Pablo Romero Montesino-Espartero
Carta nº 79
De una carta a la familiaMatadi, 21 Julio 1972
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Doy comienzo a esta carta navegando a lo largo de la Costa de Marfil. Mañana por la mañana entraremos en Abidjan para dejar en ese puerto dos mil toneladas de camiones, maquinaria y tractores agrícolas, con los que hemos tenido muchos problemas durante el viaje debido al mal tiempo. Es una carga que puede causar graves daños al barco si se aflojan las trincas ya que un camión suelto chocando contra las cuadernas y las planchas del casco pueden producir una vía de agua y llevarnos al fondo del mar en un abrir y cerrar de ojos. El oleaje de través imprime al barco unos bandazos tales, que cuando debemos bajar a la bodega para frenar una pieza de 25 toneladas, se produce algo así como una corrida de toros, en la que marineros y oficiales, nos jugamos el tipo tratando de parar a la "fiera".
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De Abidjan iremos a Lagos (Nigeria) y de allí a Pointe Noir y Matadi (Congo) donde terminará el viaje de ida. El regreso será tocando puertos de Camerún, Ghana, Marruecos, Francia e Italia.
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De Abidjan iremos a Lagos (Nigeria) y de allí a Pointe Noir y Matadi (Congo) donde terminará el viaje de ida. El regreso será tocando puertos de Camerún, Ghana, Marruecos, Francia e Italia.
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Nuestro bello “Geneve” en estos momentos
parece un barco de esclavos de principios de siglo XIX. En Nigeria tomamos
pasajeros para Matadi. Los blancos van en cómodos camarotes con aire
acondicionado y los 50 negros, los llevamos en cubierta. Duermen a la
intemperie, comen de lo que llevan encima y viajan con gran cantidad de bultos,
en los que esconden la coca con la que producen estupefacientes motivo
generalmente de su viaje. Algunas mujeres van acompañadas de crios que
transportan sobre sus espaldas metidos en un atillo de tela multicolor. Al atardecer
rezan mirando la puesta de sol y entonan cánticos que me recuerdan a las “Minas
del rey Salomón”. Por la mañana, el espectáculo desde el puente es
indescriptible. Cogen agua dulce de los grifos de cubierta y se lavan
completamente desnudos, hombres, mujeres y niños sin el menor pudor. Bien es
cierto que lo negro todo lo oculta, o casi todo. A popa tenemos instalada una
cabina de madera que sobresale del casco del barco y en la que hacen sus
necesidades desde una altura de doce metros desde el nivel del mar. Otras más
elegantes o por miedo a las alturas y a la mar
que aparece bajo sus pies, llevan su orinal para el “popó” que sin el
menor reparo lo hacen sin ocultarse de nada ni de nadie. Bueno son cosas que
viéndolas así parecen de lo más normal, pero si uno lo piensa...en fin, así es
Africa y sus miserias. Las pasajeras francesas se lo pasan en grande
contemplando el folclore desde las ventanas de sus camarotes.
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Continuo esta carta navegando por le río
Congo camino de Matadi donde cargaremos 3.000 toneladas de cobre en lingotes.
Matadi se encuentra a casi 300 kms. de la desembocadura del Congo. Es un río
asombroso en el que debemos navegar a toda
máquina, para poder luchar contra su fortísima corriente. Su cauce es muy
cambiante dependiendo de sus tremendas crecidas, lo cual representa un riesgo
añadido a su difícil navegación ya que el menor error puede dejar al barco
parado en seco sobre un bajo de fangos. Llevamos un “práctico” que embarcamos
en la desembocadura y que no es otra cosa que un aborigen semidesnudo buen
conocedor del río. Lo elegimos siguiendo indicaciones de un capitán francés que
conocimos en Camerún. Se presentan en piraguas y cada “práctico” lleva una
bandera que no es otra cosa que su identidad personal. Luchan contra la corriente,
el oleaje y a veces entre ellos mismos, para acercarse a nuestro barco con el
fin de ser contratado. La competencia es tremenda y solamente termina, cuando
el elegido sube por la escala de gato con su bandera arrollada al cuello en
señal de victoria, y saluda desde el puente de mando a los perdedores. Este
río, debido a sus crecidas, está cambiando continuamente su cauce, por lo que
el tener a bordo a uno de estos conocedores de sus intrincados caminos y
alteraciones, nos ayuda a relajarnos de los peligros que encierra su
navegación. Navegamos por una mar color chocolate en la que el camino seguro
para nuestro barco y su calado, permanece oculto a nuestros ojos, debiendo
confiar ciegamente en las indicaciones de cambio de rumbo, que el aborigen da
al piloto de guardia.
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Hemos terminado la carga de lingotes de
cobre. Pesan 50 kilogramos cada uno. Es una carga sumamente golosa y
problemática, pues si faltan lingotes en la descarga en Europa, tenemos graves
problemas con la Aduana, pero no son menores si nos sobran. En este caso antes
de finalizar la descarga, separamos los que sobran, los escondemos y al salir a
la mar los lanzamos por la borda. Cada uno de ellos tiene un valor en Europa de
unos 200 dólares.
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El calor húmedo mezclado con los olores del
Africa más profunda hace que uno sienta deseos de salir corriendo...pienso como
estarán en estos momentos las playas españolas... y yo aquí en mitad del río
Congo, rodeado de selva tropical, mosquitos y negritud.
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Pablo