Pablo Romero Montesino-Espartero

Pablo Romero Montesino-Espartero
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Camarote desde donde fueron escritas algunas de estas cartas-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Con este blog pretendo ir recopilando las cartas escritas por mi hermano Pablo Romero M-E, dirigidas a la familia, durante sus primeros años de navegación tras terminar su carrera de Marino Mercante allá por el final de la década de los años cincuenta, principio de los sesenta-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------.

lunes, 2 de septiembre de 2013

ADIÓS FUNCHAL. RUMBO, FINISTERRE

Autor:
Pablo Romero Montesino-Espartero


"Monte Urbasa" 1960 - Al fondo, barco hundido durante la II Guerra Mundial.


Carta nº 26


Es una verdadera delicia tomar el sol en la cubierta del barco con la vista perdida en el inalcanzable horizonte de la mar, mientras la brisa marina te acaricia el rostro y te hace sentir en los labios un cierto sabor salobre...

     Dejamos ayer Funchal y a buena marcha llevamos ya rumbo a Finisterre.
 
     Al final, volvieron a encontrase nuestros caminos. La verdad es que no era difícil pues Funchal es una ciudad muy pequeña. Esta vez me acompañaba el Segundo Oficial de radio que como buen gallego estaba siempre por la “labor”. Mi compañero y amigo de aventuras es más bajo que la “carabina”, pero su corta estatura la suple con su gracejo particular.

     Repetimos la excursión con el solo objeto de bajar en trineo y ahí se rompieron todos los hielos. El vertiginoso descenso nos sirvió para que las distancias se redujeran a cero y nuestros cuerpos, por efecto de la divina fuerza centrífuga, se tocaran sin rubor para nadie. A parte de la emoción, casi de feria que suponía la bajada, el contacto físico ha producido una relajación de actitudes que de otra forma, a bordo, nos habría costado más por el hecho de ser dos pasajeras recomendadas.

     Una de las cosas que más le pueden poner nervioso a un oficial cuando está en el puente, es una visita inesperada de un pasajero tostón. En cambio siempre es bien recibida una pasajera, especialmente aquella con la que has establecido alguna relación durante el viaje. Los marinos en el puente somos bastante coquetos en presencia de una fémina, sabemos que la atracción se duplica y jugamos con esa ventaja. Nos volcamos en atenciones y hacemos de guía turístico al que los monumentos y las obras de arte, se los hubieran cambiado por la instrumentación y los sistemas de navegación del barco. Cuando la relación está más o menos avanzada, preferimos la noche, es más romántico y los cuadros de instrumentos iluminados hacen que te sientas más importante. Es fundamental hablarle de estrellas y distancias infinitas, pero hay que estar preparado para cualquier pregunta incómoda en relación con ellas, ya que el ridículo ante un error puede ser “astronómicamente” catastrófico. El “clímax” se alcanza cuando la pones al timón para que “lleve” el barco. A partir de ese momento puedes entrar ya en el cuarto de derrota, en el que además de cartas náuticas, tenemos un sofá, la intensidad de la luz es regulable, podemos escuchar música y solo tiene una puerta.

     Esta noche subió al puente para ver la recalada en Finisterre. La “multitud” no favoreció el encuentro, pero sirvió para que me viera en faena.

     Desde Funchal el tiempo es de mar bella y ventolinas deliciosas de levante, que transportan el olor de la costa gallega. Me parece tan lejano el “monte penurias”... y tan solo hace escasos meses que recalamos en Finisterre de vuelta de Estados Unidos. ¡Cuánto me ha cambiado la vida¡

    Me siento muy afortunado cuando miro a mi alrededor y veo uniformes, camareras, médico, capellán...y una chavala encantadora a mi lado a la que poder explicar sobre la carta náutica, los pormenores del viaje o los misterios e incógnitas que vemos reflejados en la pantalla del radar.

     Poco a poco la costa española va quedándose atrás al mismo tiempo que el viento del NO empieza a levantar una mar incómoda; al “Monte Urbasa” le resta velocidad pero le añade belleza cuando la ola rompe en la amura de babor, cubriendo la proa con un velo blanco de agua pulverizada por efecto del viento. El Golfo empieza a soplar con fuerza haciendo que la jarcia del barco inicie su cántico triste y lastimero en una noche de cielos cubiertos que de vez en cuando dejan ver una luna casi velada por nubes que pasan ante ella a gran velocidad. A medida que nos adentramos en el Golfo de Vizcaya la mar gruesa golpea nuestro casco, produciéndonos fuertes escoras que hacen desagradable la navegación.

     Cuando estamos a la vista de “Le Vierge” en la costa francesa, recibimos una llamada de socorro de un barco holandés que solicita asistencia médica para un marinero gravemente herido. A pesar de estar muy alejado de nosotros, le hemos dado nuestra posición y hemos cambiado rumbo para encontrarnos. El médico de a bordo, que es de Palencia, se ha llevado un buen susto, pues habría tenido que ser transbordado en una mar muy gruesa. El fallecimiento del desafortunado marinero ha evitado correr riesgos y hemos vuelto a nuestro rumbo camino del Canal de la Mancha.

   Por los pasillos no se ve un alma y los que salimos o entramos de guardia nos saludamos recordándonos que el viaje continua bajo el influjo del “pasajero” de la bodega uno, que en ataúd de zinc se quedó en Vigo.

     Así como el turismo bautiza nuestras costas de playas con nombres coloristas, el marino ha hecho lo propio con otras menos turísticas aunque no por ello menos bonitas. De esta forma tenemos nuestra “Costa de la Muerte” comprendida entre La Estaca y cabo Silleiro y la “Costa Fantasma” la que discurre por nuestro costado de babor en la que las rocas blancas de Dover son su más conocido signo de identidad.
Cuando se dan tiempos duros del oeste, huimos de la primera como se puede huir de un monstruo salvaje que mata y hunde barcos sin piedad. En ella han terminado sus días miles de ellos, con niebla o sin niebla, en temporales y mares calmos...

     La segunda, conocida por los marinos en todos sus pormenores geográficos, campos de minas, barcos embarrancados, bajos peligrosos etc. es para nosotros la costa físicamente invisible, pues de cien veces que se pase a lo largo de ella uno puede considerarse un afortunado si la ha visto una. Las noventa y nueve restantes transcurre por nuestro costado escondida en la niebla, tan espesa a veces, que se mastica. De sus entrañas, los bocinazos de sus faros invisibles dan la impresión de ser los lamentos de sus fantasmas, escapados de un infierno dantesco. Solo el ojo electrónico del “radar” es capaz de desnudarla de su manto blanco grisáceo, ofreciéndonosla como una mancha anaranjada fosforescente de límites marcados o difuminados según la altura de sus acantilados, su distancia del barco o composición geológica. Cuando como hoy, se ofrece a nuestra vista en toda su extensión sufrimos una extraña sensación. Algo así como la que nos produce ver físicamente a una persona de la cual solo conociéramos su voz. 


Pablo


(continuará)