Pablo Romero Montesino-Espartero

Pablo Romero Montesino-Espartero
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Camarote desde donde fueron escritas algunas de estas cartas-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Con este blog pretendo ir recopilando las cartas escritas por mi hermano Pablo Romero M-E, dirigidas a la familia, durante sus primeros años de navegación tras terminar su carrera de Marino Mercante allá por el final de la década de los años cincuenta, principio de los sesenta-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------.

sábado, 19 de diciembre de 2015

PEDAGOGÍA DEL SEXO EN EL “ALACRITY”

 Autor:
Pablo Romerto Montesino-Espartero
 
 Foto: Venus y Marte de Boticelli. He elegido este cuadro para ilustrar mi carta íntima, porque veo en él a unas ninfas que tratan de despertar a Marte (de su ignorancia), desentendiéndose de la hermosa mujer que tiene enfrente, creyendo que todo está hecho y bajo control. Mientras que Venus lo mira cómo diciéndole, eres un indolente que no sabe que uno jamás debe“dormirse” en el amor.
 
 
 
 
Carta 68
Íntima
A bordo del “Alacrity” viaje de Panamá a Gdynia (Polonia) Noviembre de 1969
 
 
Nos encontramos en el Atlántico Norte y a escasas singladuras del Canal de la Mancha. El viaje desde Perú se hace largo y tedioso. La televisión no se ve y tan solo podemos disfrutar de la proyección de películas que el capitán  alquiló en Italia para el viaje.
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El cocinero italiano, además de ser un buen profesional, tiene muy buen verbo y es un gran experto con las mujeres. Por su edad y porte un tanto desgarbado, no se le podría enmarcar como un clásico “latin lover”, yo diría que es una especie de viejo encantador de hembras, a las que no sabemos que les da, pero que las envuelve primero con su verbo y después las deja enganchadas con su arte.
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Su máxima es : “bisogna fare l´amore a regola d´arte”.
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Pues bien, aprovechando sus cualidades y conocimientos, pensando por otra parte que pasaríamos en Polonia una temporada larga, se me ocurrió la idea de proponerle que abriera  a bordo un aula de pedagogía del sexo. Aceptó sin titubear y en el salón principal del barco, solo utilizado para proyección de películas, montó nuestro carpintero, una tarima y colocó una mesa sobre ella.
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A falta de pizarra para que pudiera dibujar sus bosquejos, saqué del cuarto de derrota una carta náutica de grandes medidas, y en su parte posterior pintó como Dios le dio a entender, varias figuras del cuerpo de una mujer en dos posiciones: de cubito supino unas y de cubito prono la demás, poniendo números en los distintos lugares en los que se iban a dirimir los debates y sus enseñanzas. Se le dotó de un puntero y lápices de colores para que pudiera trabajar subrayando o tachando lo que fuera necesario, imponiéndosele como condición “sine qua non” el que no viniera a la cátedra con el pantalón de cuadritos típico de “cuoco” napolitano.
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Usó el color verde para señalar los puntos a los cuales debemos llegar con susurros y mucho cariño, sin prisas pero con seguridad y sin timidez en los prolegómenos,
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El color azul para aquellos en que una vez visitado los verdes, y siempre con el verbo de un enamorado, deberíamos actuar con paciencia y ternura, pero sin complejos y ganando posiciones.
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Finalmente, el color rojo lo dejó para indicarnos los lugares en los cuales la fémina se rinde y se entrega con pasión, si hemos hecho bien los anteriores deberes.
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Del punto “G” solo nos dijo que está en el cerebro de cada cual y que si lo buscamos en recónditos lugares, lo más probable es que nos aburramos y perdamos el tiempo que pudiéramos emplear en cosas  menos sofisticadas pero más fructíferas, y por último, que el alcohol, la comida  excesiva y las risas desmesuradas no son buenas compañeras de viaje en el amor.
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El éxito fue rotundo y determinados días, el Capitán, que también asistió a algunas clases, le daba el relevo al oficial de guardia en el puente, para que éste pudiera bajar al salón en el que se impartía la clase.
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En aquel lugar estábamos reunidos  italianos, yugoslavos, españoles y un ecuatoriano que embarcó como polizón y que demostró ser un buen marinero, siendo incorporado a la plantilla con todos sus derechos. Hubo días en que se intercambiaban las guardias de mar para poder asistir a las exposiciones y debates, y alguno que no entendía muy bien el italiano, tomaba notas sobre dibujos de andar por casa y en los que la anatomía femenina, más parecía un rompecabezas, que un cuerpo humano.
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Fueron días de gran diversión, compaginados con ratos de enorme seriedad en los que las explicaciones poco ortodoxas del cocinero, pero de gran sabiduría, se entremezclaban con las preguntas de los más jóvenes e inexpertos y que causaban admiración en los “tendidos” y carcajadas sin límite. De vez en cuando, algún avanzado reflexionaba en voz alta sobre un determinado tema y otras se venía abajo el “teatro” cuando el cocinero hacia preguntas a los alumnos y éstos respondían con evasiones por puro desconocimiento, o  equivocadamente sobre el nombre y la importancia que  a un determinado número en los dibujos del día, pudiera corresponderle.
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Entre bromas y veras, en aquellas clases el que más y el que menos mejoró notablemente en el arte de amar y nos enseñaron  no solo a saber más de la anatomía femenina, también de cómo actuar en los “approaches”, algo sobre psicología aplicada a la conquista de la mujer, comportamiento ante una real hembra y “modus operandi” en la horizontalidad, la verticalidad, la oblicuidad y en la oposición.
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En su lección magistral de fin de curso, impartida pocos días antes de entrar en el Canal de la Mancha, nos animó a hacer el amor susurrando, con mucho cariño y respeto y rodeándolo todo con un halo de romanticismo y ternura.
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Cerró la clase con una frase antológica que no he olvidado ni olvidaré en mi vida:
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“Fare l´amore é come dipingere un quadro sul corpo della donna”
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Todos los alumnos, especialmente los españolitos tan educaditos y tímidos con las mujeres, hemos aprendido en diez días lo que no habíamos hecho a lo largo de nuestras jóvenes vidas. Siempre he pensado que existen dos escuelas en este arte : la italiana y la brasileña, yo me quedo con la italiana, porque entre otras cosas, siempre está de por medio la música romántica y el “lacrima christi”.
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 Pablo
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miércoles, 25 de noviembre de 2015

“ REBELION” A BORDO

Autor:
Pablo Romero Montesino-Espartero
 
 
Escena de la película Rebelión a Bordo



Carta nº 67
De una carta a la familia
Mar Caribe 1969
 
 

Ayer pasamos el Canal de Panamá y ahora navegamos en aguas del Caribe con rumbo a pasar al Sur de Florida.
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Nuestro último puerto de descarga y carga fue Puerto Chicama en Perú, donde se produjeron los acontecimientos que paso a relataros.
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Al iniciar el viaje en Italia y por exigencias del poderosísimo naviero Lauro, que tiene fletado nuestro barco, embarcó un sobrecargo de dicha compañía, para supervisar las operaciones de carga y descarga en los distintos puertos de América e informar de cualquier contingencia al fletador. Generalmente es, como en este caso, un capitán de la flota  Lauro  de confianza del naviero.
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Esta persona que en un principio se comportó como un pasajero, a medida que iban pasando las semanas de viaje, comenzó a adjudicarse competencias, tales como impartir órdenes desde el puente a la marinería en las maniobras de atraque y desatraque, o incluso  al oficial de proa o al timonel.
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Nuestro capitán a todo aquello no le daba mucha importancia, pues para nada quería tener un enfrentamiento, con el representante de la compañía que nos tenía alquilado el barco, lo cual podía acarrearle algún roce con nuestro propio armador.
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En cierto momento, llegados al último puerto de descarga en América, convoqué una reunión a la que asistieron toda la gente de cubierta, nuestro capitán y también nuestro Jefe de Máquinas, italiano el uno y español el otro, ambos buenísimos profesionales y lo que es más importante, buenísimos amigos míos.
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Expuse mi parecer y el de todos los marineros, incluido el contramaestre, sobre el comportamiento del sobrecargo italiano, al que habíamos soportado a lo largo de casi dos meses de navegación, pero que no teníamos intenciones de continuar haciéndolo durante el largo viaje de regreso a Europa.
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Informé al capitán de que toda la gente de cubierta y yo al frente, no saldríamos de Puerto Chicama, si el sobrecargo de Lauro no se quedaba en tierra y volvía a Europa en avión o en cualquier otro barco, pero no con nosotros.
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El pulso lo iniciamos veinticuatro horas antes de la salida y supuso un ir y venir de los agentes representantes de Lauro, con el fin de que depusiéramos nuestra actitud. Nos reunieron a todos, incluido el sobrecargo motivo de nuestra “rebelión”, para intentar aproximar posiciones, pero centramos nuestro descontento, en lo que di en llamar un sometimiento denigratorio para nuestro orgullo como oficiales y marineros, teniendo que soportar a un personaje que se adjudicaba competencias que no le incumbían a bordo del Alacrity  y menos aún después de haber descargado hasta la última tonelada de carga. Llegado el momento de la partida, el capitán nos ordenó a los puestos de maniobra y a ellos acudimos con la mayor naturalidad. En el puente de mando, como siempre, el sobrecargo era la sombra del capitán, pero esta vez no hizo el menor gesto, ni transmitió la mínima orden desde allá arriba. Todo parecía una maniobra más de desatraque, hasta que el capitán ordenó virar el ancla y yo no obedecí. Ningún marinero movió  un dedo y el ancla seguía en el fondo como antes de la orden.
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Por segunda vez, se me ordenó virar el ancla, con el mismo resultado, para posteriormente hacerme subir al puente con objeto de aclarar la situación.
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Todo fue inútil y al capitán le dije que  desembarcaba  el  sobrecargo o el barco no salía a la mar, al menos con nosotros como tripulación.
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Después de una hora de espera, el sobrecargo, con la cara desencajada e imaginándose las preguntas que le iban a hacer sus superiores en Italia, desapareció del puente para hacer las maletas. Media hora más tarde  bajaba a la lancha del práctico para no volver al Alacrity. Inmediatamente y en cuanto lo vimos descender por la escala, pusimos el molinete en marcha y comenzamos a virar el ancla, que no volvería a tocar fondo hasta Polonia.
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Habíamos ganado la batalla y recuperado el honor perdido.
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 Pablo
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jueves, 29 de octubre de 2015

“APUNTAMENTO” EN PUNTA TETAS

Autor:
Pablo Romero Montesino.Espartero



 
Carta nº 66
De una carta a la familia
Pacífico Sur 1969

 

    En el anecdotario de mi vida, podrían figurar en lugar preferente, los acontecimientos de éste viaje por la costa del Pacífico, desde Panamá hasta Valparaíso y regreso.
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   A pesar de nuestros buenísimos sueldos, todos los marinos tratamos de mejorarlos con algún que otro negociete, para que nuestros jolgorios en tierra nos salgan gratis. Es algo innato que se puede hacer extensivo a marinos de guerra, pilotos de líneas aéreas y todo aquél que cruza una frontera. La única diferencia estriba en la cantidad, y en un barco mercante, la cantidad no supone freno alguno, ya que tenemos espacio de sobra.
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    En nuestro paso por  Cristóbal que es puerto franco en el Canal de Panamá, tuvimos la visita de un contrabandista de tomo y lomo, el cual nos hizo una proposición tan deshonesta como tentadora. Se trataba de cargar en una bodega del barco, 4.000 cartones de cigarrillos americanos y 100 cajas de whiskey para entregarlos fuera de las aguas jurisdiccionales de Chile y precisamente a 12 millas al oeste  de Punta Tetas (cabo muy conocido de la costa chilena a poca distancia de Antofagasta).
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    La operación la bautizamos “apuntamento en Punta Tetas” porque en italiano-nuestra lengua oficial a bordo-“apuntamento” significa cita.
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    Básicamente nuestro trabajo consistiría en transportar la carga hasta el lugar del encuentro por la módica cantidad de 5.000 dólares americanos y descargarla sobre una lancha antes de que anocheciera, todo ello en la fecha fijada de nuestro paso al oeste de Punta Tetas, camino de Valparaíso. El pago del “flete” sería contra la entrega de la “mercancía”. El “contrato” lo cerraron  el Capitán y el Jefe de Máquinas, en anuencia con el resto de la tripulación a la que se le pagaría proporcionalmente al sueldo de cada uno de nosotros.
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    El Jefe de Máquinas  buen amigo, excelente profesional y experto en estas lides, tiene un bonito negocio, que además de proporcionarle pingües beneficios, le facilita sus relaciones con las chilenas y peruanas que acuden  a su “tienda”, en cuanto el Alacrity asoma su proa por la bocana de El Callao o Valparaíso. En Barcelona hace su acopio de mercancías por medio de una furgoneta cargada de ropa variada e íntima de mujer, blusas, faldas, lencería, cremas y potingues, perfumería etc. etc. Todo ello lo camufla en la sala de máquinas, quedándose en su despacho del camarote, con un amplio muestrario que le sirve para hacer pedidos por el teléfono interior a su “almacenista” en la máquina. El muestrario ha desplazado de sus cajones a los planos del barco, instrumentos de precisión etc. es decir un auténtico profesional del comercio internacional y no catalán como sería de esperar, sino castellano y de Almorox provincia de Toledo.
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    Una vez  terminada la operación de carga de la “mercancía” salimos a la mar camino de Valparaíso, mientras que el contrabandista partió por tierra hacia Antofagasta, dejándonos una emisora para las comunicaciones de última hora entre nosotros y la lancha.
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    En la fecha y hora fijadas, el Alacrity paró sus máquinas 12 millas al oeste de Punta Tetas, - y por tanto, fuera de las aguas jurisdiccionales de Chile- con fuerte marejada y vientos de poniente que proporcionaban al barco un balanceo desagradable. A medida que se acercaba la puesta de sol, la mar empeoraba sin que la lancha hiciera acto de presencia en la pantalla del radar. Poco antes del ocaso, un eco en el radar nos hizo pensar que pudieran ser ellos. Llamamos por radio y en su respuesta solo pudimos entender que estaban a punto de hundirse y que regresaban a la costa, con lo cual se nos planteó un gravísimo problema, cual era el de entrar en Valparaíso con un cargamento de tabaco y whiskey que podía llevarnos a la cárcel desde el primero hasta el último de la tripulación. La única solución era echar todo por la borda, con lo cual el contrabandista se quedaba sin nada - riesgo de represalias- o buscar un escondrijo en el barco que fuera tan seguro como para arriesgarnos.
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   En conclave decidimos correr el riesgo, escondiéndolo todo en un tanque vacío, que no figuraba en los planos del barco y sito en el compartimiento del servomotor del timón.
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   En un trabajo de artesanía del equipo de máquinas, todo quedo dentro del tanque, cuya puerta se soldó con autógena, colocándose sobre ella, ruedas dentadas de las máquinas.
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    Nada más atracar en los muelles de Valparaíso, apareció el contrabandista y nos informó de su epopeya para evitar que la lancha se fuera a pique con los tres hombres que la gobernaban. Veían el barco aparecer y desaparecer en el horizonte según estuvieran en la cresta o el seno de la ola sin que avanzaran en su aproximación al Alacrity . La comunicación por  radio- con un walky- talky de poca potencia- fue tan solo un cruce de pocas palabras  debido a la distancia y al ruido de la mar al romper en la proa, por lo que decidieron abortar la aproximación pues estaban embarcando mucha  agua.
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    Los días que pasamos en Valparaíso fueron de gran preocupación hasta que los inspectores de la Aduana abandonaron el barco no habiendo encontrado nada ilegal y por supuesto tampoco el “tesoro”.
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   A los pocos días repetimos el “apuntamento” en la misma situación y esta vez con éxito.
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    La lancha era un lanchón de madera con motor diesel y unos seis metros de eslora que se abarloó sin problemas con una mar bella y el viento en calma.
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    La “mercancía” fue subiendo y subiendo en altura, hasta tal punto de que nos daba la impresión de que el lanchón volcaría en cuanto soltara los cabos que tenía dados a nuestro barco. Con un francobordo de unos 20 cms. desde la superficie del mar, parecía que sobre cubierta llevara un autobús de Londres.  Comenzó su navegación hacia la costa embarcando los salpicones del agua que levantaba su proa. Poco antes se había efectuado el pago del “flete” en el despacho del Capitán, quedando bajo su custodia en la caja fuerte del barco.
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   Antes de nuestra llegada a Perú, se distribuyó lo que para cada uno de nosotros significó el sueldo de un mes. En Lima dimos rienda suelta a nuestras alegrías, gastando lo que con tan poco esfuerzo habíamos ganado, hasta que en un lugar de cuyo nombre no puedo acordarme, alguien le gritó a un tripulante : “¡son falsos, son dólares falsos¡”. Fue como una estampida, pero a cámara lenta. Fuimos saliendo del local nocturno, sin prisa pero sin pausa, sin mirar atrás pero con unas ganas irrefrenables de echar a correr. Ya en el barco, el más entendido de todos, cogió un billete lo mojó con su saliva y lo frotó con otro. La tinta impregnó de verde lo que no lo era, hasta quedar el billete como un pimiento frito.
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    En Europa, con el afán de protegernos la huida, solíamos invitar a los compañeros a todo gasto pagado, siempre que fuera con los dólares de Punta Tetas y en locales nocturnos. Nunca faltaron guardaespaldas.
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Pablo
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miércoles, 30 de septiembre de 2015

CARTA DESDE PISCO

Autor:
Pablo Romero Montesino-Espartero

 
Esperando al piloto en el aeropuerto de Pisco 
 


 
Carta nº 65
Pisco (Perú), 12 de Noviembre de 1969
 

De una carta a la familia
 
    Nos encontramos en un puerto natural del Perú y base de una gran flota pesquera, que faenando a tan solo escasas millas de la costa, se permite el lujo de cargar en cada uno de sus barcos  diez o quince toneladas de anchoa en pocas horas de pesca. Es asombroso ver como al atardecer regresan a puerto a plena carga, arrastrando el saco porque en las bodegas ya no les cabe más. Hemos venido a este puerto para cargar el producto que obtienen con esa anchoa, que no es otro que la harina de pescado, que en Europa sirve para fabricar el pienso que se da a las aves. Esta mercancía aparentemente inofensiva es muy peligrosa pues es autocombustible debido a su riqueza en nitrógeno. A veces se produce un incendio en el centro de la bodega muy difícil de atajar. La carga se convierte en un gran brasero que paulatinamente va avanzando sin humo hasta llegar al costado o la cubierta. Las altas temperaturas deforman las estructuras del barco hasta quebrarlo obligando a la tripulación a abandonarlo. El agua no resuelve el problema pues cuando aflora el fuego, ya es demasiado tarde. En fin, una mercancía que no se como no les sienta mal a las gallinas.
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     Ayer domingo fue un día muy especial para mi, pues llevamos a cabo un vuelo en una “Piper Cherokee” que no me resisto a relataros.                        
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    Todo empezó cuando conocimos a un piloto de avioneta, que sirve a las compañías pesqueras para localizar los bancos de anchoa. Estuvo a bordo de visita y nos propuso un vuelo turístico al Capitán  y a mí.
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    Acudimos al aeropuerto de Pisco a la hora de la cita y la primera sorpresa fue ver que la avioneta estaba, pero el piloto no.
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    Al cabo de una hora de espera, apareció en una camioneta que llevaba en su caja dos grandes bidones de gasolina  que había llenado en una gasolinera de la carretera, porque, según nos dijo, al ser domingo, el surtidor del aeropuerto estaba cerrado.
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    Si nos sorprendió el hecho, más lo fue en la manera en que repostó el aparato. Con un vulgar embudo y un paño de filtro, le metió en ambas alas los dos bidones de combustible. Aquello a mi no me pareció muy ortodoxo y miré al Capitán de manera inquisitoria, pero al no ver en él signo alguno de alarma  y sabiendo lo profesional que es a bordo del “Alacrity” , no le di más importancia al asunto.
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El piloto de unos 21 años se acomodó en el asiento izquierdo, el Capitán en el derecho y yo en el “ahí te pudras” teniendo que adoptar una postura un tanto incómoda, pues es el portaequipajes del avión que al no llevar maletas, puede habilitarse como  asiento para otro pasajero.
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Una vez los tres a bordo, el piloto le dio al arranque.
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 Primero con cierto espacio de tiempo entre prueba y prueba y después de forma continuada, sin que el motor hiciera la menor explosión o signo de querer ponerse en marcha, entre otras cosas porque la batería se le había agotado.
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Aquello a mi me tranquilizó, pues pensé para mis adentros que iba a tener suerte y al final no volaríamos con un piloto tan joven y regresaríamos a bordo del barco donde a mi me esperaba mi “inca”, que había venido desde Lima en su Hillman para encontrarnos y pasar unos días juntos.
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Pero estaba equivocado. El piloto abrió la ventanilla y le grito al chofer de la camioneta:
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“Dale a la hélice”
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El chofer hizo el signo del OK y le preguntó al piloto:
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“¿contacto?”, asintiendo éste con la cabeza al tiempo que giraba la llave del panel de mandos.
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Una vez, dos veces, tres veces...y aquella hélice no llegaba a hacer ni medio giro y sin el menor signo de que el motor fuera a arrancar.
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Llegado este momento, le dije al Capitán:
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“Yo me bajo”
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Pero como para que yo pudiera salir de mi cubículo, debía al menos salir del avión uno de los dos que iban delante, no hice el menor ademán, cosa que el Capitán aprovechó para soltarle al piloto:
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“¿Por qué no prueba con la batería de la camioneta?”
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Ni corto ni perezoso, se bajó, habló con el chofer y éste saco unos cables de pinzas llenos de grasa y porquería, que yo no los hubiera tocado ni con un pie.
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El piloto abrió el capó de la avioneta, conectó los cables a su batería y el chofer hizo lo propio en su vehículo, subiendo de nuevo al avión dispuesto a intentarlo una vez más.
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En el ínterin, le dije al Capitán que no debíamos continuar subidos en aquella bomba ni un minuto más. Me tranquilizó y me dijo que quedaríamos en mal lugar si no esperábamos a la última intentona, lo cual  acepté, pues tenía la convicción de que aquello no echaría a andar.
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A medida que la hélice giraba perezosamente gracias a la batería de la camioneta, los cables se calentaron y comenzaron a echar humo blanco en toda su longitud, y cuando parecía que  iban a salir las primeras llamas, el motor arrancó y luego de varias explosiones comenzó a sonar redondo que daba gusto oírlo.
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La primera sensación que sentí al notar que las ruedas se separaban del suelo, fue, para que negarlo, de ese miedo que no te permite articular palabra.
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Una vez en el aire, al Capitán se le ocurrió la sana idea de proponerle al piloto que diera una pasada al “Alacrity” para impresionar a las chicas y a la tripulación.
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Ni corto ni perezoso bajó hasta vista de pájaro y voló a lo largo del barco, mientras veíamos como la tripulación que sabía de nuestra aventura, salía a cubierta para saludarnos. Esto al Capitán no le pareció suficientemente bajo y le espetó:
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“¿Pero es que no puede bajar más?”
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Sacó los flaps a tope, giró ciento ochenta grados y volamos a la altura de la cubierta principal, con lo que pudimos ver a la gente saludarnos como si en un tren pasáramos por una estación de tránsito a toda velocidad. Fue escalofriante, pues además redujo las revoluciones del motor hasta tal punto, que la hélice parecía que se iba a parar de un momento a otro y que nos íbamos a ir al agua.
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Una vez terminada nuestra demostración, dirigió el avión hacia una montaña en la cual aparecía como esculpido en ella, un gigantesco candelabro de cientos de años de antigüedad y que ocupa casi en toda su extensión, su vertiente occidental. Cuando lo tuvimos enfilado, nos mostró el rumbo de la aguja magnética y nos dijo que siguiendo ese rumbo, llegaríamos a nuestro destino, que no era otro que el de las famosas figuras de Nazca, motivo de nuestra excursión.
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Sobrevolamos la ciudad inca de Ica, rodeada por un desierto de arenas blancas como la nieve y desde allí pusimos proa a levante elevándonos hasta los 2.000 metros, volando a vista de pájaro sobre las estribaciones de los Andes, que corrían de Norte a Sur bajo un manto de nieve a miles de metros por encima del nivel de nuestras cabezas. Giramos a poniente, dejando las montañas por nuestra cola y abajo el desierto de Nazca en un altiplano, salpicado aquí y allá con alguna laguna de aguas verdosas rodeada de tierras rojizas color cobre viejo.
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Volando sobre las enigmáticas líneas de Nazca       
 

Bajamos a poco más de 300 metros de altura, y con un calor  sofocante y una calima que disminuía nuestra visibilidad, la avioneta comenzó a hacer numeritos de circo inquietantes. Yo que jamás me había mareado en ningún barco, el hecho de no poder recibir un soplo de aire del exterior y aquellos movimientos extraños, estuvieron a punto de provocarme mi primer mareo en un móvil.
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El horizonte casi invisible y color panza de burra, no permitía ver nada interesante a pesar de volar tan bajos.
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El piloto nos invitó a que miráramos bajo nosotros y tan solo pudimos notar que entre tanta tierra rojiza, aparecían unas manchas blancuzcas sin formas que no decían nada y unas líneas en el suelo poco definidas que pasaban casi desapercibidas.
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Describiendo círculos a modo de espiral, empezó a  subir el avión hasta alcanzar los 2.000 metros de altura y nos dijo que observáramos las manchas blancas del suelo.
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Lo que en un principio, a baja altura, nos parecieron manchas sin interés alguno, desde nuestra nueva posición, se habían convertido en fantásticas figuras, perfectamente definidas, de insectos descomunales, pájaros exóticos  figuras humanas, una araña, un perro, un mono, un cóndor y  enigmáticas líneas formando rectángulos, triángulos, espirales a cientos y en todas direcciones, prolongándose algunas de estas líneas a través de valles y  ríos, kilómetros y kilómetros en un suelo desértico. Toda esta asombrosa visión, se encuentra diseminada en más de quinientos kilómetros cuadrados en una meseta, por tanto absolutamente imposible de poder ser contemplada desde tierra. Se han llevado a cabo estudios intentando descubrir el objeto para el cual fueron hechas, barajándose incluso la posibilidad de que tuvieran un origen extraterrestre, lo cierto es que hasta el momento únicamente se sabe que tienen una antigüedad de 2.000 años y que fueron realizadas a base de piedras blancas y barriendo la tierra rojiza para que aflorara el subsuelo blanquecino.

 ¿Más bajo?  Pasada al Alacrity  con la Piper Cherokee en Pisco

 La razón por la cual no se han borrado a lo largo de los siglos es porque no sopla jamás una brizna de aire en la zona. Después de sobrevolar el desierto de Nazca por espacio de media hora, nos dirigimos hacia el oeste buscando la costa del Pacífico, con la impresión de que habíamos contemplado algo insólito que muy pocas personas de nuestro siglo habían podido disfrutar y con la sensación de que aquello era algo enigmático que nos haría reflexionar durante mucho tiempo, haciéndonos siempre la misma pregunta:
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¿con qué fin si no se pueden ver más que desde el aire y a considerable altura?
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Alcanzada la costa, la recorrimos de sur a norte volando sobre los acantilados contra los que las olas se estrellaban de forma espectacular. La blanca espuma de las rompientes contrastaba con el color ocre de la costa y el azul de un mar transparente que nos permitía ver a los delfines salpicando aquí y allá la superficie del agua con sus zambullidas y coletazos.
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Después de recorrer cerca de 800 kms. aterrizamos felizmente en el aeródromo de Pisco, sin más contratiempo y felices de cuanto habíamos visto, a pesar del susto inicial.
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Pablo                                                                                                                                                                                                        .

lunes, 24 de agosto de 2015

CARTA DESDE YUGOSLAVIA

Autor:
Pablo Romero Montesino-Espartero



 
Carta nº 64                   
(Intima)
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Koper, Agosto de 1969
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    Hemos pasado del verano austral a la primavera europea, dejando atrás en un mes de navegación, el Pacífico, el Atlántico, el Mediterráneo y finalmente el Adriático, al norte del cual se encuentra el coqueto puerto de Koper en la costa de Capo d´Istria y que visito por segunda vez.
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Llego a este puerto tras la muerte de mi padre. El día del accidente me encontraba en mitad del Atlántico y supe de la noticia por medio de un radiograma frío y poco meditado que decía así:
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“Tus padres sufrieron un grave accidente de automóvil, desembarca enseguida”
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Tuvieron que transcurrir quince días para que el barco llegara al primer puerto español. Fueron días de incertidumbre, tristeza y miedo a saber más, hasta que pudiera comunicarme con la familia por teléfono.
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Mi madre, imaginándose mi grave preocupación, una vez fuera de peligro, hizo llegar a mis manos nada más atracar en Tarragona, una carta tranquilizadora. El mero hecho de ver su letra, produjo en todo mi cuerpo una reacción en la que el llanto y la alegría se mezclaron, abriendo ante mis ojos una luz de esperanza. Fue la carta que a lo largo de mi vida, ha mantenido en mi corazón la huella imborrable del amor de mi madre. Siempre quiso que el primer saludo a mi llegada a puerto fuera su carta, me encontrara en la parte del mundo en que me encontrara.
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Llegué tarde a Cáceres para poder ver con vida a mi padre y egoístamente pienso que fue lo mejor para mí. Los acontecimientos en el San Pedro de Alcántara y la falta de atención de algunas personas en su cuidado, hubieran aumentado mi pena como les ocurriera a mis hermanos.
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Nadie podrá quitarme ya el recuerdo de ver a mi padre ilusionado con su coche y disfrutando de la lectura bajo una encina o recitando poesías a mi madre mientras el sol se ocultaba tras la Sierra de San pedro, y todo ello gracias precisamente a la movilidad que su Renault Dauphine le permitía, y que fue la causa de su accidente.
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El día en que éste ocurrió, -y ajeno de la desgracia-, al igual que todos los demás días del viaje, hice mis cálculos con las estrellas para situar en la carta náutica la posición del barco. Son observaciones que me corresponden como  Primer Oficial, al alba y al ocaso, y que representan una hora de operaciones matemáticas engorrosas. En mi cuaderno de cálculos del viaje desde Panamá a Tarragona no hubo un solo día que me fallaran mis números, tan solo en la fecha del accidente aparecen los cálculos del alba y del ocaso inacabados...
 .
Pablo 
                                          

lunes, 3 de agosto de 2015

CARTA DESDE EL PACÍFICO (2º parte)

Autor:
Pablo Romero Montesino-Espartero



              "De guardia en el "M.Urbasa" con poca visibilidad"                  
 
 
Carta nº 63
(Continuación de la carta nº 62)
 

Pacífico Sur, 31 de Enero de 1969
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Dejamos atrás Arica, nuestro primer puerto chileno y nos dirigimos a Antofagasta.
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El paisaje, si antes era desolador ahora es además deprimente. La lava, la arena y las rocas cubiertas por el “inmaculado”manto de güano le dan un aspecto aterrador. Desde Guayaquil perdimos todo contacto con la vegetación. Las ciudades como Arica, Mollendo o Matarani, son oasis rodeados por desiertos arenosos, montañas peladas de diversos colores, desde el amarillo, al ocre, del marrón al negro, pasando por el color del óxido de cobre y el ceniza. De vez en cuando los faros de algún coche te sacan de la ensoñación y te recuerdan que no estás viendo un paisaje lunar.
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Algunos islotes cerca de la costa están materialmente cubiertos por aves marinas, que son con sus excrementos una de las riquezas del país. Toda la superficie que emerge del agua tiene el color grisáceo de las plumas. Al pasar cerca de ellas hacemos sonar la bocina del barco para poder contemplar el espectáculo de millones de aves marinas alzando el vuelo de todos los islotes e islas cercanas notando con asombro como las islas que antes eran grises se tornan blancas. Por un cierto tiempo se nubla el sol y la algarabía es tal que es mejor ponerse bajo techo y cerrar la puerta del puente para evitar un “bombardeo”.
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Abundan los lobos marinos, que displicentes toman el sol en las playas y en las rocas, mientras las elegantísimas fragatas se dedican a pescar, elevándose hasta unos cincuenta metros, cerrando sus alas y lanzándose en picado a cientos en busca de la anchoa. Los recolectores de güano, se lamentan de la pesca indiscriminada de la anchoa, pues al reducirse su población está disminuyendo la de aves marinas y por ende ese apreciado fertilizante agrícola, del que hasta hace poco tiempo, se cargaban barcos completos para Europa y Estados Unidos.
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De Antofagasta daremos rumbo a Talcahuano cerca ya de Magallanes y dado que llevamos carga para Punta Arenas-la ciudad más al sur del continente- en la entrada atlántica del Estrecho, esperamos con ansiedad la confirmación desde Lima, para proseguir y pasar al Atlántico doblando el Cabo de Hornos, sueño dorado de cualquier marino.
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He sacado las cartas de navegación del Estrecho y buscado los fondeaderos para esperar y poder asegurar el paso de día, pues de noche no hay nadie que se atreva debido a las grandes dificultades de reconocimiento de sus costas.
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Todo se ha venido al traste. Nos han ordenado descargar en Valparaíso-vuelta atrás- por considerar peligroso el paso en esta época del año- verano austral- debido a los hielos flotantes que navegan a la deriva por todos los canales.
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El derrotero que da información sobre los canales magallánicos tiene cerca de quinientas páginas y a pesar de ello, muchos canales e islas son actualmente desconocidos e inexplorados. La mayoría de la información proviene de barcos que estuvieron por aquellos parajes en el siglo pasado. Describe las mejores rutas a seguir en caso de naufragio a través de la maraña de canales. El problema no es desembarcar en tierra firme sino hacerlo en un lugar donde se pueda encontrar un ser humano. Describe también el carácter de los indígenas y dice : “ Durante el último lustro, no se ha dado ningún caso de canibalismo, pero se sabe que los indios de aquellas islas tienen mal carácter. Es aconsejable en caso de verse obligados a desembarcar, llevar armas de fuego y no ir en grupos inferiores a diez personas. En caso de contacto con las tribus permanecer lo más alejados posible de sus mujeres. Los Onas de color cobrizo muestran una marcada repugnancia hacia los blancos. Los Alacalufes, refractarios a la civilización, son agresivos y traicioneros, no comen carne cruda, ni son caníbales y basta un arma de fuego o algo que se le parezca para que se desvanezca todo peligro. En cabo Pakunham pueden encontrarse tribus de Yaaganes en los meses de verano. Los náufragos que se vean obligados a desembarcar en estas islas, no deberán rechazar ofrecimientos de ayuda por parte de aquellos indios, son inofensivos y conocedores de los canales patagónicos. Permanecer siempre alejados de sus mujeres.”
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Y también: “ No completados los estudios sobre la costa entre Magallanes y Cabo Peñas, los marinos están avisados de que esta carta de navegación solo deberá emplearse en navegación diurna, buscando un buen fondeadero para continuar pasada la noche...”
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Todo esto que te remonta al siglo pasado, es de máxima actualidad y ese halo de misterio del que estos canales están rodeados, te atrae y hace que sueñes que vas a bordo de un Clipper de tres palos con las velas desplegadas, en demanda del Océano Atlántico por la ruta más corta.
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No será esta vez.
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Pacífico Sur, 9 de Febrero de 1969
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Dejamos Talcahuano el día 5 después de dos días de permanencia y de pasar frío intenso a pesar de encontrarnos en el verano austral. Se ven focas por todas partes y en el atardecer se organiza un griterío inquietante proveniente de las rocas y que no sabes a qué o a quién adjudicar. Cuando miras con los prismáticos te quedas con la boca abierta al contemplar miles de lobos marinos y focas comunes lanzando al viento sus llamadas mientras se desplazan perezosamente o luchan entre ellas.
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El paisaje ha cambiado drásticamente y abundan bosques interminables de pinos y verdes campiñas en una atmósfera transparente de cielos azules y al fondo la cordillera de los Andes eternamente nevada y dominándolo todo, la impresionante mole del Aconcagua, que a pesar de la distancia a que nos encontramos de él, parece que pudieras alcanzarlo con la mano.
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Estuve en Viña del Mar, que es algo así como el San Remo de Sudamérica, y en compañía del Segundo Oficial y ambos de uniforme, nos fuimos a bailar a una sala de fiestas en el paseo marítimo. Voy a pecar de inmodestia. Al salir de una cafetería de lo más “chic” de Viña del Mar, se me acercó el camarero para decirme que una chica le había pedido que por favor me dijera que deseaba conocerme. Fui incapaz de darle una respuesta afirmativa, no sé si por timidez o por qué, simplemente la saludé con la mano y le dije al camarero que mi barco salía en pocas horas y tenía que regresar a bordo, cosa que por otro lado era cierta. Con anterioridad estuvimos bailando con unas argentinas en una terraza desde la que podía contemplarse todo el Pacífico. Las prisas y el amor no casan bien, así es que me he contentado pensando que mi inca me espera en Lima con su Hillman.
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Pablo

miércoles, 22 de julio de 2015

CARTA DESDE EL PACÍFICO (1ª Parte)

Autor:
Pablo Romero Montesino-Esparetero
 

Fondeado en Nueva Orleans abordo del "Sincerity"
 
 
Carta nº 62 
 
23 de Enero de 1969  
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    Salimos esta mañana de Guayaquil y llegaremos pasado mañana a El Callao.
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    Ayer vi el Chimborazo. Durante todo el día permaneció oculto y entre nubes, pero justo a la puesta del sol, salió como para no dejarme con las ganas de contemplar su fantástica mole. Fue como beberse un vaso de agua fresca con sed.
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Las nieves eternas del Chimborazo me refrescaron lo indecible a pesar de encontrarnos en aquél momento a unos 120 kms. de él.
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    Como sabéis, aquí después de la puesta del sol se hace de noche en pocos minutos; no hay apenas crepúsculo, a pesar de ello pude ver las nieves de las laderas del volcán  teñidas de color rosáceo, cuando ya en Guayaquil era oscuro.
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    Guayaquil me ha decepcionado, creo no haber pasado tanto calor bochornoso en mi vía. La subida por el río es una prueba de resistencia para la tripulación pues la humedad con 43 grados de temperatura hace que se respire prácticamente agua. Hay una miseria extrema por doquier y lo único que quizás te sorprende es ver los edificios coloniales más o menos bien conservados, al igual que las iglesias que dejamos los españoles tras la independencia de Ecuador. Impresiona la selva impenetrable a ambas orillas y sus sonidos indescifrables para nosotros. Hay buena gente y no es tan peligroso como Colombia, pero de cualquier forma hay que estar muy atento. Afortunadamente hemos pasado tan solo un día en este puerto.  
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28 de Enero de 1969
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     Dejamos ayer El Callao después de tres días de permanencia en lo que es puerto de la Ciudad de los Reyes como la bautizara Pizarro, o Lima como se llama en la actualidad. Ahora navegamos hacia el puerto de Matarani, también en Perú y al que llegaremos  al amanecer. Por nuestra proa,  a las 5 de la mañana deberá aparecer el volcán Misti de 6.500 m. de altitud y que se encuentra a 80 kms. de Matarani.
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    Habíamos proyectado una excursión al lago Titicaca, pero en Matarani tan solo permaneceremos una horas. Tendrá que ser el próximo viaje.
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    Los días son calurosos y las noches frías . Por babor e iluminada por la luna, la cordillera de los Andes ofrece un aspecto impresionante. La soledad es absoluta, ni una luz, ni un árbol, solo montañas nevadas que en sus estribaciones pasan del blanco níveo al rojizo para más tarde tornarse gris claro a medida que el sol las va bañando con su luz.       
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    La estancia en Lima ha sido un verdadero regalo. Si me lo hubieran pedido hubiera renunciado al sueldo a cambio de poder disfrutar de lo que es y significa esta ciudad para cualquier español y sobre todo para un extremeño que siente en sus venas la grandeza de la gesta de nuestros paisanos. A medida que navegamos hacia el sur a lo largo de esta costa interminable, uno se pregunta como pudieron salvar tantas dificultades  orográficas los hombres de España, “aquellos que nacieron para asombrar, no para asombrase”. Miles de kilómetros de selvas impenetrables y de territorios absolutamente desérticos, llevando consigo  enseres, armas y animales domésticos. Mirando la costa con los prismáticos, uno piensa que no pudo suceder todo eso que los libros de La Conquista nos enseñan.
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    El otro día pasamos ante la Isla Gallo y tuve la impresión de levitar. La isla de los “Trece de la Fama”, en la que don Francisco trazara la famosa raya divisoria que separaba a los valientes de los cobardes, a los ambiciosos de los conformistas y que  trece cruzaron sin titubear. Es difícil para un extremeño no emocionarse ante el escenario de aquél hecho histórico y heroico a la vez y en el que participaran varios paisanos. Entre aquella isla y la de la Gorgona, cercana a la anterior, pasaron siete meses de privaciones y hambre, esperando el auxilio de los marinos que volvieron a Panamá para pedir ayuda. Los trece pedían ayuda, no para establecerse sino para continuar hacia el sur y alcanzar el corazón del imperio inca a más de 3.000 kms de distancia de dónde se encontraban.
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    Lima es una ciudad que te impresiona por muchas cosas, pero la plaza que desde una esquina preside Francisco Pizarro, sobrecoge cuando desde su centro desparramas la vista a tu derredor.  Para mi es solo comparable a la Plaza de  San Marcos en Venecia. El Palacio Pizarro, las enormes balconadas en madera labrada y la Catedral constituyen un complejo arquitectónico que ya de por sí compensa el haber cruzado el Atlántico y  parte del Pacífico para poder contemplarlo.
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    La avenida de Miraflores en la zona residencial tiene más de 5 kms. de palmeras erguidas como mástiles y que flanqueadas por casas coloniales de una o dos plantas recuerdan a esas casas señoriales de Jerez de la Frontera y el Puerto de Santa María y en las que el elemento madera abunda.
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    Si las obras que dejamos aquí los españoles, son de por sí bellas, no os digo nada del mestizaje. En Lima conocí a una belleza natural, mitad inca, mitad española, que además de sus atractivos físicos posee el título de Psicólogo Clínico y con un apellido muy español que no le pega ni con cola, pues tiene todos los rasgos de una india. Entablé conversación con ella en una cafetería donde según dicen las malas lenguas masculinas, las peruanas van a la caza de marinos españoles. Esas mismas malas lenguas dicen también que la mayor aspiración de una limeña es casarse con un español. La cosa fue sobre ruedas y digo sobre ruedas, porque al poco de conocerla la invité a bailar en una sala de fiestas de las afueras y me llevé la grata sorpresa de que tenía coche; un Hillman inglés precioso en el que me llevó a  un restaurante típico a unos 10 kilómetros de Lima, donde no se baila pero se ve bailar toda clase de danzas peruanas, que rezuman por todas partes sabores de mestizaje.
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    A las 2 de la mañana subimos a un monte por un camino tortuoso para desde él, admirar la grandiosidad del océano. Por vez primera pude contemplar  desde tierra, como la luna desaparecía tras el horizonte del Pacífico. Allá arriba me sentí un Pizarro amando a la hija de Atahualpa.
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    A las 4 de la mañana abandonamos el alto y se empeñó en que condujera su coche hasta su casa y así lo hice y me piropeó mi habilidad diciéndome “manejas muy lindo”. Me hubiera gustado estuviera presente el que me examinó en Cáceres.
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    A mitad de la bajada se nos acabó la gasolina y llegamos a Lima entre empujones e inercia.
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    Es una mujer de una belleza un tanto exótica con los ojos achinados y la piel muy oscura. El cabello muy negro y unas manos muy bonitas, es bajita pero muy bien proporcionada y cuando habla, su acento  es muy suave con giros que al principio te parecen un poco cursis, pero que al poco tiempo te resultan  encantadores.
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    La dejé en su casa. Su hermano la esperaba en la  puerta; era bajito pero fornido y con aspecto de apache. La vivienda de una sola planta con jardín y porche de arcos, sin grandes pretensiones y que me recordaba a una casa de peones camineros. Me asusté al verle plantado en el porche, pero antes de que me  empezaran a temblar las piernas pensé : “Pablo, tu eres un extremeño como los que llegaron aquí hace cuatro siglos, que significa un inca para ti, y no salí corriendo, aunque ganas no me faltaron.
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    Al día siguiente me llamó al barco, pues entre el miedo y el sueño se me olvidó pedirle el teléfono. Fue otro día ligado a la cultura y al romanticismo. Recorrí con ella la Plaza de Armas y la catedral que la preside. Me impresionó la tumba del conquistador del Perú. En medio de una capilla de paredes con frescos y artesonados dorados, el sarcófago de Francisco Pizarro de bellísima factura te sobrecoge, al pensar que dentro de él descansan los restos de aquél porquero trujillano que sabe Dios cuántas veces iría a lagartos por los berrocales que rodean Trujillo y que terminó siendo  Virrey del Perú.
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    Me emocioné leyendo la placa conmemorativa del cuarto centenario de la fundación de la ciudad de Lima por Francisco Pizarro,  colocada en el pedestal de su estatua ecuestre. En una esquina de la plaza el monumento a  Pizarro, idéntico al  de nuestro Trujillo, hace que te sientas orgulloso de ser español y extremeño.  Di más de cien vueltas alrededor de él, admirando cada detalle, y si en aquellos momentos, el caballo hubiera defecado sobre mi cabeza, habría exclamado: ¡Lo ha hecho de gusto al ver a un paisano de su amo¡
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    La estatua ha sufrido diversos desplazamientos a lo largo de los siglos. Al principio estaba situada en el centro geométrico de la plaza, pero últimamente la han trasladado a una esquina, como si se avergonzaran de ella. A Yolanda cuando ha salido a colación el tema siempre le he dicho que los peruanos que se avergüenzan o atacan a nuestra historia común, son los hijos de aquellos españoles que hicieron la Conquista. Los mestizos, que arremeten contra todo lo que huela a aquella gesta  y que en teoría deberían ser defensores a ultranza de sus raíces indias, se avergüenzan de ellas y maltratan a los indios de raza pura. ¡Qué incongruencia¡
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Pablo
 
(Continuará 2ª parte)

jueves, 2 de julio de 2015

CARTA DESDE PANAMA

Autor:
Pablo Romero Montesino-Espartero


Mi hijo Alejandro, 45 años después de mi paso
ante  ese monumento a bordo del "Alacrity"
 
 
 
Carta nº 61
Océano Pacífico, Enero de 1969.                                             
                                  
     Son las doce del día, hace calor pero se soporta bien gracias a la marcha del barco y a una ligera brisa de poniente. Os escribo en pantalón corto, sin camisa, descalzo y tumbado en una hamaca en el puente alto del “Alacrity”.
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    Hemos dejado atrás Cartagena de Indias tras una corta permanencia en puerto descargando automóviles Land Rover fabricados en España. Ha sido un duro trabajo especialmente para mi por el hecho de haber empalmado la guardia en el puente, con la maniobra de atraque y después la descarga, todo ello sin haber podido coger la cama en casi 24 horas. Por tanto de esta bellísima ciudad que tanto le debe a la colonización española, solo he podido disfrutar esta vez de la entrada y salida de puerto. A medida que nos acercábamos desde la mar, la mera contemplación de sus murallas y edificios coloniales, me hacían sentirme más y más orgulloso de la impronta hispana que dejamos en América. Ya pueden ladrar lo que quieran cuantos denostan a España por “La Conquista”. Yo he visitado muchas colonias inglesas y francesas, y en todas ellas he visto únicamente barracas y algún edificio suntuoso de algún gobernador. Nada que ver con la belleza de las catedrales, edificios, plazas y calles de la América Hispana.
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    Navegamos ya en dirección al Canal de Panamá.
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    Como no quiero que me molesten durante mi bien merecido descanso, me he instalado en el camarote del armador que es la puerta contigua a la mía. Este camarote, que es un derroche de gusto y esplendidez en cuanto a mobiliario y espacios se refiere, es sagrado. En él puede verse la mano de los constructores galos de este barco y la “grandeur” francesa . Las paredes todas forradas de maderas nobles con apliques de cristal y cortinas de damasco y una cama que solo le falta el dosel con una corona para parecer de la época de los zares. Un cuarto de baño como el del mejor hotel parisino, bañera forrada de madera todo su contorno al igual que el doble lavabo, teléfono y grandes ventanas de bronce, puertas de madera maciza de color marrón oscuro y suelo con plaquetas de mármol negro.  La llave de esta suite-como Primer Oficial- obra en mi poder y a veces la “subasto” cuando en puerto algún oficial desea sentirse “millonario” por una noche o sorprender al “ligue” de turno..
El paso del Canal de Panamá es un espectáculo de un colorido y belleza muy difíciles de olvidar. Parece como si la mano de Dios y la del hombre en una simbiosis mágica se hubieran unido para crear algo tan grandioso.
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    Desde Cristóbal-entrada del Canal-hasta Balboa-su salida al Pacífico-el paisaje es paradisíaco. Dejamos atrás la Bahía Limón y nos dirigimos a embocar el primer tramo del canal. Tiene una anchura de unos cuarenta metros y la vegetación no te permite ver las orillas pues todo lo cubre, formando una barrera infranqueable de un color verde oscuro semejante al de nuestras sierras en invierno. Entre la maleza, algunas palmeras rompiendo la monotonía de la selva tropical apuntan a un cielo plomizo al que casi tocan con sus palmas.
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    Luego de un corto recorrido entramos en las esclusas de Gatun arrastrados por unas extrañas máquinas eléctricas que mantienen al barco en el centro de aquellas.
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       Para llegar al nivel del lago Gatun tendremos que elevarnos veinticinco metros pasando por una cadena de esclusas, gracias a las cuales nuestra masa de 18.000 toneladas será elevada en escasos minutos por la ley de vasos comunicantes y del bombeo. El barco que nos precede, un imponente trasatlántico, aparece  a más altura de la de nuestras cabezas, encaramado sobre el hormigón de la esclusa siguiente. La imaginación vuela ¿qué pasaría si se rompiera  la compuerta de la esclusa? Posiblemente no pararíamos hasta llegar de nuevo al Atlántico...Subimos el último “peldaño” y contemplamos desde la altura y a vista de pájaro a un portaviones de los Estados Unidos que nos sigue desde Cristóbal.
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    La puerta de la última esclusa, se abre lentamente para dejarnos expedita la entrada al lago Gatun, dándonos la bienvenida sus cristalinas aguas  en las que parecen flotar islas e islotes de una belleza indescriptible y cuyos accidentes geográficos se van abriendo a nuestra vista a medida que avanzamos hacia el océano.
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¡Qué soledad¡ pienso que estoy traspasando las puertas del paraíso terrenal. 
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    A medida que nos acercamos al segundo tramo del Canal, las orillas se confunden y uno no sabe por dónde se abrirá un camino para continuar navegando rumbo a una salida que se escapa y solo cuando estás a pocos metros de ella, ves una pequeña boca en un recodo que se abre dándote paso. Poco más allá, los palos y la chimenea de un barco que navega en dirección opuesta a la nuestra, aparecen recortados en el cielo gris, moviéndose por encima de la selva y confundiéndose con las esbeltas palmeras tropicales. Es la salida del lago Gatun. Esperamos hasta que aparece su proa saliendo de entre la foresta como un extraño dinosaurio.  
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    Entramos finalmente en el segundo tramo del canal y reducimos la velocidad a solo seis nudos. Las curvas son cada vez más pronunciadas y peligrosas, dándonos la impresión de que la popa en su giro vaya a colisionar con las palmeras  que como gigantes bebiendo, se inclinan sobre la orilla.
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    La vegetación flota en el agua y nuestra proa en su avance la desplaza hacia los lados de nuestro barco, formando olas de verdes algas. Poco a poco el paisaje cambia, se va haciendo más montañoso aunque continúa por todas partes la flora tropical.
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    Nos acercamos al Paso de la Culebra cuando ya la tarde va declinando.
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    El sol desaparece ocultándose tras los árboles por nuestro costado de estribor, como queriendo indicarnos el oeste y el camino hacia el Océano Pacífico. En pocos minutos se hace la noche y el cielo  se rompe produciéndose grandes claros por donde se cuelan tímidas algunas estrellas. Las orillas aparecen iluminadas por miles de lucecitas de color amarillo, mientras que otras rojas y blancas nos señalan los límites del canal. A lo lejos y recortado por el lejano resplandor de la ciudad de Balboa y de Panamá City aparece el “tajo” artificial del paso de la Culebra.
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   El Canal se estrecha más y más, dándonos la impresión de que no va a caber nuestro barco por semejante angostura. Los montes se recortan en el cielo estrellado y de ellos, en sonoras cascadas, desciende el agua producida por los chubascos tropicales de horas antes, salpicándonos en su caída. El ruido es tremendo y ahoga con su estruendo el producido por nuestras máquinas.
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    A medida que nos acercamos a Balboa cambia más y más el paisaje. Tierras bajas de lujuriosa vegetación; mientras que por nuestra popa el agua en suspensión producida por las cascadas, forma un velo neblinoso teñido por las luces de colores de la Culebra.
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    De nuevo el sonido de la selva. Estamos entrando en la recta final. Parece una autopista en la que las luces rojas y blancas se confunden en el infinito. Entramos en Miraflores  nueva esclusa y nos bajan veinte metros a una velocidad de vértigo, produciéndonos la sensación de naufragio. Al sur, los edificios más altos de la ciudad de Balboa se tiñen de rosa al recibir los primeros rayos de sol del amanecer. Más allá, la inmensidad del Pacífico nos transporta al momento en que nuestro paisano hizo suyo y para la Corona de Castilla el Océano de los océanos: “...e si alguno otro príncipe o capitán, chripstiano o infiel o de cualquier ley o secta o condición que sea, pretende algún derecho a estas tierras e mares, yo estoy presto e aparexado de se lo contradecir e defender en nombre de los Reyes de Castilla...” La estatua de Núñez de Balboa aparece majestuosa cuando ya el barco flota en agua salada. Las sensaciones son grandes y mi admiración por el hombre de Jerez de los Caballeros se acrecienta hasta el paroxismo.
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    Al capitán yugoslavo le recuerdo lo que le dije cuando navegábamos por la costa portuguesa en relación con mi profesionalidad a pesar de ser de tierra adentro, y a los tripulantes que están en cubierta les grito desde el puente:
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-¿Lo veis bien? ¡Es uno más de los dioses que nacieron en Extremadura...¡
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    Nuestro barco, obedeciendo dócilmente al timón, va arrumbándose al sudeste en demanda del archipiélago de Las Perlas y del Perú, mientras por la popa va quedando atrás el Puente de las Américas y el verde esmeralda de la costa va tornándose azul, azul océano.
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   Navegamos ya en franquía del archipiélago cuando  la gran barrera andina que separa y une tantas naciones se vislumbra más allá de la costa ecuatoriana. La mole pétrea del Chimborazo destaca en la lejanía  cubierta de espesos nubarrones que de vez en cuando dejan ver sus nieves eternas. Nuestra proximidad a Guayaquil nos permite contemplar la grandiosidad de sus selvas y a uno le asalta  la duda de si eran hombres mortales, los que desde Panamá atravesaron esas intrincadas selvas para dirigirse andando hasta el Perú, y es que cuanto más voy conociendo la América Hispana, más aumenta mi admiración por aquellos españoles tan vituperados a veces, pero que dieron una lección al mundo de valor y sacrificio sin límites ante el sufrimiento y las adversidades.          
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 Pablo .