Pablo Romero Montesino-Espartero

Pablo Romero Montesino-Espartero
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Camarote desde donde fueron escritas algunas de estas cartas-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Con este blog pretendo ir recopilando las cartas escritas por mi hermano Pablo Romero M-E, dirigidas a la familia, durante sus primeros años de navegación tras terminar su carrera de Marino Mercante allá por el final de la década de los años cincuenta, principio de los sesenta-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------.

lunes, 1 de febrero de 2016

CARTA DESDE GDYNIA (I)

Autor:
Pablo Romero Montesino-Expartero

 
Navegando por el Canal de Kiel
 

Carta nº 70
De una carta a la familia
Gydinia, 15 de Diciembre de 1969

 
    Esta carta no saldrá desde Polonia pues censuran la correspondencia hacia los países occidentales, así es que esperaré a Hamburgo para echarla al correo.
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    Llevo cinco días en Polonia y en el transcurso de los mismos, creo haber adquirido suficientes conocimientos como para escribir un artículo periodístico.
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    No sabría explicar la extraña sensación que uno siente tras el Telón de Acero, que aunque no lo creáis, continua siendo de acero y del bueno. Creo haberos contado la impresión que me causó Alejandría, cuando los remolcadores abrieron las redes anti-submarinos para dejar pasar a nuestro barco. Pues bien, lo que se siente aquí es algo parecido, con la diferencia de que aquello, al cabo de unos días te dabas cuenta de que a pesar de las cargas de profundidad en el puerto y los disparos de los antiaéreos, todo era una tragicomedia por la teatralidad que ponían los egipcios en sus acciones guerreras. Aquí en cambio, el drama aumenta a medida que vas conociendo más de la situación policial bajo la que nos encontramos y de la sordidez del comunismo que aplasta a esta pobre gente, y que te produce un temor que no había jamás sentido en ningún país de los que a lo largo de los años haya conocido.
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    La reglamentación a la que estamos sometidos los tripulantes de barcos occidentales es de tal calado, que antes de mover un dedo, debes pensártelo bien durante unos minutos, no sea que esté prohibido.
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    Inmediatamente después de haber dado cabos a tierra, nos colocaron tres soldados, uno ruso y dos polacos, armados con metralletas, uno en cada  extremo del barco y otro en el centro vigilando la escala real, con la exclusiva misión  de evitar fugas del país embarcando como polizones.
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    Los costados del “Alacrity” los tienen iluminados con potentes reflectores, de tal manera  que los soldados pueden vigilar el que ningún hombre  trepe por los cabos o por la cadena del ancla. Los soldados de los extremos están en continuo movimiento, entre otras cosas porque estamos a 18 bajo cero y siguen bajando las temperaturas.
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    He tenido ocasión de hablar en inglés con varios polacos, gente educada, culta y de una amabilidad extraordinaria. Tan solo se permiten hacer críticas sobre el comunismo y los rusos-a los que detestan- si no están acompañados de otro polaco y siempre vigilando que nadie pueda escucharles. Si por el contrario están dos, el afán de ambos es ponderar el régimen comunista y a sus “hermanos” los rusos.
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    La ciudad, es como esas casas señoriales a las que la ruina de sus dueños las ha dejado en el más absoluto abandono, pero que conservan su empaque de otra época mejor, sin  atisbo de modernismo alguno. El tráfico automovilístico prácticamente es inexistente, tan solo autobuses, taxis, camiones y algún que otro turismo oficial circulan por sus calles, tristes y sin color alguno que te recuerden al mundo occidental.
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    Los signos clásicos de la Navidad están representados por algún árbol con una paupérrima iluminación, adornos de poco gusto en los escaparates, en los que poco o nada tienen que mostrar. Se ven zapaterías que exhiben tres o cuatro pares de zapatos y hacen colas para verlos en un orden pasmoso. También rollos de telas, que parecen abandonadas y tiradas en desorden y aquellos que exhiben prendas femeninas, se asemejan a los escaparates de nuestros pueblos menos desarrollados, mostrando sujetadores que una española no vestiría ni para interpretar a Dulcinea del Toboso.
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    La gente camina a toda velocidad con enormes abrigos hasta los pies, sombreros de astracán y botas altas con los pantalones dentro de ellas. En los jóvenes  se nota quizás una cierta variedad en el vestir pero dan la impresión de un pueblo triste o muy serio, no sabría diferenciarlo. La música en la radio es toda sinfónica o folclórica. La televisión solo se ve en bares y cafeterías y como transmiten en canales distintos a los nuestros, no la podemos ver en el televisor del barco.
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    El descanso dominical tampoco existe; trabajan en turnos continuos día y noche, incluso en Navidad. Dejan de hacerlo en lugares a la intemperie cuando la temperatura alcanza los 25 grados bajo cero; en cambio las iglesias se llenan de fieles y oyen misa desde el exterior a pesar de un tiempo gélido que hiela hasta los pensamientos.
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     Nos paran por la calle para pedirnos que les vendamos nuestra ropa, ofreciéndonos cambios de 120 zlotis por un dólar, mientras que el cambio oficial es de 24 zlotis el dólar. En ocasiones dejamos de propina al taxista hasta el triple del coste de la carrera pues ellos saben que su trabajo lo estamos pagando con lo que gastamos en occidente en tomar un café.
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    El bajar a tierra significa tener que pasar  tres controles: uno del partido, otro de la aduana y un tercero de la policía, tomando nota de la hora exacta en que abandonamos el barco, entregando el pase de frontera y haciendo declaración de cuanto llevas, cigarrillos, zlotis y efectos personales, no pudiendo permanecer fuera del barco más de 24 horas y sin alejarte más de 20 kms. de la ciudad, estando terminantemente prohibido abandonar la carretera cuando vamos a la bonita ciudad de Sopot. Oficialmente tenemos prohibido el frecuentar locales que no estén destinados específicamente para extranjeros, -cosa que no cumplimos-pero en cambio te juegas de uno a seis años de prisión, si sacas una fotografía o tomas apuntes, dibujos etc. de las instalaciones portuarias. Estás obligado a presentar la declaración de moneda en cualquier momento que se te pida y no puedes regresar a bordo con un solo zloti   que no haya sido cambiado bajo pena de prisión. Controlan las numeraciones de los billetes que los agentes de la compañía nos entregan al salir del barco, por tanto la única formula es sacar escondidos los dólares, cambiarlos en el mercado negro y dárselos a guardar a nuestras respectivas “banqueras”. Cada tripulante tiene la suya y son de fiar, porque somos esplendidos con nuestras conquistas polacas.
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    Los sueldos oscilan entre las 1.400 ptas. de un  aduanero a las 5.000 ptas. de un arquitecto o ingeniero. Los precios son increíblemente bajos si haces el cambio en el mercado negro. Una cena en el mejor restaurante de Gdynia viene a costar unas 200 ptas. Una botella de vodka-bebida nacional que consumen hombres y mujeres como si bebieran agua-  cuesta en el mejor salón de baile unas 75 ptas.; unos buenos zapatos no más allá de 140 ptas. un traje entre 2.000 y 3.000 ptas.
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    El otro día me dijo un alférez de la policía que estuvo tomando una copa en mi camarote, “sí Chief, mi sueldo mensual es justamente lo que uno de sus marineros gasta en tierra una noche en Gdynia”.
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    La guerra le supuso a Polonia la enorme pérdida de seis millones de hombres por esta razón la población femenina es tan grande viéndose a la salida de las fábricas solo mujeres, si bien la profesión mejor pagada en Polonia es la prostitución y está protegida al ser una óptima fuente de ingresos de divisas para el Estado. Lo cierto es que  en mayor o menor medida, soltera o casada, empleadas o no, todas explotan un negocio que les produce en una noche la mitad del sueldo mensual de un obrero. De esta forma, las mujeres lucen lujosos atuendos, abrigos de piel, joyas etc. mientras que los hombres parecen hijos del mismo padre y de la misma madre. Ellas con sus dólares se hacen comprar por los tripulantes de los barcos  en almacenes para extranjeros, toda clase de “trapos” y enjuagues y siendo los marinos los únicos extranjeros, nos convertimos sin comerlo ni beberlo en pura golosina para el sexo débil de este país. Por otra parte, nuestra forma de ser latina y nuestra sana alegría contagia a esta pobre gente cuando en algún local nocturno nos desternillamos de risa, cantamos o bailamos como peonzas, y las chicas que no están con nosotros miran a las nuestras con cierta envidia. Somos, incluido el capitán, nueve oficiales. Después de cenar nos citamos todos en el Gran Café que es el local más “chic”. Allí acuden nuestras  “banqueras” y organizamos una juerga que un día nos van a tachar de asquerosos burgueses, capitalistas a los que chicas comunistas revisionistas  han hipnotizado con sus encantos.
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    En cada casa o apartamento viven de dos a cuatro familias. El primer día que fui con mi “banquera” a su apartamento vi que en cada puerta había tres o cuatro pares de botas masculinas y femeninas. Pensé que sería una familia de veinte o treinta personas y me asusté un poco, pues eran demasiadas botazas para este cacereño perdido de amor. Entonces ella me explicó la cosa  y lo difícil que resulta el tener una vivienda en Polonia. Lo cierto es que cuando iba al baño pasaba mi apuro, pero cuando noté que no se sentían ofendidos de tenerme bajo el mismo techo, no cedía el baño a nadie, ¡la cola es la cola¡
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    Otro día os seguiré contando, pues la estancia aquí va a ser más larga de lo esperado.
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 Pablo                                  
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