Pablo Romero Montesino-Espartero
Como veréis, queridos amigos de Cáceres, esto de ser marino es una "bicoca". Hace tan solo unas semanas estábamos a la deriva aprisionados por los hielos del Mar Báltico disfrutando de 19 grados bajo cero y ahora gozamos de un sol abrasador siciliano.
Si amigos, con esta profesión no solamente
puedes permitirte el lujo de viajar cobrando, sino también tener dos y hasta
tres veranos al año, ver el sol durante el día y la “noche”, pasar las
navidades con 45 grados a la sombra, vivir años de 367 días y días de 25 horas
o estar en 1963, mientras en casa aún andan por el 62. Lo malo de todo esto, es
tener que aguantarse con el sol de medianoche cuando se desea el del mediodía o
verte obligado a tirar de abrigo en pleno Agosto, mientras tus compatriotas se
tuestan al sol en las playas.
Augusta, puerto desde el cual escribo estas
líneas, se encuentra situado en la costa oriental de Sicilia. Después de la
Segunda Guerra Mundial adquirió cierta fama por haberse llevado a cabo en sus
inmediaciones el desembarco aliado que obligó a emprender su retirada hacia el
norte a las tropas de Hitler destacadas en la Baja Italia..
Esta isla, cuna de los más conocidos
atracadores, traficantes de drogas y contrabandistas italo-americanos, conserva
en ciudades como Palermo la impronta de cuando no se ponía el sol en los reinos
de Carlos V. Si las huellas del pasado nos hace a los españoles sentir algo muy
especial por Sicilia, más aún lo son quizás sus paisajes y sus gentes sencillas
tan similares a nuestra Extremadura,
tanto, que a veces cuesta trabajo hacerse una idea de cuán lejos quedan
nuestros encinares y alcornocales, nuestros olivos y nuestras tierras pardas.
Pero todo el bucólico paisaje, sus calles y
plazas, su maravilloso cielo estrellado, su increíble mar azul, su música, la
hospitalidad de su pueblo...todo cuanto de bueno- que es mucho- tiene Sicilia,
se ve siempre manchado del rojo, del
rojo sangre...
El legendario salteador de caminos “lupara”
en mano, es aún en esta isla de una actualidad asombrosa. Sus faenas y
aventuras nutren con harta frecuencia las páginas de ciertos diarios italianos,
que aprovechan sus desmanes y lances para basar en ellos auténticas novelas
rosa en las que a ciencia cierta, no se sabe si el protagonista es un héroe, un
Don Juan, un asesino o las tres cosas a la vez. Quizás sea que Giuliano se
reencarna o que no ha muerto o quizás el bandidaje se hace necesario para
combatir lo injusto de este mundo a
golpe de trabucazo.
La “Mafia” esa organización tan conocida a
través del cine americano, y que hasta mi llegada a este país creía era solo
“cosa de películas”, es algo tan real y existente como el majestuoso volcán que
se yergue ante mis ojos liberando al espacio abierto su eterna “fumarola”.
Existe una extraña pero inevitable unión o
más bien una cierta confidencia entre el siciliano y la “Mafia”. Para aquél que
tiene algo que perder, esta confidencialidad se hace necesaria pues de ella
depende a veces, la seguridad de su casa, sus bienes o cosechas y en muchos casos
la de su propia vida.
Sorprende como quienes han sido objeto de
algún abuso o latrocinio cometido por vulgares delincuentes, se dirigen no a la
policía si no a un “elemento
qualificato” (que paga tributos a la “Mafia”) y éste a su vez, al “uomo di riguardo”
(mafioso). En pocas horas, el automóvil, las joyas, el cuadro...volverá a las
manos del propietario legal. Si la victima es “persona rispetatta” (que puede
devolver el favor) no tendrá que soltar un céntimo. A los pocos días recibirá
una carta pidiéndole una recomendación, una colocación o su voto en algunas
elecciones.
Puede darse el caso de haber sido cometido
el robo, por un “no asociado”, esto es, por un independiente, en cuyo caso,
como le sucedió a una conocidísima artista de cine en Palermo, recibirá a
domicilio varias prendas semejantes a la desaparecida (en el caso de la
artista, un abrigo de pieles), pero no la misma.
Si el padre de una joven seducida quiere
evitar un escándalo deshonroso a su familia, solo necesita poner el asunto en
manos del “uomo qualificato”. Al cabo de veinticuatro horas, el Don Giovanni,
con su traje de los domingos y las alianzas en la mano, entrará en casa de la desgraciada para pedir su mano.
Durante mis ocho meses a bordo de este
buque, en el que italianos y españoles navegamos en un ambiente de
confraternidad y camaradería encomiables, he mantenido mi incredulidad sobre la existencia en Sicilia de esta
organización, cada vez que ha surgido el tema en la cámara de oficiales. Mi
forma de pensar cambió en cuanto puse los pies en tierra.
Me habían dicho que la palabra “Mafia” o
“mafioso” nunca se debían pronunciar en la isla, yo lo hice el otro día en un
bar y cuantas personas había a mi alrededor suspendieron la conversación y me
miraron como diciéndome: ¿estás loco?
En el interior, algunas costumbres
ancestrales como la contratación de plañideras en funerales, la exhibición en
el balcón de los novios de la sabana nupcial manchada de sangre, recuerdan
otras épocas de nuestros pueblos de la España más profunda.
El ponerme en contacto con el paisaje
siciliano ha sido como estrechar en un fuerte abrazo a un entrañable amigo,
cuyo rostro el tiempo y la distancia hubieran borrado de mi mente. Jamás pude
pensar que un olivo, una encina o el rebuzno de un asno, tuviera poderes tan
mágicos en el corazón y el ánimo de un extremeño.
Pablo
Pablo
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