Autor:
Pablo Romero Montesino-Espartero
Rastra y facón de un gaucho argentino.
El “Monte Urbasa” es un buque mixto de carga y pasaje y en
el que, generalmente, cargábamos en viaje de regreso grano en Argentina y café
en Brasil.
Mi primer contacto
con la Pampa argentina lo tuve gracias a nuestra escala en Mar del Plata ,
puerto turístico y cerealista de gran importancia en el que pasamos una semana
cargando trigo para Funchal y Amberes.
Como siempre, nuestro
barco era visitado por gente variopinta en cuanto dábamos el último cabo a
tierra. Jamás pude imaginar en mis correrías cinegéticas tras los lagartos por
los campos y berrocales malpartideños, que algún día iría de caza por la Pampa
y menos aún invitado por un turco.
Gregory era uno de esos visitantes que se interesaba por los
barcos y cuanto se podía comprar en ellos. La palabra “importado” tenía un
significado para él casi erótico. De doble nacionalidad, regentaba en Mar del
Plata una tienda de recuerdos trabajados en oro y plata y del que guardo como
recuerdo un “facón” y una “matera”, ésta última en mérito a nuestra amistad, obsequio
de la casa, lleva adornos de plata y oro y es una obra de artesanía gaucha que
nunca creí merecer.
Pues bien, la
cuestión es que a bordo de su Chevrolet de la época de Al Capone, un buen día,
con mi amigo y compañero gallego, salímos para la Pampa con afán de aventura y
la ilusión de cazar un “chancho”, unas liebres o un ”ñandú”, teniendo como guía
a nuestro nuevo amigo Gregory y al ayudante del Juez de Mar del Plata amigo a
su vez de los propietarios de la finca.
El viaje desde el
puerto hasta el “cazadero” se hizo casi interminable y siempre por pistas de
tierra. Tras un recorrido de unos 200 kilómetros llegamos de amanecida a la
estancia cuya superficie de 24.000 hectáreas nunca llegamos a asimilar como
algo real.
Cargados de rifles,
escopetas y hasta un revolver, nos presentamos en la casa de la finca y a
partir de aquí, enlazo con la carta que desde Mar del Plata escribí a mi
familia en Cáceres.
“ La casa está rodeada de dependencias de toda índole y en
su conjunto parece como si se tratara de un pequeño pueblo. Nos salió a recibir
el hijo mayor del guarda que sería nuestro anfitrión en ausencia del dueño. Se
trata de una familia gaucha con catorce hijos, todos ellos trabajan en la
estancia cuidando del ganado, miles de cabezas que en libertad permanente,
deambulan por todos los confines de la finca.
De unos treinta años
de edad, parecía persona de carácter serio, pero algo tímido por nuestra
presencia. Tostado por el sol y el viento, pelo muy negro y facciones
enteramente indígenas, bigote bien poblado y de una estatura poco común. Al
igual que los demás varones vestía el traje típico gaucho. Sombrero negro de
ala ancha, cazadora de cuero con adornos de plata ennegrecida y pañuelo anudado
al cuello. Pantalones bombachos, -que me traían recuerdos de mis años en el
colegio - plisados e introducidos en sus botas de caña con formas de acordeón,
espuelas de plata, una fusta de cuero con adornos del mismo metal y un enorme
“facón” a la cintura metido entre la faja y la “rastra”. El mango del cuchillo
es una verdadera obra de arte por sus filigranas en oro y plata. De la misma
“rastra” llevaba colgada la “boleadora” que les sirve para parar en su carrera
los terneros y cazar el ”ñandú” que es una avestruz americana de menor tamaño
que la africana. Pensareis que estoy describiendo a un hombre que se va a la
fiesta del pueblo. Pues os equivocáis. Como primogénito lucía toda la plata
acumulada de sus ascendientes y la lleva de forma habitual y diaria.
Prosigo. La “rastra”
es un cinturón negro de cuero de unos treinta centímetros de ancho, con cadenas
de plata que tejen más de doscientas monedas del mismo metal. Pero si todo esto
es sorprendente, mucho más lo son los arneses y la montura de su caballo en los
que se han cosido de alguna manera al cuero, varios kilogramos de plata
trabajada y oscurecida por el paso de los años, fruto de una artesanía
típicamente gaucha.
La hija menor se ha
educado en Mar del Plata y es de una belleza exótica al igual que la madre.
Vestía muy modestita pero elegante. Pantalón bombacho y botas de caña, gorro de
lana, que deja fuera una trenza corta de pelo negro como su cazadora de piel,
forrada de lana blanca de cordero y un pañuelo azul anudado al cuello. La plata
estaba absolutamente ausente en su indumentaria, a excepción de unos pendientes
bastante modestos. De unos dieciocho años, nos encandiló a todos, sobre todo
por su habilidad montando a caballo.
Lo primero que te sorprende de la Pampa es la lejanía del
horizonte. Es como un mar de hierba y pajonales que no tienen más límite que el
propio de la curvatura terrestre. Sus pastos son tan altos, que en algunas
zonas, nuestro coche desaparecía entre la hierba y debíamos subirnos al capó,
para tener la posibilidad de marcarnos un rumbo en nuestro peregrinar. Lisa
como la palma de la mano, estaba surcada por ríos de aguas mansas y
cristalinas.
Os parecerá extraño
cazar jabalíes en un lugar tan llano pero no es fácil verlos si no se va a
caballo, a no ser cuando cruzan un río o atraviesan un claro en el pastizal.Pablo
(continuará)
Foto:
Rastra y facón de un gaucho argentino.
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