Pablo Romero Montesino-Esparetero
Fondeado en Nueva Orleans abordo del "Sincerity"
Carta nº 62
23 de Enero de 1969
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Salimos esta mañana de Guayaquil y llegaremos
pasado mañana a El Callao.
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Ayer vi el Chimborazo. Durante todo el día
permaneció oculto y entre nubes, pero justo a la puesta del sol, salió como
para no dejarme con las ganas de contemplar su fantástica mole. Fue como
beberse un vaso de agua fresca con sed.
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Las nieves eternas del
Chimborazo me refrescaron lo indecible a pesar de encontrarnos en aquél momento
a unos 120 kms. de él.
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Como sabéis, aquí después de la puesta del
sol se hace de noche en pocos minutos; no hay apenas crepúsculo, a pesar de
ello pude ver las nieves de las laderas del volcán teñidas de color rosáceo, cuando ya en
Guayaquil era oscuro.
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Guayaquil me ha decepcionado, creo no haber
pasado tanto calor bochornoso en mi vía. La subida por el río es una prueba de
resistencia para la tripulación pues la humedad con 43 grados de temperatura
hace que se respire prácticamente agua. Hay una miseria extrema por doquier y
lo único que quizás te sorprende es ver los edificios coloniales más o menos
bien conservados, al igual que las iglesias que dejamos los españoles tras la
independencia de Ecuador. Impresiona la selva impenetrable a ambas orillas y
sus sonidos indescifrables para nosotros. Hay buena gente y no es tan peligroso
como Colombia, pero de cualquier forma hay que estar muy atento.
Afortunadamente hemos pasado tan solo un día en este puerto.
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28 de Enero de 1969
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Dejamos ayer El Callao después de tres días de permanencia en lo que es
puerto de la Ciudad de los Reyes como la bautizara Pizarro, o Lima como se
llama en la actualidad. Ahora navegamos hacia el puerto de Matarani, también en
Perú y al que llegaremos al amanecer.
Por nuestra proa, a las 5 de la mañana
deberá aparecer el volcán Misti de 6.500 m. de altitud y que se encuentra a 80
kms. de Matarani.
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Habíamos proyectado una excursión al lago
Titicaca, pero en Matarani tan solo permaneceremos una horas. Tendrá que ser el
próximo viaje.
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Los días son calurosos y las noches frías .
Por babor e iluminada por la luna, la cordillera de los Andes ofrece un aspecto
impresionante. La soledad es absoluta, ni una luz, ni un árbol, solo montañas
nevadas que en sus estribaciones pasan del blanco níveo al rojizo para más
tarde tornarse gris claro a medida que el sol las va bañando con su luz.
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La estancia en Lima ha sido un verdadero
regalo. Si me lo hubieran pedido hubiera renunciado al sueldo a cambio de poder
disfrutar de lo que es y significa esta ciudad para cualquier español y sobre
todo para un extremeño que siente en sus venas la grandeza de la gesta de
nuestros paisanos. A medida que navegamos hacia el sur a lo largo de esta costa
interminable, uno se pregunta como pudieron salvar tantas dificultades orográficas los hombres de España, “aquellos
que nacieron para asombrar, no para asombrase”. Miles de kilómetros de selvas
impenetrables y de territorios absolutamente desérticos, llevando consigo enseres, armas y animales domésticos. Mirando
la costa con los prismáticos, uno piensa que no pudo suceder todo eso que los
libros de La Conquista nos enseñan.
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El otro día pasamos ante la Isla Gallo y
tuve la impresión de levitar. La isla de los “Trece de la Fama”, en la que don
Francisco trazara la famosa raya divisoria que separaba a los valientes de los
cobardes, a los ambiciosos de los conformistas y que trece cruzaron sin titubear. Es difícil para
un extremeño no emocionarse ante el escenario de aquél hecho histórico y
heroico a la vez y en el que participaran varios paisanos. Entre aquella isla y
la de la Gorgona, cercana a la anterior, pasaron siete meses de privaciones y
hambre, esperando el auxilio de los marinos que volvieron a Panamá para pedir
ayuda. Los trece pedían ayuda, no para establecerse sino para continuar hacia
el sur y alcanzar el corazón del imperio inca a más de 3.000 kms de distancia
de dónde se encontraban.
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Lima es una ciudad que te impresiona por
muchas cosas, pero la plaza que desde una esquina preside Francisco Pizarro,
sobrecoge cuando desde su centro desparramas la vista a tu derredor. Para mi es solo comparable a la Plaza de San Marcos en Venecia. El Palacio Pizarro,
las enormes balconadas en madera labrada y la Catedral constituyen un complejo
arquitectónico que ya de por sí compensa el haber cruzado el Atlántico y parte del Pacífico para poder contemplarlo.
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La avenida de Miraflores en la zona
residencial tiene más de 5 kms. de palmeras erguidas como mástiles y que
flanqueadas por casas coloniales de una o dos plantas recuerdan a esas casas
señoriales de Jerez de la Frontera y el Puerto de Santa María y en las que el
elemento madera abunda.
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Si
las obras que dejamos aquí los españoles, son de por sí bellas, no os digo nada
del mestizaje. En Lima conocí a una belleza natural, mitad inca, mitad
española, que además de sus atractivos físicos posee el título de Psicólogo
Clínico y con un apellido muy español que no le pega ni con cola, pues tiene
todos los rasgos de una india. Entablé conversación con ella en una cafetería
donde según dicen las malas lenguas masculinas, las peruanas van a la caza de
marinos españoles. Esas mismas malas lenguas dicen también que la mayor
aspiración de una limeña es casarse con un español. La cosa fue sobre ruedas y
digo sobre ruedas, porque al poco de conocerla la invité a bailar en una sala
de fiestas de las afueras y me llevé la grata sorpresa de que tenía coche; un
Hillman inglés precioso en el que me llevó a
un restaurante típico a unos 10 kilómetros de Lima, donde no se baila
pero se ve bailar toda clase de danzas peruanas, que rezuman por todas partes
sabores de mestizaje.
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A las 2 de la mañana subimos a un monte por
un camino tortuoso para desde él, admirar la grandiosidad del océano. Por vez
primera pude contemplar desde tierra,
como la luna desaparecía tras el horizonte del Pacífico. Allá arriba me sentí
un Pizarro amando a la hija de Atahualpa.
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A las 4 de la mañana abandonamos el alto y
se empeñó en que condujera su coche hasta su casa y así lo hice y me piropeó mi
habilidad diciéndome “manejas muy lindo”. Me hubiera gustado estuviera presente
el que me examinó en Cáceres.
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A mitad de la bajada se nos acabó la
gasolina y llegamos a Lima entre empujones e inercia.
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Es una mujer de una belleza un tanto
exótica con los ojos achinados y la piel muy oscura. El cabello muy negro y unas manos muy bonitas, es
bajita pero muy bien proporcionada y cuando habla, su acento es muy suave con giros que al principio te
parecen un poco cursis, pero que al poco tiempo te resultan encantadores.
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La dejé en su casa. Su hermano la esperaba
en la puerta; era bajito pero fornido y
con aspecto de apache. La vivienda de una sola planta con jardín y porche de
arcos, sin grandes pretensiones y que me recordaba a una casa de peones
camineros. Me asusté al verle plantado en el porche, pero antes de que me empezaran a temblar las piernas pensé :
“Pablo, tu eres un extremeño como los que llegaron aquí hace cuatro siglos, que
significa un inca para ti, y no salí corriendo, aunque ganas no me faltaron.
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Al día siguiente me llamó al barco, pues
entre el miedo y el sueño se me olvidó pedirle el teléfono. Fue otro día ligado
a la cultura y al romanticismo. Recorrí con ella la Plaza de Armas y la
catedral que la preside. Me impresionó la tumba del conquistador del Perú. En
medio de una capilla de paredes con frescos y artesonados dorados, el sarcófago
de Francisco Pizarro de bellísima factura te sobrecoge, al pensar que dentro de
él descansan los restos de aquél porquero trujillano que sabe Dios cuántas
veces iría a lagartos por los berrocales que rodean Trujillo y que terminó
siendo Virrey del Perú.
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Me emocioné leyendo la placa conmemorativa
del cuarto centenario de la fundación de la ciudad de Lima por Francisco
Pizarro, colocada en el pedestal de su
estatua ecuestre. En una esquina de la plaza el monumento a Pizarro, idéntico al de nuestro Trujillo, hace que te sientas
orgulloso de ser español y extremeño. Di
más de cien vueltas alrededor de él, admirando cada detalle, y si en aquellos
momentos, el caballo hubiera defecado sobre mi cabeza, habría exclamado: ¡Lo ha
hecho de gusto al ver a un paisano de su amo¡
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La estatua ha sufrido diversos
desplazamientos a lo largo de los siglos. Al principio estaba situada en el
centro geométrico de la plaza, pero últimamente la han trasladado a una
esquina, como si se avergonzaran de ella. A Yolanda cuando ha salido a colación
el tema siempre le he dicho que los peruanos que se avergüenzan o atacan a
nuestra historia común, son los hijos de aquellos españoles que hicieron la
Conquista. Los mestizos, que arremeten contra todo lo que huela a aquella gesta y que en teoría deberían ser defensores a
ultranza de sus raíces indias, se avergüenzan de ellas y maltratan a los indios
de raza pura. ¡Qué incongruencia¡
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Pablo
(Continuará 2ª parte)