Pablo Romero Montesino-Espartero

Pablo Romero Montesino-Espartero
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Camarote desde donde fueron escritas algunas de estas cartas-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Con este blog pretendo ir recopilando las cartas escritas por mi hermano Pablo Romero M-E, dirigidas a la familia, durante sus primeros años de navegación tras terminar su carrera de Marino Mercante allá por el final de la década de los años cincuenta, principio de los sesenta-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------.

viernes, 19 de febrero de 2016

CARTA DESDE GDYNIA (II)

Autor:
Pablo Romero Montesino-Espartero


A bordo del "Sincerity" buscando la Torre de Hércules




Carta nº 71
De una carta a la familia
Continuación de la carta anterior
 
 
    Hoy hace exactamente dieciséis días que llegamos a Polonia durante los cuales he vivido intensamente, amado mucho y trabajado poco.
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    Hace unos días al pasar el control de pasaportes a la salida del puerto me encontré  de nuevo a Tania atendiendo en su ventanilla a los marinos que salíamos del puerto. La he visto en otras ocasiones en las que siempre le había demostrado mi admiración por sus encantos femeninos. Es rusa, tiene treinta y tres años y está casada por lo que siempre me limité a ser simplemente cortés con ella. Pero mira por dónde, un compañero me dijo que no perdiera el tiempo y que hiciera algo más, ya que ella al parecer se interesaba por este cacereño. A mí Tania  no le falta de nada. Seguro del terreno que pisaba, la cité ocultando mi conocimiento de su estado civil. Me contestó que no podía encontrarse conmigo en ningún local pues como funcionaria, le estaba prohibido intimar con extranjeros. El problema quedó resuelto encontrándonos en la casa de la amiga del Tercer Oficial del Alacrity buen amigo y compañero, que no puso inconveniente alguno. Otra vez compartiendo techo con otra pareja. Habitación y salón bastante grande para lo que se lleva por aquí. Desde su ventana se puede contemplar el paisaje nevado más bonito que he visto en mi vida. Música, vodka, cigarrillos americanos, comestibles aportados por dos pudientes marinos españoles, calor de estufa de carbón y mucho amor.
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    El día de nochebuena nos reunimos en este apartamento el Capitán, el Jefe de Máquinas, el Tercer Piloto, el Telegrafista y yo, cada uno, a excepción del Capitán, con su respectiva “banquera”. Trajimos del barco en una furgoneta dos pavos asados, champagne, vodka, vinos, spaghetties, pescados, dulces variados, conservas de todo tipo, adornos navideños y regalos. Con todo el material y dirigiendo la operación vino también el cocinero del barco, hombre divertido dónde los haya y buen profesional que preparó una cena pantagruélica que dejó al personal perplejo, especialmente a nuestros amigos polacos, que vieron aquello como un milagro de la virgen de Cracovia. Tuvieron que pedir sillas a unos vecinos para poder sentarnos todos alrededor de una vieja mesa de madera. La cena resultó un éxito y como ésta gente es tan religiosa, tuvimos que acompañarlas a la Misa del Gallo, pero nos vimos obligados a  quedarnos fuera de la iglesia porque estaba hasta los topes. Con cerca de 20 grados bajo cero y no pudiendo entrar en calor de otra forma, los latinos nos alejamos de la puerta y nos liamos a tirarnos bolas de nieve y a correr de un lado para otro como caballos desbocados Creo que los feligreses lo entendieron, porque una vez finalizada la ceremonia, recogimos a nuestras polacas y no nos lo tuvieron en cuenta.
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    El otro día tuve un contratiempo que me podía haber costado muy caro. Gracias al Capitán, profesional donde los haya y buen amigo mío, todo quedó en un susto mayúsculo.
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    Generalmente el cambio de moneda lo hacemos en el mercado negro de la ciudad, para evitarnos problemas a la salida del puerto, pero esta vez caí en la tentación de hacerlo cómodamente a bordo, pues el cocinero tenía una buena remesa de zlotis de no se sabe que extraña procedencia y me ofrecía un cambio estupendo.
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    Nada más poner los pies en tierra, un oficial de aduanas, me hizo la pregunta de rigor:
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“¿Cuántos dólares y zlotis lleva encima?”
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    Tiré de cartera y como un auténtico panoli le enseñé todo mi capital, cifrado en unos tres mil zlotis.
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    Debo aclarar que oficialmente el Capitán entrega a cada tripulante el dinero polaco que desee, pero al cambio oficial, lo cual sale carísimo.
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    Inmediatamente el oficial me volvió a preguntar:
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“¿En dónde ha obtenido estos zlotis?”, a lo que respondí:
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   “Me los ha entregado el Capitán”, (cambio oficial).
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Sin mediar otra palabra me cogió del brazo y me llevó detenido a las oficinas de la policía del puerto en cuyas paredes colgaban una al lado de la otra, fotografías de Lenin y Marx. Allí, una mujer uniformada de cabellos estirados y moño, con toda la pinta de una inquisidora del KGB, me volvió a hacer las mismas preguntas en presencia del aduanero, obteniendo con ello las mismas respuestas. Descolgó el teléfono e hizo una llamada y me dijo:
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“Está Vd. mintiéndonos, el agente de su compañía naviera nos dice que las numeraciones de los billetes que tiene en su cartera, no coinciden con las serie de los que le entregaron a su Capitán para la tripulación.”
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Me temblaron las piernas pues había oído hablar de las leyes tan estrictas en lo concerniente al tráfico de divisas.
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Hicieron que me desnudara hasta dejarme en calzoncillos, registrando hasta el último rincón de mi ropa y me dijeron que estaría detenido hasta que el Capitán se hiciera responsable de la multa o me quedaría en Polonia unos cuantos meses.
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  Pasadas unas horas y acompañado por el mismo oficial de Aduanas que me detuvo, llegó el cocinero que me había hecho el cambio de moneda a bordo, con un pañuelo en la boca y tosiendo como un tuberculoso. Delante de mí le obligaron a desnudarse, encontrándole unos cientos de zlotis que como hice yo, confesó que se los había entregado el Capitán (cambio oficial). Le registraron hasta los calcetines, con cierta prevención por parte del oficial de Aduana, pues tosía y tosía tapándose la boca con el pañuelo.
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    La policía le confirmó que los números de los billetes pertenecían a las series que el agente de la Naviera había entregado al Capitán y que por tanto no había ningún problema y que se podía ir tranquilamente. Pasaron varias horas, hasta que llamaron al Capitán para explicarles que su Primer Oficial estaba detenido por tráfico ilegal de divisas. Cuándo lo vi entrar en aquella tétrica y siniestra oficina, su pequeña figura me pareció la de un gigante, que con su espada de fuego venía a liberarme de las garras de aquella comunista, marxista, leninista polaca.
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Su defensa se fundamentó en explicarles mi desconocimiento de las leyes polacas, el que fuera mi primera visita a Gdynia y sobre todo en mi buena fe, ya que no había escondido el dinero y el cambio lo había efectuado en la ciudad engañado seguramente por alguna mujer.
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Después de cerca de cinco horas detenido, salimos camino del barco con la lección bien aprendida y sin un céntimo, ya que me “confiscaron” todo. Tan sólo se libraron unos dólares que llevaba camuflados en el cuello de mi abrigo de cheviot. No hubo multa pues ello hubiera significado papel oficial, con lo cual no habrían podido sacar partido del botín, así es que todo se quedó en un buen susto.
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Una vez a bordo, le dije al cocinero que se había librado por los pelos y le pregunté:
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 “Pero ¿por qué coño tosía usted tanto en el interrogatorio y el cacheo?”, a lo que contestó:
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 “En el pañuelo tenía enrollados más de cinco mil zlotis del mercado negro en billetes grandes”. Es napolitano.
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 Pablo                                        
 

lunes, 1 de febrero de 2016

CARTA DESDE GDYNIA (I)

Autor:
Pablo Romero Montesino-Expartero

 
Navegando por el Canal de Kiel
 

Carta nº 70
De una carta a la familia
Gydinia, 15 de Diciembre de 1969

 
    Esta carta no saldrá desde Polonia pues censuran la correspondencia hacia los países occidentales, así es que esperaré a Hamburgo para echarla al correo.
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    Llevo cinco días en Polonia y en el transcurso de los mismos, creo haber adquirido suficientes conocimientos como para escribir un artículo periodístico.
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    No sabría explicar la extraña sensación que uno siente tras el Telón de Acero, que aunque no lo creáis, continua siendo de acero y del bueno. Creo haberos contado la impresión que me causó Alejandría, cuando los remolcadores abrieron las redes anti-submarinos para dejar pasar a nuestro barco. Pues bien, lo que se siente aquí es algo parecido, con la diferencia de que aquello, al cabo de unos días te dabas cuenta de que a pesar de las cargas de profundidad en el puerto y los disparos de los antiaéreos, todo era una tragicomedia por la teatralidad que ponían los egipcios en sus acciones guerreras. Aquí en cambio, el drama aumenta a medida que vas conociendo más de la situación policial bajo la que nos encontramos y de la sordidez del comunismo que aplasta a esta pobre gente, y que te produce un temor que no había jamás sentido en ningún país de los que a lo largo de los años haya conocido.
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    La reglamentación a la que estamos sometidos los tripulantes de barcos occidentales es de tal calado, que antes de mover un dedo, debes pensártelo bien durante unos minutos, no sea que esté prohibido.
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    Inmediatamente después de haber dado cabos a tierra, nos colocaron tres soldados, uno ruso y dos polacos, armados con metralletas, uno en cada  extremo del barco y otro en el centro vigilando la escala real, con la exclusiva misión  de evitar fugas del país embarcando como polizones.
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    Los costados del “Alacrity” los tienen iluminados con potentes reflectores, de tal manera  que los soldados pueden vigilar el que ningún hombre  trepe por los cabos o por la cadena del ancla. Los soldados de los extremos están en continuo movimiento, entre otras cosas porque estamos a 18 bajo cero y siguen bajando las temperaturas.
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    He tenido ocasión de hablar en inglés con varios polacos, gente educada, culta y de una amabilidad extraordinaria. Tan solo se permiten hacer críticas sobre el comunismo y los rusos-a los que detestan- si no están acompañados de otro polaco y siempre vigilando que nadie pueda escucharles. Si por el contrario están dos, el afán de ambos es ponderar el régimen comunista y a sus “hermanos” los rusos.
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    La ciudad, es como esas casas señoriales a las que la ruina de sus dueños las ha dejado en el más absoluto abandono, pero que conservan su empaque de otra época mejor, sin  atisbo de modernismo alguno. El tráfico automovilístico prácticamente es inexistente, tan solo autobuses, taxis, camiones y algún que otro turismo oficial circulan por sus calles, tristes y sin color alguno que te recuerden al mundo occidental.
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    Los signos clásicos de la Navidad están representados por algún árbol con una paupérrima iluminación, adornos de poco gusto en los escaparates, en los que poco o nada tienen que mostrar. Se ven zapaterías que exhiben tres o cuatro pares de zapatos y hacen colas para verlos en un orden pasmoso. También rollos de telas, que parecen abandonadas y tiradas en desorden y aquellos que exhiben prendas femeninas, se asemejan a los escaparates de nuestros pueblos menos desarrollados, mostrando sujetadores que una española no vestiría ni para interpretar a Dulcinea del Toboso.
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    La gente camina a toda velocidad con enormes abrigos hasta los pies, sombreros de astracán y botas altas con los pantalones dentro de ellas. En los jóvenes  se nota quizás una cierta variedad en el vestir pero dan la impresión de un pueblo triste o muy serio, no sabría diferenciarlo. La música en la radio es toda sinfónica o folclórica. La televisión solo se ve en bares y cafeterías y como transmiten en canales distintos a los nuestros, no la podemos ver en el televisor del barco.
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    El descanso dominical tampoco existe; trabajan en turnos continuos día y noche, incluso en Navidad. Dejan de hacerlo en lugares a la intemperie cuando la temperatura alcanza los 25 grados bajo cero; en cambio las iglesias se llenan de fieles y oyen misa desde el exterior a pesar de un tiempo gélido que hiela hasta los pensamientos.
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     Nos paran por la calle para pedirnos que les vendamos nuestra ropa, ofreciéndonos cambios de 120 zlotis por un dólar, mientras que el cambio oficial es de 24 zlotis el dólar. En ocasiones dejamos de propina al taxista hasta el triple del coste de la carrera pues ellos saben que su trabajo lo estamos pagando con lo que gastamos en occidente en tomar un café.
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    El bajar a tierra significa tener que pasar  tres controles: uno del partido, otro de la aduana y un tercero de la policía, tomando nota de la hora exacta en que abandonamos el barco, entregando el pase de frontera y haciendo declaración de cuanto llevas, cigarrillos, zlotis y efectos personales, no pudiendo permanecer fuera del barco más de 24 horas y sin alejarte más de 20 kms. de la ciudad, estando terminantemente prohibido abandonar la carretera cuando vamos a la bonita ciudad de Sopot. Oficialmente tenemos prohibido el frecuentar locales que no estén destinados específicamente para extranjeros, -cosa que no cumplimos-pero en cambio te juegas de uno a seis años de prisión, si sacas una fotografía o tomas apuntes, dibujos etc. de las instalaciones portuarias. Estás obligado a presentar la declaración de moneda en cualquier momento que se te pida y no puedes regresar a bordo con un solo zloti   que no haya sido cambiado bajo pena de prisión. Controlan las numeraciones de los billetes que los agentes de la compañía nos entregan al salir del barco, por tanto la única formula es sacar escondidos los dólares, cambiarlos en el mercado negro y dárselos a guardar a nuestras respectivas “banqueras”. Cada tripulante tiene la suya y son de fiar, porque somos esplendidos con nuestras conquistas polacas.
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    Los sueldos oscilan entre las 1.400 ptas. de un  aduanero a las 5.000 ptas. de un arquitecto o ingeniero. Los precios son increíblemente bajos si haces el cambio en el mercado negro. Una cena en el mejor restaurante de Gdynia viene a costar unas 200 ptas. Una botella de vodka-bebida nacional que consumen hombres y mujeres como si bebieran agua-  cuesta en el mejor salón de baile unas 75 ptas.; unos buenos zapatos no más allá de 140 ptas. un traje entre 2.000 y 3.000 ptas.
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    El otro día me dijo un alférez de la policía que estuvo tomando una copa en mi camarote, “sí Chief, mi sueldo mensual es justamente lo que uno de sus marineros gasta en tierra una noche en Gdynia”.
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    La guerra le supuso a Polonia la enorme pérdida de seis millones de hombres por esta razón la población femenina es tan grande viéndose a la salida de las fábricas solo mujeres, si bien la profesión mejor pagada en Polonia es la prostitución y está protegida al ser una óptima fuente de ingresos de divisas para el Estado. Lo cierto es que  en mayor o menor medida, soltera o casada, empleadas o no, todas explotan un negocio que les produce en una noche la mitad del sueldo mensual de un obrero. De esta forma, las mujeres lucen lujosos atuendos, abrigos de piel, joyas etc. mientras que los hombres parecen hijos del mismo padre y de la misma madre. Ellas con sus dólares se hacen comprar por los tripulantes de los barcos  en almacenes para extranjeros, toda clase de “trapos” y enjuagues y siendo los marinos los únicos extranjeros, nos convertimos sin comerlo ni beberlo en pura golosina para el sexo débil de este país. Por otra parte, nuestra forma de ser latina y nuestra sana alegría contagia a esta pobre gente cuando en algún local nocturno nos desternillamos de risa, cantamos o bailamos como peonzas, y las chicas que no están con nosotros miran a las nuestras con cierta envidia. Somos, incluido el capitán, nueve oficiales. Después de cenar nos citamos todos en el Gran Café que es el local más “chic”. Allí acuden nuestras  “banqueras” y organizamos una juerga que un día nos van a tachar de asquerosos burgueses, capitalistas a los que chicas comunistas revisionistas  han hipnotizado con sus encantos.
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    En cada casa o apartamento viven de dos a cuatro familias. El primer día que fui con mi “banquera” a su apartamento vi que en cada puerta había tres o cuatro pares de botas masculinas y femeninas. Pensé que sería una familia de veinte o treinta personas y me asusté un poco, pues eran demasiadas botazas para este cacereño perdido de amor. Entonces ella me explicó la cosa  y lo difícil que resulta el tener una vivienda en Polonia. Lo cierto es que cuando iba al baño pasaba mi apuro, pero cuando noté que no se sentían ofendidos de tenerme bajo el mismo techo, no cedía el baño a nadie, ¡la cola es la cola¡
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    Otro día os seguiré contando, pues la estancia aquí va a ser más larga de lo esperado.
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 Pablo                                  
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