Pablo Romero Montesino-Espartero

Pablo Romero Montesino-Espartero
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Camarote desde donde fueron escritas algunas de estas cartas-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Con este blog pretendo ir recopilando las cartas escritas por mi hermano Pablo Romero M-E, dirigidas a la familia, durante sus primeros años de navegación tras terminar su carrera de Marino Mercante allá por el final de la década de los años cincuenta, principio de los sesenta-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------.

lunes, 6 de mayo de 2013

A LA CAZA DEL "CHANCHO" EN EL "CAZADERO"

Autor:
Pablo Romero Montesino-Espartero
 
 
Rastra y facón de un gaucho argentino.



 Carta nº 22

El “Monte Urbasa” es un buque mixto de carga y pasaje y en el que, generalmente, cargábamos en viaje de regreso grano en Argentina y café en Brasil.
 Mi primer contacto con la Pampa argentina lo tuve gracias a nuestra escala en Mar del Plata , puerto turístico y cerealista de gran importancia en el que pasamos una semana cargando trigo para Funchal y Amberes.
 Como siempre, nuestro barco era visitado por gente variopinta en cuanto dábamos el último cabo a tierra. Jamás pude imaginar en mis correrías cinegéticas tras los lagartos por los campos y berrocales malpartideños, que algún día iría de caza por la Pampa y menos aún invitado por un turco.
Gregory era uno de esos visitantes que se interesaba por los barcos y cuanto se podía comprar en ellos. La palabra “importado” tenía un significado para él casi erótico. De doble nacionalidad, regentaba en Mar del Plata una tienda de recuerdos trabajados en oro y plata y del que guardo como recuerdo un “facón” y una “matera”, ésta última en mérito a nuestra amistad, obsequio de la casa, lleva adornos de plata y oro y es una obra de artesanía gaucha que nunca creí merecer.
 Pues bien, la cuestión es que a bordo de su Chevrolet de la época de Al Capone, un buen día, con mi amigo y compañero gallego, salímos para la Pampa con afán de aventura y la ilusión de cazar un “chancho”, unas liebres o un ”ñandú”, teniendo como guía a nuestro nuevo amigo Gregory y al ayudante del Juez de Mar del Plata amigo a su vez de los propietarios de la finca.

 El viaje desde el puerto hasta el “cazadero” se hizo casi interminable y siempre por pistas de tierra. Tras un recorrido de unos 200 kilómetros llegamos de amanecida a la estancia cuya superficie de 24.000 hectáreas nunca llegamos a asimilar como algo real.
 Cargados de rifles, escopetas y hasta un revolver, nos presentamos en la casa de la finca y a partir de aquí, enlazo con la carta que desde Mar del Plata escribí a mi familia en Cáceres.

“ La casa está rodeada de dependencias de toda índole y en su conjunto parece como si se tratara de un pequeño pueblo. Nos salió a recibir el hijo mayor del guarda que sería nuestro anfitrión en ausencia del dueño. Se trata de una familia gaucha con catorce hijos, todos ellos trabajan en la estancia cuidando del ganado, miles de cabezas que en libertad permanente, deambulan por todos los confines de la finca.
 De unos treinta años de edad, parecía persona de carácter serio, pero algo tímido por nuestra presencia. Tostado por el sol y el viento, pelo muy negro y facciones enteramente indígenas, bigote bien poblado y de una estatura poco común. Al igual que los demás varones vestía el traje típico gaucho. Sombrero negro de ala ancha, cazadora de cuero con adornos de plata ennegrecida y pañuelo anudado al cuello. Pantalones bombachos, -que me traían recuerdos de mis años en el colegio - plisados e introducidos en sus botas de caña con formas de acordeón, espuelas de plata, una fusta de cuero con adornos del mismo metal y un enorme “facón” a la cintura metido entre la faja y la “rastra”. El mango del cuchillo es una verdadera obra de arte por sus filigranas en oro y plata. De la misma “rastra” llevaba colgada la “boleadora” que les sirve para parar en su carrera los terneros y cazar el ”ñandú” que es una avestruz americana de menor tamaño que la africana. Pensareis que estoy describiendo a un hombre que se va a la fiesta del pueblo. Pues os equivocáis. Como primogénito lucía toda la plata acumulada de sus ascendientes y la lleva de forma habitual y diaria.

 Prosigo. La “rastra” es un cinturón negro de cuero de unos treinta centímetros de ancho, con cadenas de plata que tejen más de doscientas monedas del mismo metal. Pero si todo esto es sorprendente, mucho más lo son los arneses y la montura de su caballo en los que se han cosido de alguna manera al cuero, varios kilogramos de plata trabajada y oscurecida por el paso de los años, fruto de una artesanía típicamente gaucha.
 La hija menor se ha educado en Mar del Plata y es de una belleza exótica al igual que la madre. Vestía muy modestita pero elegante. Pantalón bombacho y botas de caña, gorro de lana, que deja fuera una trenza corta de pelo negro como su cazadora de piel, forrada de lana blanca de cordero y un pañuelo azul anudado al cuello. La plata estaba absolutamente ausente en su indumentaria, a excepción de unos pendientes bastante modestos. De unos dieciocho años, nos encandiló a todos, sobre todo por su habilidad montando a caballo.

Lo primero que te sorprende de la Pampa es la lejanía del horizonte. Es como un mar de hierba y pajonales que no tienen más límite que el propio de la curvatura terrestre. Sus pastos son tan altos, que en algunas zonas, nuestro coche desaparecía entre la hierba y debíamos subirnos al capó, para tener la posibilidad de marcarnos un rumbo en nuestro peregrinar. Lisa como la palma de la mano, estaba surcada por ríos de aguas mansas y cristalinas.
 Os parecerá extraño cazar jabalíes en un lugar tan llano pero no es fácil verlos si no se va a caballo, a no ser cuando cruzan un río o atraviesan un claro en el pastizal.

Pablo
 
(continuará)

 Foto:
Rastra y facón de un gaucho argentino.

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