Autor:
Pablo Romero Montesino-Espartero
Escena de la película Rebelión a Bordo
Carta nº 67
De una carta a la familia
Mar Caribe 1969
Ayer pasamos el Canal de
Panamá y ahora navegamos en aguas del Caribe con rumbo a pasar al Sur de
Florida.
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Nuestro último puerto de
descarga y carga fue Puerto Chicama en Perú, donde se produjeron los
acontecimientos que paso a relataros.
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Al iniciar el viaje en Italia
y por exigencias del poderosísimo naviero Lauro, que tiene fletado nuestro
barco, embarcó un sobrecargo de dicha compañía, para supervisar las operaciones
de carga y descarga en los distintos puertos de América e informar de cualquier
contingencia al fletador. Generalmente es, como en este caso, un capitán de la
flota Lauro de confianza del naviero.
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Esta persona que en un
principio se comportó como un pasajero, a medida que iban pasando las semanas
de viaje, comenzó a adjudicarse competencias, tales como impartir órdenes desde
el puente a la marinería en las maniobras de atraque y desatraque, o
incluso al oficial de proa o al timonel.
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Nuestro capitán a todo
aquello no le daba mucha importancia, pues para nada quería tener un
enfrentamiento, con el representante de la compañía que nos tenía alquilado el
barco, lo cual podía acarrearle algún roce con nuestro propio
armador.
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En cierto momento, llegados
al último puerto de descarga en América, convoqué una reunión a la que
asistieron toda la gente de cubierta, nuestro capitán y también nuestro Jefe de
Máquinas, italiano el uno y español el otro, ambos buenísimos profesionales y
lo que es más importante, buenísimos amigos míos.
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Expuse mi parecer y el de
todos los marineros, incluido el contramaestre, sobre el comportamiento del
sobrecargo italiano, al que habíamos soportado a lo largo de casi dos meses de
navegación, pero que no teníamos intenciones de continuar haciéndolo durante el
largo viaje de regreso a Europa.
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Informé al capitán de que
toda la gente de cubierta y yo al frente, no saldríamos de Puerto Chicama, si
el sobrecargo de Lauro no se quedaba en tierra y volvía a Europa en avión o en
cualquier otro barco, pero no con nosotros.
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El pulso lo iniciamos
veinticuatro horas antes de la salida y supuso un ir y venir de los agentes
representantes de Lauro, con el fin de que depusiéramos nuestra actitud. Nos
reunieron a todos, incluido el sobrecargo motivo de nuestra “rebelión”, para
intentar aproximar posiciones, pero centramos nuestro descontento, en lo que di
en llamar un sometimiento denigratorio para nuestro orgullo como oficiales y
marineros, teniendo que soportar a un personaje que se adjudicaba competencias
que no le incumbían a bordo del Alacrity y menos aún después de haber descargado hasta
la última tonelada de carga. Llegado el momento de la partida, el capitán nos
ordenó a los puestos de maniobra y a ellos acudimos con la mayor naturalidad.
En el puente de mando, como siempre, el sobrecargo era la sombra del capitán,
pero esta vez no hizo el menor gesto, ni transmitió la mínima orden desde allá
arriba. Todo parecía una maniobra más de desatraque, hasta que el capitán
ordenó virar el ancla y yo no obedecí. Ningún marinero movió un dedo y el ancla seguía en el fondo como
antes de la orden.
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Por segunda vez, se me ordenó
virar el ancla, con el mismo resultado, para posteriormente hacerme subir al
puente con objeto de aclarar la situación.
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Todo fue inútil y al capitán
le dije que desembarcaba el
sobrecargo o el barco no salía a la mar, al menos con nosotros como
tripulación.
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Después de una hora de
espera, el sobrecargo, con la cara desencajada e imaginándose las preguntas que
le iban a hacer sus superiores en Italia, desapareció del puente para hacer las
maletas. Media hora más tarde bajaba a
la lancha del práctico para no volver al Alacrity.
Inmediatamente y en cuanto lo vimos descender por la escala, pusimos el
molinete en marcha y comenzamos a virar el ancla, que no volvería a tocar fondo
hasta Polonia.
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Habíamos ganado la batalla y
recuperado el honor perdido.
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