Autor:
Pablo Romero Montesino-Espartero
De guardia en el Monte Urbasa. Trópico 1959
A las veinticuatro horas de nuestra salida de Río y pasada
la isla de San Sebastiao, el golfo de Santa Catarina nos sorprendió con una
“golfada” poco frecuente en estas aguas, pero que tienen una merecida fama. Son
de muy corta duración, pero te pueden dar una buena paliza.
El Monte Urbasa, de
gran potencia de máquina y buen gobierno, pero con excesiva estabilidad -debido
a que en bodegas llevábamos mucha maquinaria pesada- dio durante la noche,
fuertes bandazos.
Para el pasaje fue
una experiencia que no olvidaría jamás. Para nosotros, un mal tiempo con el que
a veces nos resulta incómodo coger el sueño.
En nuestro recorrido
de inspección por los pasillos de la tercera clase, oíamos en algunos camarotes
gritos femeninos de terror, acompañados por el ruido producido por el choque
contra los mamparos, de los objetos más diversos en libertad. Los pasajeros que
se aventuraban fuera de sus camarotes preocupados por la “situación” o por
alguna necesidad, rodaban por los suelos en cuanto perdían un punto de
sujeción, cada vez que una ola nos vapuleaba y nos imprimía una gran inercia en
el balance. Durante mi guardia nocturna, un grupo de pasajeros subió al puente
con los ojos desencajados y unos rostros que reflejaban miedo, desasosiego y
preocupación. Uno de ellos se dirigió al piloto de guardia y con la voz
demudada le dijo:
“Oficial, ¿es verdad que nos estamos hundiendo?”
La respuesta fue una sonora carcajada por parte de las tres
personas que en esos momentos estábamos de guardia. A mi no se me ocurrió otra
cosa para tranquilizarles, que hacerles ver el cigarrillo que me estaba
fumando.
Durante aquella
noche, el sonido del viento y la mar golpeando el casco, no nos permitió oír lo
que estaba sucediendo en la bodega número uno, en la cual iban los equipajes de
todo el pasaje y algunos pertrechos del barco. El mal tiempo fue cediendo y
ello nos permitió escuchar los golpes provenientes de aquella bodega. Llevamos
a cabo una inspección física antes de dejar la guardia y vimos con asombro como
un cilindro de repuesto del motor principal, con un peso aproximado de media
tonelada, se desplazaba por todo el plan del entrepuente. El mal tiempo había
aflojado las trincas con las que estaba fijado a dos cuadernas del barco y en
su loca carrera de un lado para otro, había literalmente triturado todo el
equipaje del pasaje. Cuando entramos en el entrepuente y una vez sujetado el
cilindro, pudimos ver un espectáculo dantesco. Parecía como si un tornado
hubiera pasado por allí, destrozándolo todo a su paso.
De todo aquello
diseminado, ropa, enseres, alimentos, objetos personales, etc. hubo algo que
por su blancura nos llamó la atención. Nos acercamos para averiguar que era
aquello y resultó ser un traje de novia, que en su rodar y rodar, estaba
impregnado de grasas comestibles, posiblemente proveniente de embutidos. Quizás
lo más triste que encontramos entre tanta desolación, fuera la industria del
afilador de Orense, prácticamente descuartizada, la rueda cuadrada y la caja de
herramientas con su interior, vacío.
Paradójicamente el
casco del barco no sufrió ningún daño y todo ello debido a que los equipajes de
aquella pobre gente, habían servido para amortiguar los golpes de la pieza
contra las planchas del casco. Dudo que la compañía se lo reconociera, pero
aquél cilindro podía haber causado daños gravísimos a las mercancías si hubiera
abierto una vía de agua.
El viaje Río- Buenos Aires se había retrasado algo, motivado
por la pérdida de velocidad durante la “golfada”, lo cual favorecía mi plan de
ataque a la brasileña que más me gustaba. No era una mujer espectacular, pero
había en ella algo que a mí siempre me atrajo del otro sexo: su femineidad. Su
tez morena y sus facciones denotaban su origen no del todo ibérico, tampoco
podía decirse que fuera una mulata, pero se acercaba bastante a ello. Sin
llegar a ser una belleza, su cara tenía el particular atractivo de sus ojos
negros y sus labios carnosos, era morena de cabello brillante y alborotado y
tenía un cuerpo bien proporcionado. Quizás uno de sus principales atractivos
fueran sus andares, que el leve movimiento del barco los hacían más sugerentes
aún.
PabloFoto:
De guardia en el Monte Urbasa. Trópico 1959