda de guitarra y se perdía bajo el casco del barco. Salí corriendo a llamar al contramaestre y a cuantos encontré en cubierta. Pensaron que era una broma hasta que empecé a gritarles nervioso de ver que podía escaparse si no acudíamos  pronto a halarlo. Hasta tenerlo al costado no lo vimos. ¡Era un bicho impresionante¡ En su lucha por soltarse del anzuelo durante la noche, se había clavado el alambre de acero a todo lo largo de su costado y estaba casi sin fuerzas. Después de casi una hora de intentos para enlazarlo con un cabo, entre más de ocho tripulantes, lo metimos a bordo ayudados por una de las poleas de un puntal de carga.

    Al abrirlo en canal vimos en su estomago clavado el anzuelo y los plásticos de todos los pollos así como restos de pescado aún sin digerir. Midió tres metros y calculamos que debía pesar más de 150 kilogramos. Su piel era como la lija, bastaba acariciarla para que se te irritara la mano. Su boca tenía arriba y abajo tres hileras de dientes. Los más internos se podían pinchar con el cuchillo y los externos daban pavor con su forma de anzuelo y sierra a la vez. Los colmillos y algunos dientes me los he adjudicado, pero el que más se ha llevado del escualo ha sido el capitán siciliano, que a diario come tiburón. Yo lo probé y me pareció una carne demasiado áspera. Las aletas están congeladas y son patrimonio del “viejo”. He hecho muchas fotos con mi “Voiglander” que espero revelar en Rótterdam.

    Las noches son asfixiantes y no entran ganas de meterte en el camarote. Nuestra mayor diversión estriba en oír los cánticos de los negros en las orillas del río, iluminadas en ciertos tramos por hogueras. El Jefe de Máquinas, que como el Capitán es también siciliano, nos alegra el alma tocando su mandolina y entonando canciones napolitanas, que intentamos seguir con nuestras voces. A veces nos quedamos dormidos en las hamacas y nos despertamos como si saliéramos de una ducha, tal es la humedad reinante en este impresionante río.

    Mañana terminaremos la carga completa de mineral para Rótterdam y finalmente saldremos de este infierno de humedad, mosquitos y calor sofocante. No vemos el momento de sentir en la cara la brisa marina.
 
Pablo
                                                                         Sherbro River, 28 Octubre 1966