(Segunda parte)
Autor:
Pablo Romero Montesino-Espartero
Doblando el Cabo de Buena Esperanza en un
Mercedes
Carta
nº 56
(Continuación de la carta nº 55)
29
de Mayo
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Esta mañana cruzamos el paralelo 23 grados
sur, dejando atrás la zona ecuatorial, por tanto estamos en pleno
otoño austral. ¡Adiós amada primavera boreal, hasta dentro de 14 días¡
.
Del pantalón corto pasamos al largo y al
jersey de punto, pues con los 23 grados de latitud sur, también nos han llegado
16 grados centígrados, que así de golpe y porrazo se notan. Desde que salimos
de Trieste hemos tenido amaneceres a las más diversas horas; desde las 4 de la
mañana a las 9 en que nos amanecía en Dakar. Ahora lo hace a las 7 y cuando
estemos en Madagascar lo hará a las 3. No me digáis que no es divertido.
Algunos marineros -que de astronomía saben bien poco- se vuelven locos
queriendo descifrar el misterio y se preguntan ¿ por qué ayer cuando me levanté
a las 7 era completamente de noche y hoy
a la misma hora, luce el sol? En cambio ninguno se percata de como el astro rey
ha llegado un día a culminar en nuestro cenit desapareciendo las sombras en ese
instante; ni de cómo nuestra estrella Polar un buen día dejó de verse sobre el
horizonte como lo venía haciendo antes de cruzar el ecuador, o la presencia por
nuestra proa de estrellas como Rigel Kent, Acrux, Alfa del Centauro, Canopus,
las más hermosas del hemisferio austral, y que han ido apareciendo tan
silenciosamente como desapareció del firmamento nuestra amadísima estrella
Polar.
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...y la astronomía no falló...tampoco lo
hizo mi sextante Plath. Con un retraso de casi doce horas debido a la fuerte
marejada, esta mañana a las 7 dimos vista a ese punto que divide los dos
océanos y marca el fin del continente africano. La costa es realmente
espectacular, montañosa, escarpada y sin alguna vegetación debido al azote de
los vientos y temporales que durante todo el año la castiga. Esta mañana y como
doblamos el cabo en mi guardia, me cupo el honor de recalar en él para más
tarde dar rumbo hacia el canal de
Mozambique. He sentido una sensación extraña mirando la Cruz del Sur; pensar
que probablemente en ese instante entre el Polo Sur y el cabo, los únicos seres
humanos éramos nosotros. Parece una idiotez tal pensamiento, pero lo cierto es
que sobrecoge el ver esa mole por babor
y por estribor un océano en el que su orilla opuesta son los hielos antárticos.
.
La temperatura ha bajado a 9 grados y hemos
encendido la calefacción. El capitán dice que hace dos años vio focas
apareándose en esta época del año. De momento nuestros únicos acompañantes son
los albatros volando a escasos centímetros del agua sin mover un ala y picando
a veces con sus extremos las crestas de las olas. Nos acompañan durante
días, duermen en el agua, alcanzándonos de nuevo al alba después de volar más de doscientos kilómetros tras nuestra
huella.
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En Trieste cargamos en cubierta cincuenta
Mercedes 280 S para los adinerados saudíes. Cuando empezó el buen tiempo, cada
tripulante eligió su coche para disfrutar en las horas de ocio de las ventajas
que ofrece el navegar sobre ruedas...ajenas.
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Yo tengo en usufructo uno negro precioso en
el que escucho buena música, y tomo el sol gracias a su techo corredizo, que te
permite en las noches de estrellas, soñar con los ojos abiertos y colmar tu
ánimo con las distancias infinitas del firmamento austral. No creo que haya
muchos mortales, que hayan doblado el Cabo de Buena Esperanza a bordo de un soberbio
Mercedes, éste cacereño, sí.
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Al doblar el cabo llevábamos recorridos 6.907 millas desde Trieste en 26 días de mar sin escalas. Nos faltan 4.600 para llegar a nuestro destino, es decir, unas dieciocho singladuras
.
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Al oeste de
Madagascar, 7 de Junio
.
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Desde el Cabo de Buena Esperanza hasta
Mozambique, hemos navegado a media milla
de la costa con objeto de evitar la fuerte corriente de las Agujas, que alcanza
hasta 5 millas por hora. Han sido tres días interesantísimos pues nos ha
permitido disfrutar muy de cerca el paisaje costero, tan de cerca que podíamos
ver a los nativos y sus hogueras en las playas. Por otro lado ha representado
un gran esfuerzo para los pilotos y un estado de nervios muy grande, pues
navegar tan próximos a la costa es muy
peligroso ya que no hay faros y nos debemos guiar únicamente por el radar, de
cuya pantalla no levantábamos la cabeza ni un minuto.
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Las cabañas salpican el paisaje por
doquier, un paisaje de un Africa para mi desconocida, de altas montañas y
verdes colinas, te hacen imaginar que navegas por aguas del norte de Escocia,
especialmente en las costas sudafricanas. De noche, ni un faro, solo alguna que
otra luz mortecina de alguna cabaña y la luna que afortunadamente nos acompaña
y que define la costa dándole un matiz más misterioso aún. Con viento de
poniente, podíamos escuchar las voces de los negros y oler el humo de sus
fogatas.
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Hace dos días cortamos la corriente de las
Agujas, navegando desde la costa oriental del continente a la occidental de
Madagascar, de esta manera evitamos llevarla de proa, ganando dos nudos de
velocidad. De nuevo volvimos al pantalón corto y al aire acondicionado. En
estos momentos pasamos al través de una isla de corales que se llama Ilha das
Indias.
Pablo.
(Continuará)
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