Autor:
Pablo Romero Montesino-Expartero
Navegando por el Canal de Kiel
Carta nº 70
De una carta a la familia
Gydinia, 15 de Diciembre de 1969
Esta carta no saldrá desde Polonia pues
censuran la correspondencia hacia los países occidentales, así es que esperaré
a Hamburgo para echarla al correo.
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Llevo cinco días en Polonia y en el
transcurso de los mismos, creo haber adquirido suficientes conocimientos como
para escribir un artículo periodístico.
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No sabría explicar la extraña sensación que
uno siente tras el Telón de Acero, que aunque no lo creáis, continua siendo de
acero y del bueno. Creo haberos contado la impresión que me causó Alejandría,
cuando los remolcadores abrieron las redes anti-submarinos para dejar pasar a
nuestro barco. Pues bien, lo que se siente aquí es algo parecido, con la
diferencia de que aquello, al cabo de unos días te dabas cuenta de que a pesar
de las cargas de profundidad en el puerto y los disparos de los antiaéreos,
todo era una tragicomedia por la teatralidad que ponían los egipcios en sus
acciones guerreras. Aquí en cambio, el drama aumenta a medida que vas
conociendo más de la situación policial bajo la que nos encontramos y de la
sordidez del comunismo que aplasta a esta pobre gente, y que te produce un
temor que no había jamás sentido en ningún país de los que a lo largo de los
años haya conocido.
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La reglamentación a la que estamos
sometidos los tripulantes de barcos occidentales es de tal calado, que antes de
mover un dedo, debes pensártelo bien durante unos minutos, no sea que esté
prohibido.
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Inmediatamente después de haber dado cabos
a tierra, nos colocaron tres soldados, uno ruso y dos polacos, armados con
metralletas, uno en cada extremo del
barco y otro en el centro vigilando la escala real, con la exclusiva
misión de evitar fugas del país
embarcando como polizones.
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Los costados del “Alacrity” los tienen iluminados con potentes reflectores, de tal
manera que los soldados pueden vigilar
el que ningún hombre trepe por los cabos
o por la cadena del ancla. Los soldados de los extremos están en continuo
movimiento, entre otras cosas porque estamos a 18 bajo cero y siguen bajando
las temperaturas.
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He tenido ocasión de hablar en inglés con
varios polacos, gente educada, culta y de una amabilidad extraordinaria. Tan
solo se permiten hacer críticas sobre el comunismo y los rusos-a los que
detestan- si no están acompañados de otro polaco y siempre vigilando que nadie
pueda escucharles. Si por el contrario están dos, el afán de ambos es ponderar
el régimen comunista y a sus “hermanos” los rusos.
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La ciudad, es como esas casas señoriales a
las que la ruina de sus dueños las ha dejado en el más absoluto abandono, pero
que conservan su empaque de otra época mejor, sin atisbo de modernismo alguno. El tráfico
automovilístico prácticamente es inexistente, tan solo autobuses, taxis,
camiones y algún que otro turismo oficial circulan por sus calles, tristes y
sin color alguno que te recuerden al mundo occidental.
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Los signos clásicos de la Navidad están
representados por algún árbol con una paupérrima iluminación, adornos de poco
gusto en los escaparates, en los que poco o nada tienen que mostrar. Se ven
zapaterías que exhiben tres o cuatro pares de zapatos y hacen colas para verlos
en un orden pasmoso. También rollos de telas, que parecen abandonadas y tiradas
en desorden y aquellos que exhiben prendas femeninas, se asemejan a los
escaparates de nuestros pueblos menos desarrollados, mostrando sujetadores que
una española no vestiría ni para interpretar a Dulcinea del Toboso.
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La gente camina a toda velocidad con
enormes abrigos hasta los pies, sombreros de astracán y botas altas con los
pantalones dentro de ellas. En los jóvenes
se nota quizás una cierta variedad en el vestir pero dan la impresión de
un pueblo triste o muy serio, no sabría diferenciarlo. La música en la radio es
toda sinfónica o folclórica. La televisión solo se ve en bares y cafeterías y
como transmiten en canales distintos a los nuestros, no la podemos ver en el
televisor del barco.
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El descanso dominical tampoco existe;
trabajan en turnos continuos día y noche, incluso en Navidad. Dejan de hacerlo
en lugares a la intemperie cuando la temperatura alcanza los 25 grados bajo
cero; en cambio las iglesias se llenan de fieles y oyen misa desde el exterior
a pesar de un tiempo gélido que hiela hasta los pensamientos.
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Nos paran por la calle para pedirnos que
les vendamos nuestra ropa, ofreciéndonos cambios de 120 zlotis por un dólar, mientras que el cambio oficial es de 24 zlotis el dólar. En ocasiones dejamos de
propina al taxista hasta el triple del coste de la carrera pues ellos saben que
su trabajo lo estamos pagando con lo que gastamos en occidente en tomar un
café.
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El bajar a tierra significa tener que
pasar tres controles: uno del partido,
otro de la aduana y un tercero de la policía, tomando nota de la hora exacta en
que abandonamos el barco, entregando el pase de frontera y haciendo declaración
de cuanto llevas, cigarrillos, zlotis y
efectos personales, no pudiendo permanecer fuera del barco más de 24 horas y
sin alejarte más de 20 kms. de la ciudad, estando terminantemente prohibido
abandonar la carretera cuando vamos a la bonita ciudad de Sopot. Oficialmente
tenemos prohibido el frecuentar locales que no estén destinados específicamente
para extranjeros, -cosa que no cumplimos-pero en cambio te juegas de uno a seis
años de prisión, si sacas una fotografía o tomas apuntes, dibujos etc. de las
instalaciones portuarias. Estás obligado a presentar la declaración de moneda
en cualquier momento que se te pida y no puedes regresar a bordo con un solo zloti
que no haya sido cambiado bajo pena de prisión. Controlan las numeraciones de los billetes que los
agentes de la compañía nos entregan al salir del barco, por tanto la única
formula es sacar escondidos los dólares, cambiarlos en el mercado negro y
dárselos a guardar a nuestras respectivas “banqueras”. Cada tripulante tiene la
suya y son de fiar, porque somos esplendidos con nuestras conquistas polacas.
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Los sueldos oscilan entre las 1.400 ptas.
de un aduanero a las 5.000 ptas. de un
arquitecto o ingeniero. Los precios son increíblemente bajos si haces el cambio
en el mercado negro. Una cena en el mejor restaurante de Gdynia viene a costar
unas 200 ptas. Una botella de vodka-bebida nacional que consumen hombres y
mujeres como si bebieran agua- cuesta en
el mejor salón de baile unas 75 ptas.; unos buenos zapatos no más allá de 140
ptas. un traje entre 2.000 y 3.000 ptas.
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El otro día me dijo un alférez de la
policía que estuvo tomando una copa en mi camarote, “sí Chief, mi sueldo mensual es justamente lo que uno de sus marineros
gasta en tierra una noche en Gdynia”.
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La guerra le supuso a Polonia la enorme pérdida de seis millones de hombres por esta razón la población femenina es tan
grande viéndose a la salida de las fábricas solo mujeres, si bien la profesión mejor pagada en Polonia es la prostitución y está protegida al ser una óptima fuente de ingresos de divisas para el Estado. Lo cierto es que
en mayor o menor medida, soltera o casada, empleadas o no, todas
explotan un negocio que les produce en una noche la mitad del sueldo mensual de
un obrero. De esta forma, las mujeres lucen lujosos atuendos, abrigos de piel,
joyas etc. mientras que los hombres parecen hijos del mismo padre y de la misma
madre. Ellas con sus dólares se hacen comprar por los tripulantes de los
barcos en almacenes para extranjeros,
toda clase de “trapos” y enjuagues y siendo los marinos los únicos extranjeros,
nos convertimos sin comerlo ni beberlo en pura golosina para el sexo débil de
este país. Por otra parte, nuestra forma de ser latina y nuestra sana alegría
contagia a esta pobre gente cuando en algún local nocturno nos desternillamos
de risa, cantamos o bailamos como peonzas, y las chicas que no están con
nosotros miran a las nuestras con cierta envidia. Somos, incluido el capitán,
nueve oficiales. Después de cenar nos citamos todos en el Gran Café que es el
local más “chic”. Allí acuden nuestras
“banqueras” y organizamos una juerga que un día nos van a tachar de
asquerosos burgueses, capitalistas a los que chicas comunistas
revisionistas han hipnotizado con sus
encantos.
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En cada casa o apartamento viven de dos a
cuatro familias. El primer día que fui con mi “banquera” a su apartamento vi
que en cada puerta había tres o cuatro pares de botas masculinas y femeninas.
Pensé que sería una familia de veinte o treinta personas y me asusté un poco,
pues eran demasiadas botazas para este cacereño perdido de amor. Entonces ella
me explicó la cosa y lo difícil que
resulta el tener una vivienda en Polonia. Lo cierto es que cuando iba al baño
pasaba mi apuro, pero cuando noté que no se sentían ofendidos de tenerme bajo
el mismo techo, no cedía el baño a nadie, ¡la cola es la cola¡
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Otro día os seguiré contando, pues la
estancia aquí va a ser más larga de lo esperado.
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Pablo
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