Pablo Romero Montesino-Espartero

Pablo Romero Montesino-Espartero
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Camarote desde donde fueron escritas algunas de estas cartas-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Con este blog pretendo ir recopilando las cartas escritas por mi hermano Pablo Romero M-E, dirigidas a la familia, durante sus primeros años de navegación tras terminar su carrera de Marino Mercante allá por el final de la década de los años cincuenta, principio de los sesenta-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

EL PARALELO 39º-31´ (II)

Autor:
Pablo Romero Montesino-Espartero





Carta nº - 13 -


La estrella Polar, esa gran amiga y compañera de viaje del marino, iba perdiendo altura a medida que bajábamos en latitud.
 Mucho se ha escrito poéticamente sobre la relación que existe entre ella y aquellos que se adentran en la mar océana, como diría nuestro extremeño Vasco Núñez de Balboa. Quizás falte explicar aunque solo sea someramente el por qué de esa relación casi amorosa .
 Para muchos “terrícolas”, el norte es algo intangible, ambiguo y amplio. Para nosotros, los marinos, es un punto exacto de referencia y desde el cual empiezan a contarse todos los rumbos de la rosa de los vientos. Nuestro Norte-con mayúscula- es un rumbo que si lo siguiéramos desde cualquier punto del globo terráqueo, nos llevaría indefectiblemente al polo geográfico de nuestro hemisferio boreal, claro está, siempre y cuando el instrumento que nos dirigiera no tuviera errores. Aquí es dónde entra en juego nuestra querida estrella.

 El instrumento que nos guía, es la aguja magnética, que nos marca tan solo su norte particular : el “norte de aguja”. A veces, éste difiere del que queremos seguir sobre la carta náutica en hasta 15 ó 20 grados y que es el llamado “norte verdadero”. Pues bien,esa diferencia que es producto de un sin fin de variaciones magnéticas y desvíos producidos por el magnetismo terrestre y los hierros del barco, y que a su vez varían según la latitud y el rumbo, es lo que llamamos “corrección total de la aguja”. Esta corrección la podemos obtener por varios sistemas de cálculos más o menos tediosos, pero hay uno que nos la da de manera casi instantánea- y con un mínimo error -con solo lanzar una visual o “marcación” a la estrella polar, que para nuestra fortuna se encuentra situada próxima al Norte de la esfera celeste. En esto estriba su grandeza, ya que si tenemos en cuenta que en el Mar del Norte –por ejemplo-se navega entre barcos hundidos de las dos grandes guerras, bancos de arena, zonas aún minadas y de intensas corrientes, recorriendo “ways” o pasillos marcados con boyas distantes entre sí y que obligan a frecuentes cambios de rumbo, nos haremos una idea de lo que significa tener la certeza de que la aguja corregida de errores nos dará el rumbo verdadero que necesitamos para no salirnos del camino. Si tenemos en cuenta la escasa visibilidad y las frecuentes nieblas de ese mar cruel, nos podremos hacer una idea de por qué la Polar es tan importante para nosotros, especialmente para la mayoría de los barcos españoles que carecen hoy en día de modernos sistemas de navegación como son el radar, el Decca , Loran etc. Ver en una clara nuestra estrella o esperar a verla entre nubes, nos puede ocupar tiempo y paciencia, pero si lo conseguimos, nos puede dar un respiro o la seguridad, al menos, de que nuestro barco está haciendo el rumbo deseado.
 Unas singladuras antes del ecuador, la Polar a duras penas se la ve sobre el horizonte, dejando paso a una de las constelaciones más bellas del firmamento: la Cruz del Sur. El sol a su paso por el meridiano, va adquiriendo cada día una mayor altura, hasta llegar a culminar en nuestro cenit, momento en el cual las sombras desaparecen, por estar el astro rey, exactamente sobre nuestras cabezas.

 La mar llana como la palma de la mano, ofrece durante la noche el maravilloso espectáculo de la fosforescencia producida por el casco del barco al romper las tranquilas aguas. Una guirnalda de luminiscencia nos rodea convirtiendo nuestro casco en un imponente tubo de neón que todo lo ilumina, mientras aquí y allá oímos el tableteo de las colas de los delfines que en sus zambullidas van dejando su huella luminosa en la oscuridad impenetrable del mar.
 El día 1 de Febrero de 1959 crucé por vez primera el ecuador. Fue un día típico de los trópicos, cargado de humedad y de altas temperaturas. En nuestro rumbo a las islas del archipiélago de Fernando de Noronha y a pocas horas de nuestra recalada en la Isla Rata situada ya en el otro hemisferio, la proa de nuestro barco parecía cortar una mar de mercurio.

 Un poco ajenos a todo y como pensando que la oficialidad joven había perdido la razón, los pasajeros nos miraban incrédulos cuando nos veían aparecer disfrazados de no se sabe qué, como acólitos de un tío con barba blanca portando un tenedor de campeonato, fabricado en el taller del barco.
 El rey Neptuno interpretado por nuestro segundo oficial Radiotelegrafista-hombre de aspecto, orondo , bonachón y un tanto descuidado-como buen fumador de pipa-parecía más bien haber salido de una taberna escocesa que del fondo del mar. Su pesada corona era un macetero de hierro al revés, pintado con purpurina, y la túnica una colcha de cuadros rojos y azules que tapaba a duras penas sus absolutamente bien ganados michelines. Los tres Alumnos de Náutica, obligados por el alto mando, no teníamos más remedio que servir de comparsas, acompañando a Neptuno por todo el barco, envueltos en sabanas cuarteleras y con las caras lo suficientemente pintadas como para no ser reconocidos por los pasajeros. A nuestros “ligues” las gustábamos de “branquinho”-como dijera una pasajera brasileña – con nuestros blancos uniformes y no haciendo el payaso lanzando agua a todo el que se ponía a tiro. Pero tenía de parte positiva, que de vez en cuando, pasajeros que no habían abandonado aún el síndrome de la partida de La Coruña, reían o sonreían con las patochadas que montábamos en los alrededores de la piscina, bautizando y entregando títulos que acreditaban el paso del ecuador y que iban firmados todos ellos por el Capitán y Neptuno.

 Existe una práctica extendida en los barcos de pasaje, que el oficial que por primera vez cruza el ecuador, debe ir de cabeza a la piscina vestido de uniforme. Nadie te dice cuándo ni como, pero no te libras a lo largo del viaje. Por desgracia para mí, me cogieron de noche y no me dio tiempo ni tan siquiera a quitarme mi flamante reloj Cauny comprado en nuestra escala en Tenerife. Desde ese momento y según reza mi título, el Rey Neptuno me aceptó en su reino con el rimbombante nombre de “Tiburón de los Mares del Sur”. ¡Ahí es nada¡
Pablo

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