Autor:
Pablo Romero Montesino-Espartero
El "Graf Spee" tal y como yo lo vi en 1959
Carta nº 18
Finalmente dejamos atrás el golfo de Santa Catarina y la mar
se torno bella, dejándonos el mal tiempo una brisa de levante que hacía las
delicias de todos. El horizonte se había alejado hasta el infinito y el sol
volvía a castigarnos de pleno. Desde el alerón del puente, podíamos ver como el
pasaje salía a cubierta y se tumbaba sobre las escotillas de las bodegas, para
recuperar las fuerzas perdidas y hacer frente a las agujetas producidas por
tratar de aguantar el balance y mantener la verticalidad. Las dos cariocas,
únicas pasajeras de la primera clase, tomaban el sol en la piscina, y en el
puente nos dábamos de puñetazos el Agregado gallego y yo, por ver quién cogía
primero los prismáticos. Pasaba su guardia y la de los demás contemplando el
panorama y relamiéndose como un gato ante un plato de pescado.
He de decir en honor
a la verdad, que la mayoría de los oficiales eran vascos y que ellos se
dedicaban más al “mus” y a los “chiquitos” que a perseguir faldas por el barco,
por lo que mi única competencia era el gallego, que jugaba con ventaja por su
facilidad con el portugués. Pero mi amigo, cometería el error de abandonar el
puente y bajar a comer estando ellas en la piscina. Ahí perdió su ventaja.
De forma inopinada quitaron la cadena que impide al pasaje
subir al puente y se presentaron las dos en bañador. Al mismo tiempo recibimos
una llamada del Capitán, indicándonos que eran pasajeras muy recomendadas y que
las tratáramos con toda clase de cortesías. No podía creérmelo, pero la llamada
del Capitán era también un aviso a navegantes-nunca mejor dicho-para que
anduviéramos con sumo cuidado. Romanticismo sí, pero lo justo.
A partir de aquella
visita “oficial”, mi compañero gallego y yo cumplimos con nuestro “deber” y nos
prodigamos en atenciones hacia ellas, sin el menor esfuerzo, dicho sea de paso.
El tercer telegrafista, buen amigo, nos suministraba toda la música romántica
habida y por haber a través del sistema de megafonía interna y convertimos el
salón veranda de primera clase, en una coqueta “boite”.
En los días que duró el viaje hasta Buenos Aires, contamos
desde la cubierta, todas las estrellas del hemisferio austral mientras
bailábamos o nos bañábamos en la piscina. Sacrifiqué horas de sueño hasta tal
punto, que una noche en mi guardia, me caí redondo al suelo como fulminado por
un rayo. ¡Me había quedado dormido de pie¡ El timonel se llevó un susto mortal
pues al caer, pegué con la cabeza en la base de la bitácora y casi me abro el
cráneo, pero... mereció la pena.
A medida que nos
acercábamos al Plata, las aguas iban perdiendo su color azul, hasta cruzar la
frontera que delimita las densidades,- perfectamente definida- y que en
cuestión de escasos metros se tornan color chocolate claro. En las proximidades
de Montevideo, y surgiendo de las aguas someras como un fantasma, el famoso
acorazado alemán “Graf Spee” se deja ver en la bajamar. Su torre de señales, su
puente de mando y algún cañón afloran herrumbrosos, recordándonos la tragedia
vivida en la denominada “Batalla del río de la Plata”.
Era un acorazado de bolsillo que sembró- durante algún
tiempo-de muerte y desolación las marinas mercantes aliadas, al principio de la
Segunda Guerra Mundial. Se hizo famoso por sus acciones de corsario en el
Atlántico Sur, hasta que buques de la armada británica y australiana, le
obligaron a refugiarse en Montevideo, después de haberles infligido importantes
daños y pérdidas en vidas humanas, a escasas millas de ese puerto. Las
autoridades uruguayas obligaron al Capitán Langsdroff a salir a mar abierto,
dónde le esperaban los barcos que le habían dado caza. Inopinadamente, zarpó de
puerto y siguiendo instrucciones de Berlín, hizo estallar cargas que lo
hundieron para siempre a la vista de todos los curiosos que desde el rompeolas,
se apiñaban con la esperanza de ver el segundo acto de la tragedia. El Capitán
se suicidó en un hotel en Buenos Aires. Pasar delante de estos restos, no deja
indiferente a nadie.
Pablo
(continuará)
El "Graf Spee" tal y como yo lo vi en 1959
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