Foto: Venus y Marte de Boticelli. He elegido este cuadro para ilustrar mi carta íntima, porque veo en él a unas ninfas que tratan de despertar a Marte (de su ignorancia), desentendiéndose de la hermosa mujer que tiene enfrente, creyendo que todo está hecho y bajo control. Mientras que Venus lo mira cómo diciéndole, eres un indolente que no sabe que uno jamás debe“dormirse” en el amor.
Carta 68
Íntima
A bordo del “Alacrity” viaje de Panamá a Gdynia (Polonia) Noviembre de 1969
Nos encontramos en el
Atlántico Norte y a escasas singladuras del Canal de la Mancha. El viaje desde
Perú se hace largo y tedioso. La televisión no se ve y tan solo podemos
disfrutar de la proyección de películas que el capitán alquiló en Italia para el viaje.
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El cocinero italiano, además
de ser un buen profesional, tiene muy buen verbo y es un gran experto con las
mujeres. Por su edad y porte un tanto desgarbado, no se le podría enmarcar como
un clásico “latin lover”, yo diría que es una especie de viejo encantador de
hembras, a las que no sabemos que les da, pero que las envuelve primero con su
verbo y después las deja enganchadas con su arte.
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Su máxima es : “bisogna fare
l´amore a regola d´arte”.
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Pues bien, aprovechando sus
cualidades y conocimientos, pensando por otra parte que pasaríamos en Polonia
una temporada larga, se me ocurrió la idea de proponerle que abriera a bordo un aula de pedagogía del sexo. Aceptó
sin titubear y en el salón principal del barco, solo utilizado para proyección
de películas, montó nuestro carpintero, una tarima y colocó una mesa sobre
ella.
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A falta de pizarra para que
pudiera dibujar sus bosquejos, saqué del cuarto de derrota una carta náutica de
grandes medidas, y en su parte posterior pintó como Dios le dio a entender,
varias figuras del cuerpo de una mujer en dos posiciones: de cubito supino unas
y de cubito prono la demás, poniendo números en los distintos lugares en los
que se iban a dirimir los debates y sus enseñanzas. Se le dotó de un puntero y
lápices de colores para que pudiera trabajar subrayando o tachando lo que fuera
necesario, imponiéndosele como condición “sine qua non” el que no viniera a la
cátedra con el pantalón de cuadritos típico de “cuoco” napolitano.
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Usó el color verde para
señalar los puntos a los cuales debemos llegar con susurros y mucho cariño, sin
prisas pero con seguridad y sin timidez en los prolegómenos,
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El color azul para aquellos
en que una vez visitado los verdes, y siempre con el verbo de un enamorado,
deberíamos actuar con paciencia y ternura, pero sin complejos y ganando
posiciones.
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Finalmente, el color rojo lo
dejó para indicarnos los lugares en los cuales la fémina se rinde y se entrega
con pasión, si hemos hecho bien los anteriores deberes.
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Del punto “G” solo nos dijo
que está en el cerebro de cada cual y que si lo buscamos en recónditos lugares,
lo más probable es que nos aburramos y perdamos el tiempo que pudiéramos
emplear en cosas menos sofisticadas pero
más fructíferas, y por último, que el alcohol, la comida excesiva y las risas desmesuradas no son
buenas compañeras de viaje en el amor.
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El éxito fue rotundo y
determinados días, el Capitán, que también asistió a algunas clases, le daba el
relevo al oficial de guardia en el puente, para que éste pudiera bajar al salón
en el que se impartía la clase.
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En aquel lugar estábamos
reunidos italianos, yugoslavos,
españoles y un ecuatoriano que embarcó como polizón y que demostró ser un buen
marinero, siendo incorporado a la plantilla con todos sus derechos. Hubo días
en que se intercambiaban las guardias de mar para poder asistir a las
exposiciones y debates, y alguno que no entendía muy bien el italiano, tomaba
notas sobre dibujos de andar por casa y en los que la anatomía femenina, más
parecía un rompecabezas, que un cuerpo humano.
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Fueron días de gran
diversión, compaginados con ratos de enorme seriedad en los que las
explicaciones poco ortodoxas del cocinero, pero de gran sabiduría, se
entremezclaban con las preguntas de los más jóvenes e inexpertos y que causaban
admiración en los “tendidos” y carcajadas sin límite. De vez en cuando, algún
avanzado reflexionaba en voz alta sobre un determinado tema y otras se venía
abajo el “teatro” cuando el cocinero hacia preguntas a los alumnos y éstos
respondían con evasiones por puro desconocimiento, o equivocadamente sobre el nombre y la
importancia que a un determinado número
en los dibujos del día, pudiera corresponderle.
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Entre bromas y veras, en
aquellas clases el que más y el que menos mejoró notablemente en el arte de
amar y nos enseñaron no solo a saber más
de la anatomía femenina, también de cómo actuar en los “approaches”, algo sobre
psicología aplicada a la conquista de la mujer, comportamiento ante una real
hembra y “modus operandi” en la horizontalidad, la verticalidad, la oblicuidad
y en la oposición.
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En su lección magistral de
fin de curso, impartida pocos días antes de entrar en el Canal de la Mancha,
nos animó a hacer el amor susurrando, con mucho cariño y respeto y rodeándolo
todo con un halo de romanticismo y ternura.
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Cerró la clase con una frase
antológica que no he olvidado ni olvidaré en mi vida:
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“Fare l´amore é come
dipingere un quadro sul corpo della donna”
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Todos los alumnos,
especialmente los españolitos tan educaditos y tímidos con las mujeres, hemos
aprendido en diez días lo que no habíamos hecho a lo largo de nuestras jóvenes
vidas. Siempre he pensado que existen dos escuelas en este arte : la italiana y
la brasileña, yo me quedo con la italiana, porque entre otras cosas, siempre
está de por medio la música romántica y el “lacrima christi”.
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