Pablo Romero Montesino-Espartero

Pablo Romero Montesino-Espartero
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Camarote desde donde fueron escritas algunas de estas cartas-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Con este blog pretendo ir recopilando las cartas escritas por mi hermano Pablo Romero M-E, dirigidas a la familia, durante sus primeros años de navegación tras terminar su carrera de Marino Mercante allá por el final de la década de los años cincuenta, principio de los sesenta-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------.

jueves, 26 de febrero de 2015

CARTA DESDE CHIPRE

Autor:
Pablo Romero Montesino-Espartero


De guardia en el "Monte Urbasa"
 
 

 
Carta nº 53
De una carta a la familia

 

    Os escribo estas líneas desde Vasilikos en la costa sur de Chipre, puerto al que hemos llegado de “rebote” para cargar 12.000 toneladas de piritas con destino a Rótterdam.

    Desde que entramos en el Mediterráneo veníamos escuchando en la radio la grave situación política de preguerra en que se encuentra Chipre, especialmente la costa norte, que es precisamente en la que se sitúa Karovastasia,  puerto en el que deberíamos haber cargado  de no haber sido por los acontecimientos. El capitán, tan pesimista para otras cosas, quitó importancia a las noticias que veníamos escuchando en la BBC, según las cuales, cuatro destructores turcos, estaban a escasas millas de la costa esperando ordenes de Ankara para iniciar un bombardeo de las posiciones grecochipriotas de la zona en la que se encuentra Karovastasia.

    Yo oía por la BBC como el secretario general de la ONU el señor  U Thant y el secretario general de la NATO Cyrus Vance iban de Ankara a Atenas y de Atenas a Ankara varias veces al día para negociar el que los turcos no bombardearan la isla. A pesar de todo y del consejo de los oficiales, el capitán no quiso ponerse en contacto con el armador para explicarle el peligro que entrañaba el que nos cogiera el conflicto cargando el barco sin posibilidades de escape. Seguimos adelante y el pasado día 20 llegamos a la rada de Karavostasia.

    El puerto estaba vacío, no se veía actividad alguna y en cambio cuando miramos con los prismáticos a las montañas cercanas vimos con asombro la cantidad de banderas de la ONU, griegas y turcas diseminadas por los montes fortificados.

    A través de la radio enviamos un mensaje a nuestros agentes en Nicosia, en el que el capitán preguntaba cuando llegarían a bordo las autoridades portuarias. No hubo respuesta, pero al cabo de cuatro horas de espera angustiosa, vimos aparecer una lancha con cinco hombres a bordo, todos ellos vestidos de caqui y armados con fusiles. El jefe de ellos, sin grado ni insignias militares, nos gritó a los que estábamos en el puente:

 “Estamos esperando un bombardeo...¡váyanse¡ ¿No escuchan la radio?”

  En cinco minutos, empezamos a virar el ancla y en una hora estábamos a ocho millas de la costa con las máquinas paradas en espera de órdenes.

    Por fin el capitán telegrafió al armador explicándole la situación y éste le contestó.

 “Diríjanse al puerto de Vasilikos, al sur de la isla para cargar el tonelaje previsto”.

    Aquello supuso un alivio y como zorra que chupa limones, salimos hacia nuestro nuevo punto de destino.

    Han pasado seis días desde que llegamos a Chipre y  todo sigue en una calma tensa Hoy hemos tenido invitados  a varios militares de la ONU. Nos juntamos en dos mesas italianos, españoles, austriacos, australianos y grecochipriotas. Comimos, bebimos y reímos lo que no está escrito. Nadie diría que les preocupe para nada la bomba explosiva encima de la cual están obligados a sentarse a diario.

    Ayer hice una excursión turística. Me subí a lo alto de un monte y me llevé la agradable sorpresa de encontrarme con las ruinas de un teatro griego. Me senté en las gradas y dejé volar mi imaginación. Silencioso, representé mi papel de único espectador de una tragedia griega en la que  el fondo impresionante de un Mediterráneo azul confundiéndose con el añil del cielo, fuera el decorado de la obra. Es realmente triste ver estos paisajes en los que las trincheras abandonadas, flanquean a veces ruinas romanas y griegas, testigos mudos de sangrientas luchas entre griegos y turcos. Estuve por espacio de una hora absorto por cuanto me rodeaba, sin otra compañía que la de alguna gaviota curiosa y di gracias a Dios por haberme permitido disfrutar de tanta belleza.

Pablo                 

                                                                      Chipre, 28 de febrero de 1968

jueves, 12 de febrero de 2015

TEMPORAL

Autor:
Pablo Romero Montesino-Espartero 


Temporal
                       
                                       
 Carta nº 52
De una carta a la familia                                                      

 
     Queridísimos padres y hermanos:

Recibí vuestro telegrama que me llenó de alegría después de tanto tiempo sin noticias. Llegó a mis manos en navegación costeando la isla de Creta. La próxima vez hacedlo vía Berna Radio.

    De Chipre a Gibraltar, y por causa del mal tiempo, nos hemos visto obligados a buscar abrigo y fondear en la isla de Creta, en Cabo Bon (Túnez) y por último al sur de Mallorca. Creo que los dos días que precedieron a la última arribada forzosa, quedarán grabados en nuestras memorias por muchos años.

    El día 9 abandonamos el fondeadero de Cabo Bon al que llegamos a duras penas debido al fuerte poniente. Permanecimos fondeados al socaire de las montañas del cabo, hasta el día 10 por la tarde en que el tiempo amainó.

    El día 11  navegando las costas de Argelia, la estación inglesa de Malta lanzó al aire un aviso de temporal en el Mediterráneo anunciando una vigorous depressión a unas doscientas millas al oeste de Argel, desplazándose rápidamente hacia el este, con vientos de hasta 150 kms. por hora en todas las zonas de Mediterráneo Occidental.

    En donde nosotros nos encontrábamos, a unas doscientas millas de las Baleares, el tiempo era manejable y nos permitía hacer 8 nudos. A pesar de todo y confiando en que los ingleses no se equivocan en sus predicciones, pusimos rumbo al norte buscando el abrigo de las Baleares, ya que la costa norteafricana fuera de Cabo Bon, no ofrece  un solo lugar seguro. Este fue nuestro error, no volver a nuestro anterior refugio de Túnez, aunque ello hubiera supuesto hacer varios cientos de millas más. El día 11 a las siete de la tarde, Malta repitió de nuevo el aviso de la profunda depresión, cuando ya nos encontrábamos a mitad de camino entre la costa africana y las Baleares. El tiempo continuaba discreto y no salíamos de nuestro asombro pensando como se podían haber equivocado los ingleses, infalibles en sus avisos de temporal para la marina.

     A las diez de la noche-cosa extraordinaria en la estación meteorológica de Malta-repitió otra vez el aviso, pero esta vez daba rumbo NE a la depresión, con lo cual indefectiblemente cruzaría nuestra derrota. El barómetro hacía ya tres horas que bajaba a velocidad de vértigo hasta alcanzar los 745 mm.

    El capitán, triestino jubilado de la Marina Mercante italiana, me pidió que terminada mi guardia, permaneciera en el puente junto a él hasta que viéramos que sucedía.

    A las doce de la noche empezó a soplar fuerte el viento y dos horas más tarde dio comienzo nuestra odisea, que duró hasta las ocho de la noche del día 13, en que llegamos a la costa meridional de Mallorca.

    De madrugada, cuando vimos que sería imposible alcanzar Mallorca, empezamos a moderar máquina hasta quedar a la capa a una velocidad de 1 nudo. Hacia las cuatro de la mañana, el viento alcanzaba su máxima fuerza que se mantuvo por espacio de doce horas.

    Ni el capitán- con cuarenta años de experiencia de mar- ni yo, ni miembro alguno de la tripulación en nuestros años de vida marinera, habíamos padecido un tiempo semejante. El capitán aseguró que era superior al coletazo del ciclón Berta que hace años le cogió en el Atlántico Norte.

    Es muy difícil describir la fuerza de un viento de más de ciento cincuenta kms.por hora y olas de hasta doce metros de altura,  pero para que os hagáis una idea trataré de explicaros sus efectos en un barco de 140 metros de eslora y un desplazamiento en carga de 15.000 toneladas.

    Dada la amplitud del seno de la ola, el barco, en espacio de segundos recorre una distancia  del doble de la altura de la ola, bajando con la proa casi en picado, de tal forma que cuando ésta llega al fondo del seno, el palo de proa, con sus dieciséis metros de altura lo ves por debajo de la cresta a la que debes subir, si todo va bien; cuando esto no sucede debido a la falta de estabilidad longitudinal o a que el timonel se ha salido del rumbo de capa, la ola rompe en cubierta inundándola con cientos de toneladas de agua que destrozan todo lo que encuentran a su paso, obligando al barco a sumergir la mitad de su eslora y sometiéndolo a un esfuerzo terrible para poder emerger de nuevo. Son momentos angustiosos pues al tiempo que la proa inicia su recuperación, estás viendo venir a la siguiente que se te echa encima sin compasión. Todos los remaches de las cuadernas chirrían como si de un momento a otro el casco  fuera a partirse en dos; en el puente no puedes permanecer de pie sin estar férreamente agarrado a un pasamanos y cuando desciendes lo haces a tal velocidad que tienes la impresión de estar en una “montaña rusa”. A todo esto hay que añadir el “efecto noche” que te produce una sensación de soledad indescriptible, y el miedo a perder la vida se te echa encima cuando ves iluminada por la tenue luz de posición del palo de proa,  la montaña de agua a la que has de subir para librar su brutal embestida.

    El viento sopló durante toda la noche con su máxima intensidad. Un viento rabioso, incansable y de una fuerza indescriptible. Rompió, rasgó, dobló y destruyó cuanto quiso. Los golpes de mar retorcieron barras de acero, astillaron maderas, desplazaron de sus camas a los botes salvavidas y a uno de ellos de fibra tan dura como el acero y situado a diez metros sobre el nivel del agua, lo abolló como si fuera de cartón. Maderas de más de cuatro centímetros de espesor las arrancó de cuajo y las hizo saltar por los aires, volando como hojas de papel.

     Las crestas de algunas olas que pasaban sin afectarnos, las veíamos desplazarse por nuestros costados a la altura de nuestros ojos a pesar de estar el puente a trece metros  sobre el nivel del agua. El viento convertía esas crestas en agua pulverizada que barría con inusitada fuerza los cristales del puente dejándonos sin visibilidad, y cuando salíamos al alerón para hacer lecturas de los instrumentos meteorológicos, la cara se nos deformaba por efecto de la fuerza del viento en cuanto nos exponíamos a él. Respirábamos agua salada en suspensión durante los minutos que duraba la observación.

     Cuando la popa se alzaba al paso de la ola, la hélice de cinco toneladas, salía del agua y se volvía loca girando en vacío,  haciendo vibrar todas las superestructuras del Uje”.

    En la pantalla del radar, las olas aparecen como manchas anaranjadas discontinuas cubriéndola en todo su alcance, no permitiendo distinguir objeto flotante alguno en un radio de 25 millas. Navegamos a ciegas pues el agua espolvoreada de las crestas de las olas reducen la visibilidad a cero.

    Durante toda la noche, el capitán y yo permanecimos en el puente, junto al radiotelegrafista y el timonel, cuyo cambio de guardia no se efectuó hasta el amanecer por miedo a que el relevo perdiera el “son” del rumbo de capa que estábamos manteniendo a duras penas.

    Cada perdida del rumbo suponía un duro golpe de mar que  hacía retorcernos como si nos fuéramos al fondo del Mediterráneo por un sumidero.

    El capitán que es un pesimista recalcitrante, estaba a mi derecha y como yo, agarrado al pasamanos del frontal del puente, aguantando cada embestida. Durante aquella noche, no se cuantas veces me dijo:

    “Pablo, de esta no salimos”.

    “Parece una montaña, fíjate esa que viene, nos va a destrozar el castillo de proa”.

    “Si tuviéramos una avería en el motor, atravesados a la mar nos iríamos al fondo en cinco minutos”.

    El miedo hace que se te seque la boca y que una y otra vez te preguntes qué estas haciendo en medio de todo lo que sucede a tu derredor. Las ganas de salir corriendo se hacen casi irrefrenables y tienes que hacer un enorme esfuerzo por no gritar. A pesar de todo me permití más de una vez a lo largo de la noche, bromear preguntándole dónde le gustaría estar en aquel momento.

    En un radio de 300 millas, el telegrafista nos informó de siete S.O.S, alguno muy cerca de nuestra situación. De los siete, tres de ellos se fueron a pique aquella noche y otro se estrelló contra las costas de Cerdeña.

    Con las primeras luces del alba, el temporal fue cediendo y poco a poco fuimos saliendo del rumbo de capa, para dirigirnos a Mallorca e intentar recuperar fuerzas, reparar averías y meditar sobre los acontecimientos.

    Llegando a Palma de Mallorca, se nos acercó un remolcador y con el megáfono nos preguntó si habíamos visto a un carguero con una cubertada de madera que había pedido socorro. Aquello nos pareció un sarcasmo. Aquella noche cada cual vio únicamente la manera de salvar su barco y la vida, cualquier ayuda hubiera sido imposible en aquellas mares montañosas, con vientos de huracán que barrían las crestas de las olas no permitiéndonos ver ni tan siquiera la proa del barco.

   Termino esta carta navegando de Finisterre a la isla de Ouessant en el Canal de la Mancha, con buen tiempo y deseosos de poner los pies en tierra firme.

    Daría cualquier cosa por estar con vosotros.

 Pablo

                                             Canal de la Mancha   a 17 de Diciembre de 1967