Pablo Romero Montesino-Espartero

Pablo Romero Montesino-Espartero
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Camarote desde donde fueron escritas algunas de estas cartas-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Con este blog pretendo ir recopilando las cartas escritas por mi hermano Pablo Romero M-E, dirigidas a la familia, durante sus primeros años de navegación tras terminar su carrera de Marino Mercante allá por el final de la década de los años cincuenta, principio de los sesenta-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------.

viernes, 18 de enero de 2013

ENTRADA A LA BAHIA DE RIO DE JANEIRO

Autor:
Pablo Romero Montesino-Espartero

 
El "Monte Urbasa" visto desde el palo de proa + Monte "Pan de Azucar"


Carta nº 15


El día 5 de Febrero de 1959 , con los primeros rayos de sol iluminando el Cristo del Monte Corcovado, la proa de nuestro barco abocó la entrada a la bahía de Río de Janeiro. Para el “Monte Urbasa” era una vez más; para mi fue la primera y la que me marcó para siempre. Con... veintidós años, no parece que uno deba impresionarse con las cosas de la naturaleza, más bien se inclina uno por lo material, sobre todo si tiene ruedas o faldas. Eso creía yo hasta entrar en la bahía de Río de Janeiro, la bahía de la Cidade Maravilhosa.



A medida que en nuestro lento caminar íbamos acercándonos a tierra, aparecían poco a poco los accidentes geográficos que definen a esta bahía y sus alrededores como una de las maravillas naturales del mundo. Por la amura de babor, Copacabana se presentaba en la lejanía como una línea costera blanca como la nieve, contrastando con los verdes oscuros de la costa y de los montes selváticos que tras ella se empinan como coronando tanta belleza. Más allá, Ipanema, una diadema más de blanca arena y ante nosotros casi por nuestra proa, la impresionante roca marrón ferruginoso del Pan de Azúcar salpicada de asombrosa vegetación. Islas, islotes, pequeñas bahías dentro de la gran bahía, con sus minúsculas playas de blanquísima arena se iban abriendo a medida que nos aproximábamos a la de Guanabara con su puerto al fondo, final de trayecto para muchos de nuestros pasajeros. Presidiendo tan majestuosa belleza, el impresionante Cristo parece cobijar desde lo más alto del Monte Corcovado la gran urbe que bajo sus pies se extiende hacia todos los puntos cardinales.

En nuestro lento acercamiento a los muelles va creciendo nuestra admiración a medida que se van definiendo los distintos tipos de construcción. Por un lado y sobresaliendo del denominador común, los grandes rascacielos de Copacabana contrastan con las enjalbegadas casitas de rojos tejados con el siempre verde oscuro de los montes y el azul del cielo como telón de fondo. De otra parte y con la mirada al norte, la impenetrable selva salpicada de roquedos y acantilados que van declinando hasta terminar en diminutas playas bañadas por una mar turquesa de incomparable belleza.

Dejamos el Pan de Azúcar por babor, pasando a escasos metros de su base pétrea sintiendo un sobrecogimiento grande al mirar hacia arriba y ver encendida su cumbre por los primeros rayos de sol. De nuevo la eterna pregunta ¿por qué Dios repartió tan mal la belleza en este mundo? Todo lo que abarcaba mi vista era sorprendente. ¡Qué impresión sufrirían los primeros marinos que entraron por la bocana de esta bahía increíble¡

En la lejanía podían ya escucharse los sonidos de la gran ciudad sacándonos de la contemplación casi religiosa de cuánto nos rodeaba. Sonaron las órdenes a la máquina y el silencio de nuestra lentísima marcha hacía los muelles, se vio turbado por el estruendo de la hélice girando a destrosum para parar la arrancada del barco.

Al cabo de una hora escasa, los muelles, sus gentes, sus grúas nos volvieron a la cruda realidad en cuanto dimos el último cabo a tierra. Estábamos en Río de Janeiro sí, había terminado el “encantamiento” y daba comienzo el segundo acto, dramático para algunos, al tener que enfrentarse a su nueva situación. Había terminado la seguridad que ofrecía el barco al que con esfuerzo se fueron acostumbrando a lo largo del viaje. La comida servida y abundante, el techo seguro, las amistades... ¡ah¡ las amistades. En ocasiones esas amistades y familiares incluso, proseguían viaje hacia Buenos Aires con lo que la soledad se hacía insoportable, invitando a más de uno al suicidio, como en cierta ocasión una mujer casada por poderes no pudo soportar el no encontrar en el muelle a su flamante marido. Había ido a tierra a telefonear y volvió a bordo donde tomó la determinación de acabar con su vida, cosa que no lograría gracias a la intervención del médico de a bordo.


Desembarco de emigrantes gallegos

La alegre y dulzona música brasileña, sonaba por todos los altavoces del barco en señal de despedida para aquellos que bajando por la escala real, iban desembarcando. Se alejaban volviendo continuamente sus cabezas, como queriendo fijar en sus retinas la bella imagen del “Monte Urbasa” desde la perspectiva, en que por vez primera lo vieran en La Coruña... Una fila humana homogénea de color grisáceo, flanqueada por maletas de cartón y atados de diversas formas y volúmenes, caminaba lentamente hacia la Aduana para pasar el primer control, antes de incorporarse a la vorágine que les aguardaba más allá de las rejas que separaban el área portuaria, de la gran ciudad.

El anecdotario en espacio tan reducido como el de un barco de pasajeros, en el que conviven durante semanas cientos de personas, puede ser inagotable. Pero hubo en este viaje un caso insólito que merece la pena relatar.

En primera clase no solíamos llevar pasajeros en viaje de ida a Sudamérica. En esta ocasión embarcó en La Coruña un hombre educado y elegantemente vestido que derrochó simpatía y dinero durante todos los días que duró la travesía. Bebía y comía lo mejor de lo mejor, invitando en el bar de primera clase a toda la oficialidad en cuanto uno aparecía por allí. Su profesión, según nos confesó, era la de óptico y su intención abrir en Copacabana un negocio de grandes vuelos relacionado con sus conocimientos. Hizo una despedida a bordo en la que no faltó de nada y desapareció del barco sin dejar más rastro que el de una buena cuenta impagada en el bar de primera y sus maletas en el camarote.
Al cabo de unos meses, en mi tercera escala en Río de Janeiro, me lo encontré en Praça Maua portando una bandeja colgada del cuello, en la que ofrecía a los viandantes gafas ahumadas de toda índole.

Pablo

Foto 1: El "Monte Urbasa" visto desde el palo de proa.
(de mi primera entrada en Río)

Foto 2: Desembarco de emigrantes gallegos

(Continuará)




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