Pablo Romero Montesino-Espartero

Pablo Romero Montesino-Espartero
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Camarote desde donde fueron escritas algunas de estas cartas-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Con este blog pretendo ir recopilando las cartas escritas por mi hermano Pablo Romero M-E, dirigidas a la familia, durante sus primeros años de navegación tras terminar su carrera de Marino Mercante allá por el final de la década de los años cincuenta, principio de los sesenta-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------.

martes, 4 de febrero de 2014

CARTA DESDE ESCOCIA

Autor:
Pablo Romero Montesino-Espartero
 
 
Fotos: En la City Junio de 1962         


 
Carta nº 33
 
 
CARTA DESDE ESCOCIA

Hoy os escribo desde Burntisland, puerto situado en la orilla norte del Firth de Forth a solo doce kilómetros de Edimburgo.

     Burntisland es un pueblecito muy lindo de Escocia, rodeado de suaves y verdes colinas. Tiene sus iglesias católica y protestante, que en buena armonía se hacen la competencia, un Ayuntamiento antiguo como su historia, dos hermosos cinemató...grafos a los que no va nadie y un “dancing” donde los mozas y los mozos se reúnen la noche del sábado para bailar el “twist”, contribuyendo con la lluvia, al florecimiento de la industria zapatera del país.

     Cualquiera que no conozca a los británicos y entre en uno de estos “dancings” en los que más de quinientas parejas se retuercen al son de una guitarra eléctrica y de los berridos de un esquizofrénico ante un micrófono, sufrirá una dura impresión, dada la fama que de persona formal y seria tienen los habitantes de estas islas. Pero más se sorprenderá aún, cuando al finalizar, digamos el baile, vea como las quinientas parejas en posición de firmes escuchan sin pestañear desde la primera a la última nota del himno real.

     Recuerdo que en mi primera visita a Inglaterra, y como nunca fui un bailarín aventajado, tenía pánico a bailar cualquier ritmo moderno con una inglesa y que ésta se me fuera de las manos, quedándome a un metro de ella y sin saber que hacer. Trataba de sacarlas a bailar cuando la música era lenta, melodiosa y romántica; esto lo sabíamos porque venía acompañada de una iluminación particular de un globo de espejos, que giraba sobre nuestras cabezas toda la noche. La fiesta terminaba. Sonaron las primeras notas de un “slow”, de esos que uno no necesita ni mover los pies. Venciendo mi timidez-no había bailado en toda la noche-me acerqué como un caballero español a una “girl” británica y le solté el “will you dance with me?”. Nunca una mirada me hizo sentirme tan pequeño. Era el himno nacional “God save the Queen”.
 
Este es mi duodécimo viaje a las Islas Británicas y sigo sin comprender a esta gente.
¿Como comprender a una persona que conduce por la izquierda y camina por la derecha? que toma té a las cinco de la tarde y cerveza a las ocho de la mañana; que considera un deber no inmiscuirse en la vida del vecino, pero está al corriente de cuanto acontece tras las rejas del palacio de Buckingham; que ama las flores y cada mañana trunca la vida de una para adornar su solapa; que se vanagloria de su libertad y a las tres y un minuto de la tarde tras el “time please” del “boby” de turno, le arrancan de la mano la jarra de cerveza; que considera al “Times”, el periódico más serio del mundo y reserva la primera página para envolver el “sandwich” de las diez; que saca el sombrero cuando llueve y el impermeable cuando luce el sol; que odia la glotonería y pasa el santo día comiendo cualquier cosilla; que marca los precios de ciertos artículos en guineas y no existe como moneda de curso legal la tal guinea en su sistema monetario; que con mal o buen tiempo lleva paraguas y jamás lo abre; que se tiene por persona ordenada y en el bolsillo de las cerillas siempre lleva un penique para poder hacer uso en la calle de cierto sitio; que viste faldas en las grandes solemnidades y “frac” en las carreras de caballos; que posee un sentido innato de la grandeza y le gusta montar en “poney”...
 
Pensaréis con justa razón que le tengo algo de manía al inglés. Sí, más no solo a los ingleses, también a las inglesas.

     Como no tener manía a una mujer que tiene piernas preciosas y manos de fregona, que te deja sin cigarrillos y en cambio no admite invitación alguna; que solo baila “twist” y canta de memoria pasajes de La Boheme, que le dices “ I love you” en tu más amoroso inglés y te contesta con un estampido de su chicle; que jamás lleva bolso y te obliga a guardarle la colilla de su cigarrillo en uno de tus bolsillos, preferentemente el del pañuelo, para encenderla a lo mejor, en el momento más emocionante de un beso; que su color preferido es el rosa; que huele a cosméticos a una legua de distancia; que se lava poco: que corre por la calle y no te suelta la mano cuando lo hace; que jamás lleva paraguas; que dice “te quiego”, besa con los ojos abiertos y te machaca con que los latinos olemos siempre a ajo. Por cierto, que los marinos españoles que visitamos con frecuencia Inglaterra, solemos abstenernos de ingerir comida con tal condimento, al menos tres días antes de tocar un puerto inglés. El que no “pica”, ajos come, decimos.

     Ayer en Edimburgo, y con el fin de resguardarme de la lluvia, se me ocurrió la buena idea de entrar en un restaurante. Luego de guardar cola media hora y servirme té con huevos fritos, habiendo pedido té con pasteles, me hicieron cargar con la bandeja hasta mi mesa.

     Pero de todas las bromas que me han gastado, hay una de la cual conservo mi más amargo recuerdo de la City.

     Así como en nuestra España, tenemos la buena costumbre de situar en los lugares más estratégicos de las plazas importantes, los servicios públicos, aquí en el Reino Unido, los esconden y disfrazan, cosa admirable desde el punto de vista estético, pero catastrófico desde el práctico. Pues bien, cuando mi desconsuelo había llegado al máximo, di por fin con las iniciales tan ansiosamente buscadas en la estación Victoria. Me dirigí hacia el lugar haciendo un verdadero esfuerzo por frenar mis piernas con objeto de no llamar la atención e imaginaos mi desesperación al encontrarme con que la cerradura de la puerta funcionaba introduciendo una moneda de un penique en su mecanismo y yo… no tenía ese maldito penique.

     Desde Burntisland, con frío glacial y un sol apagado y triste, os envío mis saludos y... ¡hasta Venecia¡.     
 
Pablo




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