Pablo Romero Montesino-Espartero

Pablo Romero Montesino-Espartero
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Camarote desde donde fueron escritas algunas de estas cartas-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Con este blog pretendo ir recopilando las cartas escritas por mi hermano Pablo Romero M-E, dirigidas a la familia, durante sus primeros años de navegación tras terminar su carrera de Marino Mercante allá por el final de la década de los años cincuenta, principio de los sesenta-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------.

sábado, 13 de octubre de 2012

FILADELFIA Y EL PRINCIPIO DE ARQUÍMEDES (I)

Autor:
Pablo Romero Montesino-Espartero


 Carta nº – 6 -

Diariamente, el puntito negro que indicaba nuestra situación en el pilot chart del Atlántico Norte iba acercándose a las costas americanas. Las diecinueve marcas indicaban nuestra posición en cada uno de los días de viaje y unidas todas ellas se podía ver el camino sinuoso descrito por nuestra quilla a lo largo de los cerca de seis mil kilómetros que nos separaban de las  costas de la Península.
 Se me hacía difícil creer que al siguiente día, el cielo plomizo que nos acompañó durante todo el viaje, no se confundiría en el horizonte con la mar, sino con las primeras tierras del Nuevo Mundo; pero no cabía duda alguna, el puntito negro no engañaba y éste estaba allí, a escasos milímetros de nuestro destino.

 Aquél 28 de Octubre de 1958 por la mañana, como lo hiciera seiscientos años atrás Rodrigo de Triana desde la cofa de la “Santa María”, grité ¡tierraaaa¡ desde el puente del" Monte Nuria" con la diferencia de que Rodrigo de Triana vio realmente tierra y lo mío fue un cumulus nimbus emergiendo tras la línea en que la mar se confunde con el cielo.
 Al mediodía finalmente vimos la silueta grisácea de la costa, dibujándose en el horizonte como una esperanza alentadora.

 De la bahía de Delaware fluían de forma continua poderosos y enormes navíos, al lado de los cuales, nuestro valiente barco llamaba la atención por su vejez, su estado cochambroso, su casco rezumando óxido por cada poro y uno de los botes salvavidas, con trincas de fortuna para evitar que se nos cayera al mar. Desde un espectacular trasatlántico fondeado en las cercanías del puerto de Wilmington, algunos pasajeros agitaban sus pañuelos, no sé si en señal de bienvenida o en señal de admiración por lo que nuestro lamentable aspecto denotaba.
 El práctico norteamericano bajo cuyas indicaciones íbamos a navegar río arriba, en un alarde de ingenio y humor sajón, le espetó al Capitán al pisar el puente de mando:

 “O.K Capitán, ha llegado usted hasta aquí, pero ¿piensa usted regresar a Europa en esto? ”
 El “viejo” le contestó en inglés con acento vasco de Bermeo:

 “Me siento orgulloso de mandar uno de los tres vapores más antiguos que hoy en día cruzan el Atlántico. navegar en los que ustedes tienen es fácil, lo difícil es hacerlo en estos”
 A lo lejos y surgiendo de entre la bruma, como figuras fantasmagóricas escapadas de un Greco, los colosales rascacielos de Filadelfia desafiaban a todas las leyes físicas, mientras nuestro renqueante barco, lo hacía al Principio de Arquímedes, pasando-como si de un arco triunfal se tratara- bajo el puente colgante Walt Whitman sobre el río Delaware.

 Por cierto que este puente, de impresionante obra de ingeniería, con ocho pistas, doble vía férrea y doble camino de peatones, se me ocurrió cruzarlo andando en compañía de otro oficial y fuimos durante todo el trayecto, blanco de las sorprendidas miradas de los norteamericanos, que dicho sea de paso, solo utilizan los pies para ponerlos sobre las mesas.
 Inmediatamente después de atracar el barco, fuimos abordados por el F.B.I, que nos fotografió y tomó huellas de cada uno de los tripulantes. La Aduana con sus complejos sistemas de detección de drogas y narcóticos nos dejaban con la boca abierta. Por último la inmigración, esa maravillosa organización que en veinticuatro horas pone de patitas en el país de origen a los que cegados por el asombroso nivel de vida de los americanos, desertan de sus barcos con el propósito de establecerse en el país.

 Usted lector, si algún día visita esta nación, le recomiendo lleve buena ración de pañuelos, porque como yo, derramará amargas lágrimas al contemplar el macabro cuadro que ofrecen los cementerios de automóviles, sí, sí, de automóviles. En ellos verá miles de modelos recién salidos de las fábricas, cuyas vidas se han visto truncadas por la impericia o imprudencia de sus conductores, y se le desgarrará el corazón al presenciar como sus brillantes portezuelas son atravesadas por las uñas de las grúas.
 Pero si todo esto es triste, más lo es aún saber que, con el dinero que lleva en la cartera para los gastos o compras del día, podría pasar a ser propietario de un “Cadillac” del 56, cuyas abolladuras un buen chapista en España las dejaría irreconocibles. Desde cuatro mil pesetas y sin más trámite que el papel moneda y una firma, usted tendría entre sus manos el volante de un “haiga” de segunda mano en buen estado y arranque garantizado a la primera.

 Si visita algunos grandes almacenes en Market Street y sus medios económicos se lo permitieran, tendría ocasión de adquirir en ellos desde una casa prefabricada hasta una avioneta, pasando por las cosas útiles de uso más común… para ellos por supuesto.
 Si hiciera alguna compra- lo digo por experiencia- y no quisiera ser confundido con un vulgar ratero, no se le ocurra abrir dentro de los almacenes ninguno de sus paquetes, pues aunque le parezca mentira, más de veinte cámaras de televisión filman sus movimientos, que son observados en otras tantas pantallas por inspectores, que inmediatamente ordenarán a un vigilante su detención hasta que pueda demostrar que cuanto contienen los envoltorios ha sido pagado.

 Cuando vaya a un cine tenga buen cuidado de enterarse del precio de la butaca, ya que a este cacereño le costó ciento veinte pesetas darse el gustazo de ver a Antonio Nieto, a nuestra Benemérita y a los gitanos de Sacromonte, “hablar” un inglés envidiable entre trabucazo y trabucazo.
Entrar en un bar si no tienes cumplidos los veinte años, te puede llevar a hacer el ridículo más espantoso ante la parroquia al pedir una cerveza y que te obliguen a que acredites tu edad.

 Procure comer en un restaurante, italiano, francés o español, de otro modo se acordará toda su vida.
 Por ninguna razón se aventure a hacer “auto-stop”, a menos que se encuentre situado a unos dos metros del borde de la carretera, yo lo hice a menos distancia y aún me pregunto cómo estoy vivo. Por último le recomiendo que estudie usted, no inglés, sino “americano” y buena mímica italiana, entre otras cosas porque no hacen el mínimo esfuerzo por hacerse comprender. Por ultimo si va a un "dancing" buscando con el pretexto del baile una amistad femenina, no lo haga, porque no existiría tal pretexto, desde el momento en que eso de los dos pasitos a la izquierda y el pasito a la derecha, desgraciadamente en 1958 aún lo desconocen por completo.

 Pablo

(continuará)
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