Pablo Romero Montesino-Espartero
Sextante en mano observando la meridiana tocado con fez tunecino
Carta nº 58
Arabia Saudita, 25 de Junio de 1968
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Finalmente llegamos al “puerto deseado”
después de 1.024, 42 horas de navegación sin escalas. El calor es asfixiante y
solo gracias al aire acondicionado se puede respirar. Por las tardes la brisa
limpia el ambiente y solo cuando el sol se sumerge tragado por las aguas del
Mar Rojo, se puede permanecer en la cubierta del barco. Tenemos la lancha a
motor en el agua y todos los atardeceres salimos a pescar a los arrecifes de
coral. Las aguas someras nos permiten disfrutar de la belleza indescriptible de
estos arrecifes coralinos, que vemos a
través de una especie de cubo con el fondo de cristal. Bañarse en estas aguas
es suicida, pues los tiburones están por todas partes. Cuando entramos en puerto,
los veíamos tras la estela de nuestro barco devorando los desperdicios de
comida que echábamos por la borda, y hace unos días a un pescador que estaba
sentado en el muelle con las piernas colgando, se lo llevo uno y no dejó del pobre más que un rastro de sangre por todo el
puerto.
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Me han sorprendido las costumbres de los
saudíes, tan diferentes a las del resto de los árabes del Africa septentrional.
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Es gente de carácter muy serio,
trabajadores y lo más inaudito de todo: honrados.
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En Egipto, Túnez, Marruecos etc. te
persiguen por las calles pidiéndote cualquier cosa y al menor descuido te dejan
desnudo. En los camarotes entran a robar cuando duermes y son verdaderos pelmas
como vendedores. Aquí en cambio, todo está abierto. Las mercancías valiosas que
descargamos, como televisores, comestibles, automóviles de lujo etc. permanecen
en el muelle sin vigilancia alguna y dado que no llueve nunca, a la intemperie.
Ni un solo árabe merodeando por los pasillos del barco, ni entre las
mercancías. Les ofreces un cigarrillo y se niegan a cogerlo. En fin algo que si
me lo hubieran jurado no lo habría creído jamás.
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El por qué de todo esto es sencillo. Las
leyes saudíes son muy severas. Por un hurto de un reloj o una pluma, la pena es
la amputación de un dedo de la mano
izquierda, pudiendo aumentar el número de amputaciones dependiendo del valor de
lo sustraído, hasta la pena capital por decapitación en la plaza de Jeddah ante
todo el que quiera presenciarlo. Si por ejemplo has golpeado a una persona con
un palo, la pena es ser golpeado con el mismo palo y en doble medida que sufrió
la victima. Si has matado con un cuchillo, te pasan a mejor vida con el mismo
cuchillo, clavándotelo en la misma parte del cuerpo en la que lo fue el
agredido. Fornicar no estando casado significa un año de cárcel y el adulterio
se castiga con la decapitación de la fémina o la lapidación en según que orilla
del Mar Rojo te coja.. En cambio, y esto si que tiene su qué, el hombre
importante o poderoso, lleva siempre con él a un crío de 12 ó 13 años, que los
italianos llaman diaboletto , y que
no es otra cosa que un amante . De donde se deduce que la pedofilia aquí no es
punible. La mayoría de la población es muy rica debido al petróleo. Poseen
automóviles lujosos y viven en mansiones de las mil y una noches. La ciudad
está rodeada por el desierto y cuando te
desplazas en taxi por la periferia, los camellos y las cabras se entremezclan
con los Mercedes y los Cadillacs más impresionantes.
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Las mujeres escasean y las que se dejan ver
van tapadas con velos negros que no dejan un ápice de sus cuerpos al aire
libre. De vez en cuando hacen alarde de su posición social, mostrando sus
antebrazos cubiertos de pulseras de oro y brazaletes hasta el codo, y su piel,
a diferencia de la de los varones, es blanca como la leche, supongo que porque
jamás les da el sol.
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Los hombres visten unas túnicas
blanquísimas con cordones negros en la cabeza y se pasean para arriba y para
abajo en sus soberbios coches acompañados del diaboletto vestido también
de un blanco impoluto.
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La calle principal de Jeddah es algo así
como nuestra calle de Pintores, pero un poco más larga. En ella se encuentran
las mejores joyerías del mundo árabe. Pero lo que más llama la atención es ver
como a uno y otro lado de la calle, los
comerciantes exponen sobre alfombras persas, lingotes y monedas de oro, objetos
de marfil, pulseras sortijas de brillantes, diamantes a granel, esmeraldas y
toda clase de relojes de oro de las marcas suizas más selectas. Siempre el oro por
doquier. Pero lo más sorprendente es que cuando llega la hora del cierre, meten
todo el tesoro en una caja fuerte y se van a sus casas, dejando la caja en el suelo de la calle sin
absolutamente ningún sistema de fijación ni de vigilancia.
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A pesar de ser Jeddah una ciudad con los
mejores hoteles del mundo, no hay un solo bar, ni una sala de cine, ni nada que
se le parezca. El alcohol está prohibido y las diversiones abolidas dada la
escasa distancia a la Meca, ciudad prohibida para un cristiano.
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La
hora oficial difiere a la nuestra en
casi doce horas. Ellos al ocaso ponen sus relojes a las doce y es precisamente
cuando el santón empieza sus rezos desde una
torre inclinada, situada en el centro de la ciudad. Solo los hombres
rezan.
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La única diversión que nos podemos
permitir, es meter en el agua una pequeña embarcación a vela y alejarnos unas
millas del puerto para pescar o disfrutar de la navegación a vela. La brisa que
suele soplar de poniente a la caída de la tarde, suele darnos velocidad y sobre
todo aire que respirar. Si de repente cambia la dirección del viento, la
atmósfera se hace irrespirable a causa del polvo en suspensión que viene del
desierto. Todos estamos deseando abandonar este país. Lo malo es que nos espera
otro aun peor : Sudán.
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Pablo
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