Pablo Romero Montesino-Espartero
De guardia en el "Monte Urbasa"
Carta nº 53
De una carta a la familia
Os escribo estas líneas desde Vasilikos en
la costa sur de Chipre, puerto al que hemos llegado de “rebote” para cargar
12.000 toneladas de piritas con destino a Rótterdam.
Desde que entramos en el Mediterráneo
veníamos escuchando en la radio la grave situación política de preguerra en que
se encuentra Chipre, especialmente la costa norte, que es precisamente en la
que se sitúa Karovastasia, puerto en el
que deberíamos haber cargado de no haber
sido por los acontecimientos. El capitán, tan pesimista para otras cosas, quitó
importancia a las noticias que veníamos escuchando en la BBC, según las cuales,
cuatro destructores turcos, estaban a escasas millas de la costa esperando
ordenes de Ankara para iniciar un bombardeo de las posiciones grecochipriotas
de la zona en la que se encuentra Karovastasia.
Yo oía por la BBC como el secretario
general de la ONU el señor U Thant y el
secretario general de la NATO Cyrus Vance iban de Ankara a Atenas y de Atenas a
Ankara varias veces al día para negociar el que los turcos no bombardearan la
isla. A pesar de todo y del consejo de los oficiales, el capitán no quiso
ponerse en contacto con el armador para explicarle el peligro que entrañaba el
que nos cogiera el conflicto cargando el barco sin posibilidades de escape.
Seguimos adelante y el pasado día 20 llegamos a la rada de Karavostasia.
El puerto estaba vacío, no se veía
actividad alguna y en cambio cuando miramos con los prismáticos a las montañas
cercanas vimos con asombro la cantidad de banderas de la ONU, griegas y turcas
diseminadas por los montes fortificados.
A
través de la radio enviamos un mensaje a nuestros agentes en Nicosia, en el que
el capitán preguntaba cuando llegarían a bordo las autoridades portuarias. No
hubo respuesta, pero al cabo de cuatro horas de espera angustiosa, vimos
aparecer una lancha con cinco hombres a bordo, todos ellos vestidos de caqui y
armados con fusiles. El jefe de ellos, sin grado ni insignias militares, nos
gritó a los que estábamos en el puente:
“Estamos esperando un bombardeo...¡váyanse¡
¿No escuchan la radio?”
En cinco minutos, empezamos a virar el ancla
y en una hora estábamos a ocho millas de la costa con las máquinas paradas en
espera de órdenes.
Por fin el capitán telegrafió al armador
explicándole la situación y éste le contestó.
“Diríjanse al puerto de Vasilikos, al sur de
la isla para cargar el tonelaje previsto”.
Aquello supuso un alivio y como zorra que
chupa limones, salimos hacia nuestro nuevo punto de destino.
Han pasado seis días desde que llegamos a
Chipre y todo sigue en una calma tensa
Hoy hemos tenido invitados a varios
militares de la ONU. Nos juntamos en dos mesas italianos, españoles,
austriacos, australianos y grecochipriotas. Comimos, bebimos y reímos lo que no
está escrito. Nadie diría que les preocupe para nada la bomba explosiva encima
de la cual están obligados a sentarse a diario.
Ayer hice una excursión turística. Me subí
a lo alto de un monte y me llevé la agradable sorpresa de encontrarme con las
ruinas de un teatro griego. Me senté en las gradas y dejé volar mi imaginación.
Silencioso, representé mi papel de único espectador de una tragedia griega en
la que el fondo impresionante de un
Mediterráneo azul confundiéndose con el añil del cielo, fuera el decorado de la
obra. Es realmente triste ver estos paisajes en los que las trincheras
abandonadas, flanquean a veces ruinas romanas y griegas, testigos mudos de
sangrientas luchas entre griegos y turcos. Estuve por espacio de una hora
absorto por cuanto me rodeaba, sin otra compañía que la de alguna gaviota
curiosa y di gracias a Dios por haberme permitido disfrutar de tanta belleza.
Chipre, 28 de febrero de 1968
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