Pablo Romero Montesino-Espartero
Barco: SINCERITY
Carta nº 46
De cartas a la familia
Van a cumplirse cinco años desde la primera
vez que llegué a Escocia y de la que escribí en el periódico “Cáceres” una
carta, que ahora, casi me arrepiento de haberlo hecho. Después de aquella vez,
tuve la fortuna de volver en varias ocasiones más, pero en ninguna de ellas
permanecí en puerto más de dos semanas. En estos casi treinta días que en esta
ocasión llevamos en Burntisland , he aprendido a mirar con otros ojos este
encantador rincón de Escocia, rodeado de verdes colinas, una mar impredecible y
un cielo plomizo que te llena el ánimo de melancolía. El pueblo no tiene más de
tres mil habitantes, pero una historia rica que se refleja en sus monumentos y
viejas casonas de fachadas tiznadas por el hollín característico que produce el
humo de calefacciones y estufas de carbón mineral.
El puerto se encuentra situado en la orilla
norte del Firth de Forth y a escasos kilómetros de Edimburgo. Por el portillo
de mi camarote puedo ver el famoso puente de hierro que une a ambas orillas del
Firth. Este puerto es tan pequeño que tan solo pueden entrar dos barcos, de ahí
nuestra larga permanencia para descargar las 12.000 toneladas de bauxita que
embarcamos en Ganha. Se trata de un dock;
es decir una especie de piscina grande a la que se accede en el preciso momento
de la pleamar, cuando las aguas del puerto y las de la mar alcanzan el mismo
nivel. Acto seguido se cierran las compuertas sin que éstas puedan ya abrirse
hasta la próxima marea. La maniobra de entrada en el dock es bastante complicada, pues generalmente el fuerte viento
desplaza el barco de su correcta posición. A la hora exacta hay que tener dos
cabos dados a los norays de la puerta, y el barco perfectamente enfilado con la
proa prácticamente apoyada en aquella. En el preciso instante en que se produce
la pleamar, se abren las compuertas y el barco, rozando con ambos costados las
paredes de hormigón y con poca máquina va entrando en el dock, mientras la hélice levanta los lodos del fondo debido a que
bajo nuestra quilla tan solo hay un pie de agua.
Es éste el gran reto que nos impone el
armador, cargar lo máximo pero teniendo en cuenta que en la puerta del dock no podemos tener problemas con el calado. Esto supone cálculos
muy afinados en manera que las 20 toneladas de consumo diario de combustible
compensen exactamente el exceso de carga aceptada en Ganha. En caso de llegar deep nos vemos obligados a llevar a cabo
todo tipo de maniobras con los tanques hasta que el barco queda perfectamente
horizontal y con un calado que permita pasar al dock sin quedarnos en seco a la mitad.
A veces la maniobra de
entrada es presenciada por espectadores que como aves de mal agüero parecen
estar esperando que el barco se clave al fondo y no pueda entrar, con lo cual
la puerta no se cerraría y el dock se
quedaría en seco en la bajamar con lo que hubiera dentro.
Siempre que abandonamos un puerto de Africa
Occidental, debemos llevar a cabo
inspecciones por cada hueco del barco buscando polizones. Casi siempre suelen
darse a vistas a los cinco o seis días de navegación, cuando ya no hay
posibilidad de retorno para entregarlo a las autoridades. En este viaje se ha
dado un caso trágico. Cuando se descargaba
el mineral, los que estábamos en cubierta nos quedamos petrificados al
ver como la grúa traía colgando del carramarro y cogido por una pierna, el
cuerpo de un hombre negro. Sospechamos que durante la carga debió quedarse
dormido en algún hueco de la bodega y no se percató de que el mineral le había
cerrado la salida. Llevaba al menos veinte días enterrado en bauxita.
Mi capitán es un italo-austriaco nacido en
Trieste, jubilado de la Marina Mercante italiana, y embarcó en este puerto para sustituir al
anterior. Tiene sesenta años, pesa más de cien kilos y bebe cerveza a cántaros.
Es un hombre de refinada educación, habla cinco idiomas y tiene una cultura apabullante.
Por si todo esto fuera poco, es un buen marino y además un buen amigo mío.
Habíamos navegado juntos con anterioridad en el Sincerity. Cuando se enteró de que yo era el Chief Mate del Uje,
aporreó la puerta de mi camarote y me sacó de la cama para festejar nuestro
reencuentro con una botella de champagne francés en su sala de estar.
Al capitán Cosín le debo el que le perdiera
el respeto a conducir por la izquierda. Un buen día me hizo que le acompañara
al muelle para enseñarme algo que me iba a gustar. Me sorprendió el ver que
sacaba del bolsillo las llaves de un coche, mientras me decía:
-Questa sará la nostra mácchina fino alla nostra partenza per Rotterdam, (éste será nuestro coche hasta nuestra salida para
Rotterdam).
Con el Comandante Cosin en el aeropuerto de Fiumicino en Roma
Se trata de un Morris 1100 prácticamente
nuevo, en el que sin más preámbulos me
hizo que lo llevara por las calles de Burntisland hasta las oficinas de
nuestros agentes de la naviera en Escocia. Los primeros metros por la calles de
Burntisland me produjeron un cierto desasosiego, pero gracias a las palabras de
ánimo y aprobación de mi “labor” por parte del capitán, llegamos sin problemas
a nuestro destino. Fue mi bautismo conduciendo a siniestrosum. Como anécdota debo confesar que tuve una negativa, al
calárseme el coche en un cruce de calles y no encontrar la marcha atrás para
salir del apuro. Los pasajeros del autobús al que obligué a parar, se partían
de la risa, pero no sonó ni un sólo bocinazo.
Por no se sabe que extrañas razones mi
capitán no conduce, pero como copiloto es extraordinario y a lo largo de
nuestra larga permanencia en Burntisland estamos haciendo viajes interesantísimos
por el norte hasta Inverness, recorriendo el Caledonian Canal los lagos Lemon y
Ness y las High Lands con su Ben Nevis cubierto por la nieve, y por el este,
Aberdeen, Dundee.
y Kirkaldy. He visitado a orillas del Loch
Ness las ruinas del castillo de Urquahart, donde el amor secreto de Maria
Estuardo- el italiano David Riccio- fue sacado de la cama por orden de la reina
Elizabeth de Inglaterra para ser asesinado. Es un castillo de lo más tenebroso,
con una historia plagada de violencias y que fue la última morada de la
Estuardo y que lo abandonó para ser
ejecutada también por orden de la reina Elizabeth. Era defensora del
catolicismo en Escocia y esto la llevó a la tumba. A medida que te informas de
los acontecimientos vividos por la reina de los escoceses, crece tu simpatía
hacia ella y tu antipatía más visceral contra la que ordenara su muerte. Por
cierto que el pasado fin de semana entramos en la finca del castillo de Balmoral, propiedad de otra
Elizabeth, pero ésta mucho más pacífica. Circulamos por sus estrechas
carreteras asfaltadas sin que nadie nos detuviera, hasta llegado un punto en el
que al salir de una curva, una veintena de reporteros gráficos enchufaron sus
cámaras a nuestro coche en mitad de la vía. El susto fue mayúsculo. Pero todo
se aclaró, cuando entre nuestro coche y
los fotógrafos pasaron arrastrando sus carritos de golf, el Príncipe de
Edimburgo y el premier británico
Harold Willson. Estuvimos presenciando durante un largo rato el juego para
incorporarnos más tarde a la carretera que nos llevaría de vuelta a
Burntisland. En ese trayecto y de improviso, salió de la cuneta un faisán macho
que fue a estrellarse contra el parabrisas de nuestro coche. Miré por el
retrovisor y vi como un elegante caballero escocés con pantalón bombacho a
cuadros, me mostraba a lo lejos el faisán muerto. Se me heló la sangre, pues
conociendo el percal, pensé que como mínimo me iba a caer una buena reprimenda.
Con un ademán nos indicó que fuéramos a recogerlo, así es que el telegrafista
que había sido invitado a la excursión tuvo que lidiar el asunto. Cual no sería
su sorpresa cuando el inglés ante el azoramiento de mi compañero, le dijo:
“llévatelo que es muy rico para comer “.
El cocinero italiano, en un alarde de arte
culinario, lo presentó en la mesa de oficiales con sus largas plumas decorando
la cola, y su cabeza tornasolada echando llamas azuladas producidas por el cognac francés al arder. Lo cierto es
que fue una exquisitez y todos los presentes reconocimos que era la primera vez
que comíamos un faisán “real”.
Esta gente es extraordinariamente
hospitalaria. Nada que ver con el carácter inglés-se enfadan cuando los
confundes con ellos-siendo asombrosa su manera de beber la cerveza negra. Dado
que el Whisky es muy caro para sus bolsillos, a una pinta de cerveza le echan
un vasito de whisky y la estiran hasta la eternidad. Gustan de cantar y bailar
en las tabernas, algunas veces –especialmente los sábados- van a ellas vestidos
con sus famosas kilts y no es extraño
escuchar el sonido lastimero de la gaita escocesa al pasar frente a algún pub. A diferencia de lo que ocurre en
España, aquí hay una hora de cierre de los bares y tabernas y los días de
diario a las siete de la tarde el boby
de turno entra en ellos con un silbato y grita time please o lo que es lo
mismo: ¡Se acabó¡
Hacemos fácilmente amigos que nos invitan
a sus casas y nos dicen a menudo que
entienden y conocen bien la vida dura y sacrificada del marino y que somos
nosotros los que hacemos que la British Aluminium Co. continúe siendo el motor
de la vida económica de Burntisland.
Aunque os parezca pretencioso me encierro
con llave en el camarote en cuanto los trabajadores del muelle terminan su
jornada laboral. En Escocia existe una desaforada afición al whisky, y todo el
mundo sabe que en el camarote de un oficial no falta nunca. Al caer la tarde y
cuando el muelle queda silencioso y solitario, chicas menores de edad tratan de
“asaltarnos” y se te cuelan en el camarote con la excusa de conocer a un latin lover...y de paso, tomar una copa
gratis. Esto que a primera vista parece una bicoca, ha llevado a más de un
oficial de nuestra compañía a la cárcel. Los italianos, ante estas cosas se
frenan poco o nada y se ven obligados a esconderlas en la sala de máquinas
cuando llega la policía dando una redada de menores. Así es que aunque parezca
paradójico, tenemos que echarlas del barco...claro está, solo si son menores.
Otra distracción en este pueblo es jugar a
los bolos. Hay buen ambiente para hacer amistades femeninas en la bolera del
pueblo. En ella conocí hace unos días a una chica norteamericana de San Antonio
(Tejas), que tiene ascendencia escocesa y está pasando una temporada con su
abuela. Jugaba en otra pista y se me acercó al ver sobre mi mesa un paquete de
Marlboro. La pobre llevaba varias semanas sin tabaco americano. Le ofrecí un
cigarrillo y casi se lo bebió. El caso es que hemos iniciado una amistad. No es
una belleza, pero es un tipazo de mujer.
No es corriente que un marino español tenga
un coche esperándole en el muelle. Así es que la americana se sorprendió cuando
al día siguiente la recogí en el
flamante nuevo coche alquilado, un Ford Cortina de más enjundia que el Morris y
la invité a cenar en Edimburgo.
Desde lo alto del castillo, la vista
nocturna de la capital escocesa es fascinante, e inquietante la subida a él por
una carretera estrecha oscura y solitaria. Al llegar a lo más alto, pensé que
con la vista tan romántica que se podía disfrutar, estaría llena de parejas
enunciando el verbo amar. Pues no. Bajo aquel manto de nubes borrascosas y
desde el interior de un coche inglés, tan solo una americana y un cacereño,
contemplábamos desde el lugar más famoso de Escocia, la incomparable ciudad de
Edimburgo. Paseamos por Princes Street, de la que dicen es la avenida más
bonita del mundo, contemplamos el monumento a Walter Scott y cenamos en el
restaurante de un hotel de postín el
pollo más repugnante que he probado en mi vida. Ella llamó al camarero para
felicitarle y yo tuve que abandonar la mesa con arcadas. El buen whisky escocés
y la música de Tom Jones bailada a media luz
entonaron de nuevo mi maltrecho cuerpo.
El regreso a Burntisland lo hice en
solitario, pues tenía que empezar mi trabajo a las ocho de la mañana. El cúmulo
de horas sin dormir, se tradujo en que a la salida del puente del Firth de
Forth di una cabezada y me salí de la carretera sin que, afortunadamente, el Ford Cortina o yo sufriéramos daño alguno.
La salida de Burntisland, como en otras
ocasiones, ha sido muy “lacrimógena”. Después de treinta y dos días en este
puerto, todos hemos sido de una u otra manera “flecheados” por cupido. Los
italianos las han enamorado a pares, yo en cambio me llevé una solo, pero
norteamericana, con lo cual he sido un poco la envidia del resto de la
oficialidad. Casarse con una estadounidense, es el sueño dorado de cualquier
marino europeo. Puedes pasar de tener unas condiciones laborales aceptables, a
tener las mejores del mundo. De momento vendrá a Rótterdam- nuestra próxima
escala- con objeto de seguir nuestra relación. Más adelante tenemos planeadas
unas vacaciones en España y luego Dios dirá, pero me temo que su intención es
buscar trabajo en la base americana de Torrejón para alargar su estancia allí.
Me ha preguntado directamente si no estaría interesado en trabajar en Estados
Unidos.
Un español y un yugoslavo junto a
cuatro italianos en buena armonía
Con la pleamar, y con nuestro barco en
lastre pasamos ayer la puerta del dock.
Fue muy emocionante pues el espigón estaba lleno de chicas despidiéndonos con
sus pañuelos y gritando desaforadamente. Pasamos a escasos metros del “comité” de despedida y francamente estas
cosas te hacen creer realmente en la famosa teoría del latin lover de la que ellas mismas hacen publicidad. Creo que el
secreto está en nada de alcohol, sólo amor.
Se lo comenté al práctico y me dio la
razón.
Pablo
Mar del
Norte, 5 Octubre de 1965