Autor:
Pablo Romero Montesino-Espartero
A bordo del Sincerity como Primer Oficial 1965
Carta nº 44
De una carta a la familia
El pasado día 29 cruzamos el estrecho de Messina. Como
tantas otras veces, lancé al agua una botella con una carta para vosotros. Como
el tiempo era bueno y la mar en calma, estoy seguro de que algún pesquero se
haría cargo del correo. Dentro de la botella iban dos paquetes de cigarrillos
sueltos y un billete de 500 liras para el franqueo. Quiero recordar, que hace
dos años recibisteis una carta mía echada al agua y que había tardado casi un
año en llegar a vuestras manos. Esperemos que a ésta, las corrientes la traten
mejor.
He pasado el estrecho en múltiples
ocasiones, pero nunca me había impresionado tanto como ésta última. Era el
amanecer de un día diáfano de una visibilidad extraordinaria que nos permitía
ver el coloso de Sicilia cubierto de un inmaculado manto de nieve. De su cráter
un penacho blanco de humo se elevaba a gran altura como avisándonos de que sólo
está dormido.
La navegación a lo largo de la costa norte
de la isla te permite contemplar en toda su grandeza sus montañas recortadas en
el añil de un cielo límpido y profundo, en contraste con el azul oscuro de la mar rizada y hermosa que se
interpone entre nosotros y la costa. Por el costado de babor y durante la noche
anterior, la isla de Stromboli nos ofreció el incomparable espectáculo
fantasmagórico de sus explosiones esporádicas, iluminando el horizonte por el
norte, como si de un faro de la
antigüedad se tratara. La última vez que pasé cerca de esta isla lo hice entre
el pequeño islote de Strombolichio y la costa de Stromboli. En aquella ocasión
las cenizas del volcán nos caían en la cubierta del barco como pavesas
apagadas. Fue algo que recordaré siempre.
A medida que nos acercábamos
al estrecho, fueron corriendo hacia popa, una tras otra, las islas de Vulcano,
Lípari y Salina. De la primera se pasa a menos de media milla y aparece a la
vista como un enorme cono volcánico de
color grisáceo de gran belleza, saliendo de la mar azul Las rompientes de su
lado sur, le dan un realce mayor, al salpicar de blanca espuma su costa
acantilada, oscura y despoblada de
vegetación. Con nuestra proa puesta en la costa de la península, corremos al
largo hacia el este, buscando el camino que deberá permitirnos pasar entre
Sicilia y el continente. Da la impresión de que el paso no existe y que nos
dirigimos hacia unos acantilados contra los que indefectiblemente estrellaremos
nuestro barco si no paramos las máquinas. Cuando Scilla apareció nítida a
nuestros ojos y los relieves de la cueva en la que Ulises se refugió al oír los
cantos de sirena, fueron tomando forma, yo también escuche esos cantos, pero ni
un grado varió el rumbo de mi barco, quizás fuera porque Ulises no llevaba como
nosotros, timón automático.
Poco a poco, el punto azul
del agua separando las dos costas se fue convirtiendo a medida que nos
dirigíamos a él, en una línea divisoria de mar por donde el Sincerity tenía que pasar del mar
Tirreno al Jónico.
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El sol fue elevándose tras las montañas
calabresas, mientras a nuestra derecha los edificios de la ciudad de Messina
cambiaban de color, pasando del violáceo al rosado y de éste al blanco más
puro. Por nuestra proa los overcraft, elevados sobre sus patines, parecían
volar sobre el agua, llevando del continente a la isla a pasajeros
enclaustrados pero cómodamente sentados en sus asientos de plástico.
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Por la amura de estribor, Taormina se nos
apareció de entre las aguas como queriéndonos decir que no pasáramos de largo sin visitar su histórica ciudad.
Nuestro barco impertérrito y sin haber escuchado de este lado del estrecho, más
sirenas que las de los ferrys que lo cruzaban, se dirigió a paso lento pero
seguro hacia el cabo Spartivento buscando el Adriático y el puerto de Ravenna
cuna del Dante.
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Mar Jónico, Noviembre de 1965
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Pablo