Pablo Romero Montesino-Espartero

Pablo Romero Montesino-Espartero
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Camarote desde donde fueron escritas algunas de estas cartas-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Con este blog pretendo ir recopilando las cartas escritas por mi hermano Pablo Romero M-E, dirigidas a la familia, durante sus primeros años de navegación tras terminar su carrera de Marino Mercante allá por el final de la década de los años cincuenta, principio de los sesenta-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------.

sábado, 1 de diciembre de 2012

EL PARALELO 39º-31´ (I)

Autor:
Pablo Romero Montesino-Espartero
Foto: De guardia en el Monte Urbasa
Carta nº - 12 -

El maretón de poniente a lo largo de la costa portuguesa, comenzaba a causar estragos entre el pasaje. Es una mar de fondo de ola larga y tendida que produce un balance continuo y muy desagradable incluso para nosotros. De madrugada, incapaces de soportar las cuatro paredes y la masificación de los camarotes de tercera clase, los emigrantes subían a cubierta con las colchonetas y rodaban sobre ellas como croquetas de uno a otro lado en el vano intento de pegar un ojo. Algunos permanecían horas con el pecho sobre la borda arrojando a la mar hasta el hígado, con la faz demudada y grandes ojeras.
En mi guardia crucé por vez primera a bordo del Monte Urbasa el paralelo 39º-31´ de Cáceres. Es una supina idiotez, pero es el momento en que en la mar, siempre me encontré más cerca de mi casa. Nunca pude evitar fijar en la carta náutica el punto en que de haber sido Cáceres un faro, habría estado allí. La verdad es que solo podía apreciarse el pinchazo de mi compás sobre el papel gris de esa zona “deshabitada”, lejos de la costa, pero muy cerca de mi corazón.

Al cuarto día de navegación y con no poco esfuerzo de la vista, aparecía entre nubes el pico del Teide y más tarde Punta Anaga, y con ella, la esperanza para aquellos a los que la travesía les había sometido a la primera prueba desagradable de su viaje, robándoles el apetito, el sueño, volcándoles el estomago y llevándolos casi a la extenuación.

Tenerife nos recibía siempre con sus tiendas de indios abiertas hasta altas horas de la madrugada. Era nuestra “américa”, pues nos permitía mejorar sustancialmente nuestros pobres ingresos como Alumnos de Náutica, que en el mejor de los casos nunca superaban las mil pesetas mensuales de sueldo.

Tratar con los indios de Las Palmas o Tenerife sin ser engañados no era tarea fácil. Se necesitaba una gran astucia, sentido comercial y determinación antes de aceptar cualquier precio. Nuestro negocio, conocido en la terminología marinera como "faifa", consistía en comprar productos tales como tabaco americano y whiskey-dos clásicos-aunque también ampliábamos la oferta con: medias, conjuntos de perlón, tijeras, mantillas españolas, radios japonesas, crema Ponds, bacalao en hojas, conservas de pescado etc. para ser vendidos especialmente en Buenos Aires.
Si la compra tenía sus dificultades financieras para nuestros pobres bolsillos, no era nada si lo comparamos con las de esconder todo aquello a los ojos de los corruptos policías e inspectores que nos visitaban en cada puerto. Estos nunca estaban satisfechos con la “participación” que se les daba en el negocio y eran capaces de desmontar hasta el último tornillo del barco si no se llegaba a un acuerdo entre “caballeros”.

Nuestro camarote era una especie de cruce de vías del aire acondicionado. En el confluían dos tuberías rectangulares de buen tamaño, unidas por unos cincuenta pequeños tornillos. Una vez desmontados los tubos del “cruce”, nos permitía tener a nuestra disposición un almacén de treinta centímetros de alto, por tantos metros de largo como fueran necesarios, ya que el tubo recorría el barco de proa a popa . Solíamos introducir en él, lo que podríamos llamar el “principal”, esto es, el tabaco y el whiskey. Teniendo en cuenta que en profundidad llenábamos hasta los diez o quince metros, debía ir todo perfectamente ligado, de forma tal que tirando del “hilo” pudiéramos extraer la mercancía. A veces y debido al exceso de volumen almacenado, éste no permitía el paso correcto del aire acondicionado, lo cual volvía locos a los mecánicos que no lograban descubrir, por qué aquello no funcionaba bien al ir hacia el sur y si ,en cambio, cuando íbamos para el norte.

Una vez colocada toda la" faifa " se procedía al sellado, pintado, secado y retocado-todo un arte- para que los inspectores de Aduanas brasileños y argentinos no pudieran ni imaginar lo que allí escondíamos.

Tenerife era a la vez puerto de embarque de emigrantes canarios y de provisiones especialmente vinos, champagne y cognac francés, caviar iraní, salmón ahumado noruego, puros habanos y un sin fin de artículos inaccesibles para los peninsulares y que la tripulación y el pasaje de primera clase podíamos disfrutar a precios irrisorios, cuando no, formando parte del menú de a bordo a lo largo del viaje.

Una vez completado el pasaje y ya en la mar, nuestro deporte favorito como solteros, era buscar entre los pasaportes lo mejorcito del pasaje femenino y preparar un plan de ataque individualizado. Era importante saber la edad de la “victima”, si era soltera, casada, casada por poderes y sobre todo si viajaba sola o acompañada y finalmente el puerto de destino-esto último muy importante, para saber el tiempo de que disponíamos para “actuar”-.

Con una mar bella y el alisio por la popa, los pasajeros comenzaban a asomar tímidamente y a transitar por las cubiertas, si bien algunos no superarían el mareo y en algunos casos los llevaría a extremos peligrosos de desnutrición y deshidratación. En cierto viaje una pasajera se pasó la travesía de Tenerife a Río de Janeiro tumbada en una hamaca en cubierta noche y día, sin probar bocado y a punto de morir de no ser por nuestro médico que la mantuvo viva a duras penas.
Poco a poco, el pasaje en su totalidad emigrante y por tanto acomodado en tercera clase, iba participando en las verbenas que organizábamos para que olvidaran sus penas y dramas. Las canciones de Pepe Blanco y las muñeiras, hacían verdaderos milagros en el ánimo de aquella gente. De vez en cuando y si la ocasión de “ligar” lo merecía, poníamos música de Nat King Cole hasta que “pescábamos”. A partir de ese momento nos subíamos a la cubierta de la toldilla de popa con nuestra “pebeta”, donde teníamos instalada nuestra “boite” particular lejos de cualquier mirada indiscreta. Bajo el cielo estrellado del trópico y con mi tocadiscos RCA de 45 revoluciones - montado sobre esponjas para evitar los saltos de la aguja producidos por las vibraciones de la máquina-, enunciábamos todos los tiempos del verbo amar arrullados por Frank Sinatra, Domenico Modugno o Lucho Gatica.

 Las casadas por poderes eran el blanco preferido de los más experimentados en el arte de conquistar a la fémina. Lo que parecería poco menos que imposible dada la excepcionalidad de la situación, no lo era tanto y de cuatro o cinco embarcadas, siempre había alguna que pecaba. Las noches del trópico, la música romántica, el no se sabe qué de afrodisíaco de los barcos... lo cierto es que éstos producen un extraño efecto en la mujer. Lo malo era que, como en los pueblos, todo se sabía enseguida y cuando el resto del pasaje tenía la certeza de que la infiel estaba traicionando al que le esperaba en Buenos Aires o Río de Janeiro, le pasaba factura a la llegada.
 En cierta ocasión, una de estas impacientes del amor, fue abucheada en Río de Janeiro por todos los pasajeros que continuaban viaje a Buenos Aires. El marido que estaba en el muelle esperándola, al verla descender por la escala, salió a su encuentro, y mientras la abrazaba, al percatarse que los abucheos iban dirigidos a su flamante esposa, miró inquisitivo a los pasajeros y uno de ellos a voz en grito le dijo:

“¡Los tienes más retorcidos que los de un carnero...¡”
Allí mismo y luego de algunas discusiones, la plantó con su maleta en el muelle y se volvió sólo por donde había venido.

 La pobre subió al barco y rogó al Capitán que la llevara de regreso a España, a lo que el “viejo” le contestó, que el barco continuaba viaje para Buenos Aires y que tardaría en llegar a España un mes y medio. Finalmente y con su maleta de cartón en la mano derecha y el bolso en la izquierda se fue cabizbaja caminando hacia la ciudad.
PABLO


(continuará)

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