Pablo Romero Montesino-Espartero

Pablo Romero Montesino-Espartero
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Camarote desde donde fueron escritas algunas de estas cartas-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Con este blog pretendo ir recopilando las cartas escritas por mi hermano Pablo Romero M-E, dirigidas a la familia, durante sus primeros años de navegación tras terminar su carrera de Marino Mercante allá por el final de la década de los años cincuenta, principio de los sesenta-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------.

sábado, 20 de octubre de 2012

FILADELFIA Y EL PRINCIPIO DE ARQUÍMEDES (II)

Autor:
Pablo Romero Montesino-Espartero





Carta nº - 7 -
(Continuación de la 6)

El fin exclusivo de nuestra escala en Filadelfia, había sido con objeto de preparar las bodegas para el transporte de trigo y maíz que debíamos cargar en Baltimore y Norfolk. Terminadas las arcadas (compartimentación de las bodegas para evitar el corrimiento del grano en un temporal) navegamos en demanda del puerto de Baltimore, una de las ciudades más populosas de los Estados Unidos.
 Baltimore está materialmente sembrada de bellísimos parques-su número se aproxima a la treintena- algunos tan hermosos como nuestro Retiro. En todos ellos no falta la pincelada azul del lago cristalino o el arroyuelo murmurador, tan frecuentados como en España por esas “aves” que conocemos con el nombre de tórtolos.

 Estos parques, junto con el que las calles tengan nombres de personajes ilustres en vez de números y que la mayoría carezcan de la monótona simetría propia de las ciudades americanas, dan a esta gran urbe un marcado sabor europeo. De norte a sur y de este a oeste, la cruzan catorce importantes arterias descollando la avenida Harford con más de dieciséis kilómetros de longitud y la autopista subterránea y subacuática que cruza el río Patapsco con un recorrido muy superior a los trece kilómetros. Su puerto, en el que cabrían diez como el de Barcelona, es uno de los de mayor tráfico marítimo del mundo.
 Mi madre me había recomendado mucho que visitase, -caso de que hiciera escala en Baltimore-, a una vieja amiga que conociera en Burdeos durante la Primera Guerra Mundial y con la que después de cuarenta años, seguía carteándose. Yo sentía verdadera curiosidad por conocer a la enfermera americana Mary Marshall, que año tras año nos felicitaba las Pascuas desde el otro lado del Atlántico. Con mi mejor amigo y camarada de a bordo, nada más poner los pies en tierra me lancé a la caza y captura del 3.312 de la Franklin Street.

 A poco de salir de los muelles nos encontramos con el triste cuadro que ofrecía una señora en estado de buena esperanza, cambiando en plena calle, una rueda de su automóvil. Haciendo gala de una caballerosidad congénita con nuestro espíritu español, decidimos echarle una mano a la embarazada dama, causando con ello la estupefacción de los americanos que presenciaban el desinteresado ofrecimiento de dos “quijotes” españoles, de Cáceres el uno y de Jerez de la Frontera el otro. Por cierto que durante el cambio de rueda, con tanto levantarme y agacharme, extravié la cachimba preferida de mi amigo. Tenía por costumbre ofrecer a una chica la primera “calada” imponiéndole su nombre y si había sido cariñosa con él, también el apellido. Aquella pipa se llamaba Emma Abruzzo von Zuibliden. Nunca me lo perdonó.
 Luego de no se cuantas horas, en el transcurso de las cuales utilizamos nuestros maltrechos pies y los más diversos medios de locomoción, llegamos al 3.312 de la calle Franklin. Por equivocación, pulsamos el timbre de una puerta que no correspondía al apartamento de la persona buscada y cual no sería nuestra sorpresa, cuando la chica que acudió a nuestra llamada- a la que no perdonaré nunca mis esfuerzos lingüísticos por expresar en la lengua de Sakespeare el motivo de nuestra visita- me respondiera en el más castizo castellano:

 “La señora Marshall vive en el apartamento de al lado, pero actualmente se encuentra en San Francisco con su hijo”.
La que así hablaba, era una guapísima vallisoletana establecida en Norteamérica hacía tres años y que compartía su piso con una estudiante de medicina de nacionalidad colombiana.

A partir de aquél instante, la señora Marshall , me importó tres pitos, y que me perdone mi progenitora.
 En tan grata compañía se nos fue la tarde y buena parte de la noche, hablando de España, escuchando su música, bailando ritmos colombianos e incluso mascando buen chicle americano entre sorbo y sorbo de buen ron caribeño. Esto de mascar chicle en América es tan típico como nuestro gazpacho o el “five o´clock tea” de los ingleses, aunque quizás más romántico, pues de ello han hecho canciones enternecedoras. Yo conozco una que dice: “Una joven se miraba en las azules aguas de un lago, cuando acertó a pasar por allí un apuesto muchacho, le ofreció chicle y a los cinco minutos “he was chewing her gum” (él mascaba el chicle de ella).

 Durante mis cuatro años de viajar de un lado para otro, he conocido españolas en todas las latitudes, pero a la única que reconozco como tal, es a mi amiga de Valladolid, ¿por qué?, yo les digo porque.
 Cuando la española deja el suelo patrio con el fin de residir en otra nación, su manera de pensar y sus costumbres sufren un cambio radical. Huye del “macho ibérico” como si lo hiciera de su propia conciencia, desarrollándosele una asombrosa cara dura. La libertad en grandes dosis se le indigesta y la pierde en un noventa por ciento de los casos (palabras de un sacerdote católico de Londres).

 Siempre que en alguna sala de fiestas fuera de España he intentado abordar a una compatriota he sido “calabaceado” de la forma más ignominiosa y solo cuando he empleado el “voulez vous dancer avec moi” o el “Will you dance with me” he obtenido resultados positivos. Bueno, positivos hasta que volvía a abrir la boca. Acto seguido era hombre sin pareja.
“Los españoles lo contáis todo” . Es la explicación que dan.

 Pienso que llevan toda la razón.
Pablo

(continuará)

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